Epílogo

1.1K 47 6
                                    

Pensar en el futuro siempre me ha dado mucho vértigo. Mi cabeza es experta en imaginarse las trescientas setenta y cuatro mil ochocientas sesenta y nueve situaciones que pueden derivar de cualquiera de mis decisiones, que nunca son lo suficientemente buenas para mí. Sin embargo, con la llamada que acabo de recibir, parece que todas esas inseguridades se esfuman un poco más.

Desde hace algunos meses, estoy llevando a cabo el proyecto más importante de mi vida: reconstruirme. Comienza cuando cruzo la puerta de los juzgados de la calle Albarracín, en el barrio de San Blas. Fuera, me esperan las personas que no me han soltado la mano durante esos largos meses de abogados e incertidumbre. Todo fueron sonrisas y abrazos, besos y mensajes de esperanza. Hoy empieza todo, me repiten incesantemente, y yo, por supuesto, me lo creo. Salimos a cenar, nos quedamos hasta tarde con unas copas celebrando mi libertad. Llegamos a casa cuando ya casi era de día y al tumbarme en la cama, me doy cuenta de que todo ha cambiado.

El tiempo que he pasado centrada en el proceso ha sido tiempo que no me he dedicado a mí, que es lo que se necesita en estas circunstancias. Me empeñé en que estaba bien, que solo necesitaba que todo terminase cuanto antes. Pero al final, todos los que me dijeron que hoy empieza todo cuando salí del juzgado, tenían razón. Ese día empezó todo, empezó el proceso de volver a ser yo.

El maltrato te desdibuja como persona. Yo soy mujer, blanca, ojos marrones, pelo castaño, cantante, compositora, pianista… Pero cuando él me pone la mano encima por primera vez, todo eso desaparece. Todo desaparece menos lo de mujer. La violencia hace mi identidad se reduzca a eso y todo lo que me pasa a partir de ese momento es por eso, por ser mujer. Entonces, cuando los golpes y los insultos cesan, ¿qué soy? ¿Sigo siendo solo mujer? Eso me pregunto cada mañana cuando me miro al espejo e intento ver un poco más allá de mi reflejo.

—¿Te ha llamado? —es lo primero que pregunta Roi cuando abrí la puerta de casa.
—Sí, hace un rato —me aparto para que él pase y besa mi mejilla—. Me siento… rara.
—Bueno, es normal —se saca el abrigo y la bufanda y deja todo en el perchero de la entrada—. ¿Has ido hoy a la psicóloga? ¿Cómo ha ido?
—Bien, no sé —me encojo de hombros y pasamos al salón, donde ya he dejado la cafetera y las tazas—. Hoy ha sido un poco duro y estoy cansada. Y ahora esto…
—¿Duro?
—No sé, Roi, hay días que salgo agotada emocionalmente y ya no sé si estoy haciendo las cosas bien o… Yo que sé.
—Ya… Pero solo intenta que esto no te afecte demasiado, ¿vale? —asiento, poco convencida—. No es tu culpa.
—Sé que no es mi culpa, ahora solo tengo que interiorizar que no es mi culpa —suspiro, echando azúcar en mi taza—. Justo que ahora todo empezaba a arrancar otra vez después de lo de Diana y…
—Pero no es lo mismo. Tú a él no le debes nada y ya no es nadie en tu vida, así que…

—Lo sé, pero no puedo evitar que me afecte. Nos ha llevado tiempo volver a la normalidad desde que Diana se murió —fijo la mirada en la pared para evitar llorar, aunque resulta inútil—. No sabes lo que ha sido tener a Alfred zombie vagando por la casa como un alma en pena. Y ahora siento que esto es mi culpa, que se va por mí.
—No es tu culpa que te pegase y que perdiese el juicio. Es su responsabilidad, igual que el tener que irse porque nadie quiere contratarle aquí —responde serio—. Ni te lo plantees.
—Lo sé —suspiro—. ¿Sabes a dónde se va?
—Creo que a Estados Unidos. Tiene el contacto de una productora y quizás le contraten para algo —se encoge de hombros y me mira serio—. ¿Soy mala persona si no deseo que le vaya bien?
—Lo serías si dijeses que deseas que le vaya mal. Supongo que lo tuyo es indiferencia.
—Vale, pues no deseo que le vaya bien. Simplemente.

Asiento y enseguida cambiamos de tema. Creo que ninguno de los dos quiere pensar más en él, Roi ya ni hablaba con él después de todos los sucesos de los últimos meses. Él fue uno de los primeros en sospechar y aún hoy se culpa por no haber hecho algo antes, como si él hubiera podido sujetarle la mano. Intento restarle importancia, pero él insiste cada vez que nos vemos. Cree que me hace sentir mejor, cuando, en realidad, solo me recuerda al dolor una y otra vez.

—¿Hola? ¿Amaia? —la puerta de la entrada se abre y escucho los pasos acercarse al salón—. Ay, hola, Roi.
—¡Hola! —Roi se levanta y abraza a Alfred—. ¿Cómo vais? —repite lo mismo con Adri, que después corre a abrazarme.
—Bien, mucho mejor, ¿verdad? —responde Alfred mirando a su hijo, que ya está entretenido con el mando de la televisión.
—Ya veo, me alegro de veros así, bien —Roi sonríe y me acerco a ellos, pasando mi brazo por la cintura de mi novio—. Ha sido complicado, pero… aquí estamos.
—Oye, ¿y le se lo has contado? —me pregunta Alfred.
—Ah, no, no sabía que íbamos tan rápido ya —respondo y Roi nos mira extrañados.
—¿¡Os vais a casar!?
—No, no, no tan rápido —rio y Alfred se aleja para rebuscar en el aparador del salón—. Pero bueno, hemos decidido dar un paso más.
—Ah, entonces me vais a hacer tío —dice seguro de sí mismo y yo vuelvo a reír—. Venga, no me digas que sería una sorpresa.

Niego con la cabeza y le cojo del brazo para que se acerque a la mesa, donde Alfred ha dejado un par de papeles. Se agacha para mirarlos con atención.
—Vamos a empezar a construir una casa. Nuestra casa —explica Alfred con una sonrisa.
—O sea, no vamos a ponernos nosotros a construir, eh. Vamos a contratar…
—Sí, lo he entendido —ríe Roi y se levanta a abrazarnos—. Me alegro muchísimo por vosotros, de verdad.
—Jo, gracias —susurro mientras me abraza, intentando no llorar, pero esta vez, de emoción. Ya estoy un paso más lejos de él y de todo lo que significa.

Roi no tarda mucho en irse. Y cuando él cierra la puerta, Alfred se acerca a mí y me besa, lenta y profundamente y puedo sentirle sonreír sin abrir los ojos.
—Ya sé lo que ha pasado —murmura sin separarse demasiado—. ¿Estás bien?
—Estoy bien. Ya no está aquí y nunca volverá, pero…
—Que te sientas mal demuestra que eres mejor persona que él, pero no te hundas por esto. No estás sola.
—Lo sé. Es como… alivio, como si me quitase un peso de encima, pero estoy triste. Otra parte de mí se queda atrás.
—Esa parte se queda atrás, pero yo me quedo aquí.
—¿Siempre?
—Hasta que se caiga el cielo.

Som Amics? ~ AlmaiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora