Capítulo 29

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Me miro por enésima vez en el espejo, colocándome el vestido y asegurándome de que no quede ninguna arruga. Suspiro y repito el proceso. Y así hasta tres veces más, cuando Aitana por fin sale del baño de la habitación que compartimos en hotel en el que se celebrará el convite de la boda de Ana. Ella, por supuesto, va preciosa con su vestido azul noche abierto en la espalda. Yo, en cambio, me siento un barril de vino tinto con patas. Aunque la tripa no se me note mucho a través de la seda, yo sé que está ahí y no ayuda a que me encuentre mejor. ¿Por qué no está prohibido por prescripción médica acudir a una boda para las embarazadas?

—Estás muy guapa, divina —dice, poniéndose a mi lado en el espejo y yo pongo los ojos en blanco, apartándome para coger la cartera y guardar el móvil.

—Hablas por ti, ¿no?

—Ay, Amaia, sé un poco positiva —se acerca a mí otra vez y me coge las dos manos, obligándome a mirarla así—. Estás guapa, preciosa, maravillosa y todos los demás adjetivos que se te ocurran, así que cuando salgamos por esa puerta quiero que alces bien la cabeza, saques pecho y camines con decisión. Y cambia esa cara de acelga.

—No puedo caminar recta y con decisión con un ser humano absorbiendo toda la energía de mis entrañas —murmuro, terminando de recoger y al poco tiempo, las dos cruzamos la puerta de la habitación para coger el coche que nos llevará a donde se celebra la ceremonia.

En la entrada de la iglesia se acumula mucha gente, quizás demasiada, desde fans cercados por vallas a gente anónima vestida para la ocasión y muchos rostros conocidos. Y, en el medio como no puede ser de otra manera, están ellos. A la mayoría no les he visto desde nuestras vacaciones en la casa rural de Mallorca y, a pesar de que ha pasado menos tiempo del que suele transcurrir entre reencuentro y reencuentro, siento que han pasado años. Quizás es por el huracán de idas y venidas y decisiones erróneas que se han sucedido en mi vida en las últimas semanas.

—¡Amaia y Aitana! —exclama Ricky al vernos con una gran sonrisa—. Sabéis que es la novia quien tiene que llegar de última, no vosotras, ¿no?

—Ya sabes cómo somos, complicadas —del brazo de Aitana caminamos hasta el resto de nuestros compañeros. Les saludo a todos efusivamente, aunque falten aún dos por llegar: Nerea y Alfred. Intento buscarle una explicación razonable a eso, pero enseguida aparecen. Sin apenas mirarse ni rozarse y en un completo silencio, caminan hacia nosotros y las reacciones al verlos son las mismas que cuando llegamos nosotras. Todo efusividad. Excepto Nerea conmigo, claro. Ya ni me sorprende.

—Estás muy guapa —murmura Alfred al abrazarme a modo de saludo y dejar un beso en mi mejilla—. ¿Cómo te encuentras?

—¿Por qué has llegado con ella? —inquiero con el ceño fruncido, pero él me ignora y se separa. Bufo resignada, hay demasiada gente para exigirle explicaciones sin generar sospechas de todos los curiosos que se han acercado.

—Gracias, Alfred, tú también estás muy bien —responde irónico y entramos juntos a la iglesia antes de que pueda responderle, aunque le doy un pequeño apretón para mostrar mi molestia.

La ceremonia pasa mucho más lenta de lo que nos gustaría a cualquiera de los dos, porque nos echamos de menos y necesitamos algo más que un simple frío beso en la mejilla, quizás un abrazo y una explicación. Tras casi una hora, los novios se besan y el templo rompe en aplausos, puede que también de alivio por salir de allí, donde el calor comenzaba a ser insoportable.

Alfred y yo logramos escabullirnos de entre la muchedumbre que sale y nos escondemos a un lado del edificio, lejos de la mirada de toda la gente congregada para ver la salida de los recién casados. Tras asegurarnos de que no hay nadie que nos pueda ver, nuestros labios chocan torpemente para fundirse en un beso lento. Llevábamos sin vernos varias semanas, después de nuestra escapada a Pamplona habíamos desaparecido del mapa del otro.

Som Amics? ~ AlmaiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora