7. El trabajo de Donald

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7. Cambiante

Si Donald reconocía que había algo más cambiante que su estado de ánimo, fácilmente podría decir que era su trabajo.

Ya sea por su temperamento, su torpeza o porque su jefe reconocía que era familiar del pato más rico del mundo, había cargado por más de diez años la decepción de decirle a sus sobrinos que había sido despedido, otra vez.

Había esperado que eso cambiará ahora que los niños estaban más seguros, de alguna forma, con el Tío Scrooge. Pero irónicamente los despidos, rechazos, portazos en la cara y patadas en las plumas de la cola se mantenían, e incluso podría decir que habían aumentado en cantidad.

Pero aún aprendía a canalizar su ira. Aunque no era fácil, debía mantenerse para no destruir algún establecimiento como podría haberlo hecho de no ir con Jones.

Un día podía ser cocinero de un pequeño local, otro día podía ser jardinero, otro podía pasear perros, otro podía ser contador, otro día podía atender una pequeña cafetería, otro día podía ser el conejillo de indias de cualquier científico loco. Pero todos terminaban de la misma forma.

Estás despedido.

¡Despedido!

Largo de aquí.

Encontramos a alguien mejor para el puesto.

Otro día podría retomar su empleo no salarial de vigilante después de once largos años. De ese no se quejaba, lo había comenzado cuando tenía diecisiete, cuando comenzaba a aceptarse como Donald y como una forma de desquitarse contra el mundo, al menos hasta que comenzó a salvar gente; y había sido el mejor en el que estuvo al ser su propio jefe, y con la compañía de Uno dos años después había sido más divertido.

Otro día podría retomar su empleo de agente secreto. De nuevo (aún no entendía el asunto del reseteo de memoria). Le había seguido a Paperinik tan pronto se retiró, y tampoco había durado mucho como aseguraban en la Agencia tan pronto regresó, pero dichas experiencias le habían ayudado más de lo que pensaba, aunque fuera involuntariamente. Ya sea con el bullying o comentarios transfóbicos.

Pero eso no significaba que no siguiera buscando. Al no cederle un cheque, tenía que ver la forma de excusar sus múltiples salidas diarias, o cada ocasión en la que no había una aventura planeada. Sea con Scrooge, los trillizos, Webby, la señora B. o incluso con Duckworth.

¿Las cicatrices? Eso era lo complicado. Retirándose su camisa, suspiro cuando se vio en el espejo, una nueva cicatriz cambiando su cuerpo. Las plumas alrededor de su abdomen se habían cortado, permitiendo ver la fresca herida.

Un escalofrío pasó por su cuerpo cuando una brisa lo recorrió, otorgando un particular cosquilleo.

Una misión de Double Duck no había salido muy bien, valiendo de tres tarros de café negro tras una nueva de Paperinik con Gizmoduck. Claro, su torso, abdomen y brazos ya tenían particulares cicatrices resultantes de aventuras o enemigos menores, pero eran indistinguibles a diferencia de la actual y entre el plumaje torcido.

Respiro ásperamente, cerrando finalmente la llave de la bañera. Lo aceptaba, no sería fácil, especialmente cuando el kit de primeros auxilios más cercano era el de su tío, pero lograría ocultarla.

Podría reponer el material utilizado con el dinero que recibía en sus diferentes empleos. Aunque no fuera fácil excusarlo cuando alguien en la familia, particularmente Scrooge, se diera cuenta.

Pero lograría ocultarla.

Lo ha hecho durante casi veinte años, podría hacerlo hasta que sus plumas volvieran a crecer, lo cual no le tomaba mucho tiempo al no tratarse de muda inducida por estrés. Fácilmente podría justificarlo con su mala suerte.

De todos modos, ¿quién sospecharía que el desafortunado, malgeniado y desempleado Donald Duck era un superhéroe y agente secreto, y que en ello podía hacer lo que se consideraba un buen trabajo?

Multicolor ┋ Fictober 2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora