Capítulo 28

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—¿Te dijo eso? —pregunta Miriam mientras me ayuda a desabrocharme el vestido—. ¿Te dijo literalmente eso?

—Te lo juro —dejo caer la prenda de ropa al suelo y descuelgo la falda y la blusa para volver a vestirme. Me miro al espejo y ella me pasa los zapatos para que me calce y se me escapa un pequeño suspiro de dolor al inclinarme.

—¿Estás bien? —pregunta de nuevo y abre la cortina del probador.

—Sí, sí. Solo me duele un poco —recojo el vestido de la boda de Ana y ambas salimos para dejarlo en el mostrador de la modista. Con una sonrisa, me avisa de que puedo volver a recogerlo en tres días y Miriam y yo salimos de la tienda por fin.

—Creo que deberías vigilar un poco ese dolor —me advierte mientras caminamos hacia una cafetería cercana.

El calor de finales de agosto a media tarde en Madrid resulta más o menos soportable a la sombra y me acaricio la barriga, que apenas se nota a través de la ropa. El cambio en mi cuerpo es casi imperceptible, pero el suficiente como para que el vestido que llevaré a la boda de Ana me quede un poco justo y necesite un arreglo. Estuve a punto de decirle a Alfred que me acompañara, pero Madrid no es Pamplona y en cualquier momento alguien podría fotografiarnos y prefiero no pensar en lo que podría pasar al llegar a casa, así que recurrí a Miriam, que no dudó en aceptar. Y aquí estamos las dos, entrando en una cafetería de alguna calle perdida de la ciudad.

—Entonces, volviendo a lo que estábamos hablando antes —prosigue Miriam una vez la camarera ha tomado nota del pedido—. ¿Te dijo que te necesitaba a ti?

—Sí —repito por enésima vez.

—Me parece increíble que hayan tenido que pasar seis años para que se haya dado cuenta. ¿Y tú qué le dijiste?

—Pues que podía contar conmigo, ¿qué le iba a decir? —suspiro, pasándome una mano por el pelo—. La madre de su hijo está a punto de morir.

—¿Y sino lo estuviera, hubieras dicho algo distinto?

Frunzo el ceño y me quedo en silencio, meditando mi respuesta. ¿Le hubiera dicho algo distinto? No, desde luego que no. Pero tampoco sé hasta qué punto puedo confiar en Miriam para que Sergio no se entere de… nada. Si llega a enterarse de quién estuvo conmigo en Pamplona, no quiero ni pensar en las consecuencias.

—No, claro que no, porque somos amigos —echo un poco de azúcar en el café y lo revuelvo, mirando por la ventana—. Los amigos se apoyan, ¿no?

—Sí, los amigos se apoyan y no se follan y creo que vosotros no cumplís la segunda condición— alza una ceja y coge su taza—. ¿Te hace feliz?

—Sergio me hace feliz —respondo, tratando de parecer segura de mis palabras, aunque sé que son difíciles de creer.

—Sé que me estás mintiendo, Amaia. No me enfado porque te conozco y sé cómo eres, aunque no entiendo por qué reaccionas así. Alfred te quiere y tú le quieres, no veo cuál es el problema— Un novio que me pega, ese es el problema, pienso al escuchar sus palabras.

—¿Cómo que cuál es el problema? Imagínate que llegas a casa y Pablo te dice que se va porque ha descubierto que en realidad sigue enamorado de su ex con quien lo dejó hace seis años y tiene un hijo. ¿Cómo te sentaría? Ah, e imagínate también que estáis esperando un hijo juntos. ¿Qué pasaría entonces? —al terminar de hablar, me doy cuenta de que quizás he sido demasiado agresiva con mis palabras y Miriam me mira un poco preocupada—. Lo siento, me he pasado.

—No, no te preocupes —esboza una pequeña sonrisa y me acaricia la mano por encima de la mesa—. Pero creo que si realmente él es quien te hace feliz, no lo dudaría. Yo no dejaría que Pablo se quedase conmigo si él fuese feliz con otra persona, no puedes privar a nadie de su felicidad. Sergio es una persona razonable, yo creo que lo entendería.

Som Amics? ~ AlmaiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora