Capítulo 21

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Narra Alfred

La puerta del portal sigue chirriando, elascensor va tan lento como siempre y entrar en casa me sigue haciendo la misma ilusión que hace diez años. Entre giras, firmas y grabaciones pasaba muy poco tiempo en casa y siempre era un alivio volver. Todo cambió al mudarme, más aún al cruzar el charco. Sin embargo, ver a mi padre con la cámara en mano grabando cada una de mis visitas y a mi madre preparando la comida e impregnando mis fosas nasales de un olor tan hogareño hace que aparezca una sonrisa en mi cara. Sonrisa que se hace grande al entrar con mi hijo de la mano.

No hay nada que me reconforte más que el abrazo de mis padres. Soy consciente de la edad que tienen y de que debo cuidarlos más que nunca, incluso me estoy planteando mudarme de nuevo a Barcelona con tal de pasar más tiempo con ellos, y que ellos puedan pasarlo con Adrià. Aunque, de momento es algo imposible. Diana cada vez está peor y ella sí que se merece exprimir al máximo el poco tiempo que le queda con su hijo.

-Alfred, hijo, tienes que comer más, mira como te estás quedando - me regaña mi madre - Menos mal que te quedas unos días.

-Entre Adri y las canciones no tengo tiempo ni para hacer unos macarrones - suspiro.

-Anda vete al salón con tu padre, que ya estoy terminando.

Al abrir la puerta la escena no me puede enternecer más. Mi padre está sentado en el sofá, con Adrià sobre sus piernas mientras le cuenta una de sus anécdotas de la mili. El niño se mueve contento escuchando todo lo que le tiene que decir. Adora a su abuelo, me alegro de que él pueda disfrutar de ellos como yo no pude hacerlo de los míos. Un abuelo es un tesoro que todos los niños deberían poder disfrutar.

Sin darme cuenta, una lágrima escapa de mi ojo al recordar mi infancia y la situación en la que me encuentro desde hace un tiempo. Adrià enseguida se da cuenta y acude con rapidez a abrazarme.

-Papá pero no llores. ¡Qué estamos en casa! - exclama con emoción.

Sin poder evitarlo los sollozos se apiadan de mí y ya no puedo hacer nada para disimular mis lágrimas. Cómo me gustaría que todo fuese distinto.

-¿Qué pasa hijo? - pregunta mi padre apoyando una mano sobre mi hombro.

-Supongo que me emociona volver a casa después de todo. No es una buena época.

-¿Por Diana?

No me da tiempo a contestar cuando Adrià tira del pantalón de su abuelo para llamar su atención.

-Mamá se va a poner bien. El otro día me dijo que tengo que estar contento porque si yo estoy feliz ella se cura.

Los dos nos miramos sin saber qué decir. Agradecemos en silencio cuando mi madre llega con los platos de lentejas listos para empezar a comer. Dejo un beso en la cabeza de mi hijo y le acompaño hasta su asiento. Creo que se ha tomado muy enserio las palabras de su madre porque no para quieto de la emoción. También puede ser porque conozco la ilusión que le hace siempre estar en el Prat.

-Puaj abuela lentejas, siempre las haces y no me gustan - se queja Adrià removiendo el plato con la cuchara e intentando engatusar a mi madre con su encanto infantil, no le conozco ni nada.

-Anda déjalas, que te preparo otra cosa - contesta con dulzura.

-No mamá quieta, que las coma. No te pases de listo - le digo removiéndole el pelo, a lo que él se ríe admitiendo que le he pillado - Además, si te acabas el plato entero te llevo a cenar pizza esta noche.

Escuchar eso ya es suficiente motivación como para acabar con su planto en escasos minutos. Por algo somos padre e hijo. No sé qué me pasa hoy en especial, pero no puedo apartar los ojos de él, y mucho menos evitar la sonrisa de tonto que me sale al verle. Hace mucho Marta me dijo que tener un hijo es la solución a todos los problemas. Ya puedes tener un día de mierda que todo se te pasa al llegar a casa y ver sus dientecitos con las palas separadas alumbrando mi día. Eso me recuerda que, al volver a Madrid, debo hacer una visita al dentista, no quiero que acabe como yo.

Som Amics? ~ AlmaiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora