5. Buenas Noches

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Día 5. Fraternal

Descubrir a Huey, Dewey, Louie o incluso a Webby durmiendo en el sofá de la sala de estar cuando llegaba del trabajo se había vuelto una rutina para él. La esperanza de los niños de recibirlo cuando entraba a la mansión pasada la medianoche era más grande que su cansancio, pero inevitablemente el sueño los derrotaba y Donald tenía que cargarlos a sus respectivas camas, a pesar de los moretones que día a día aparecían en su cuerpo, antes de caer rendido él mismo en el sofá retirando únicamente su corbata y su saco.

Cada mañana, despertaba con la misma sábana cuadriculada sobre su cuerpo, la cual dejaba perfectamente doblada al momento de ir a ducharse y prepararse para un nuevo día, siendo recibido por un gran desayuno preparado por la señora B. y acompañando a los niños hasta que el momento de su salida llegaba.

Por ello, entrar al cuarto de la televisión y ver a los cuatro niños en aquella ocasión, todos acomodados de una manera incómoda en el sofá fue una gran, pero grata sorpresa. Huey apoyaba su cabeza en el reposabrazos abrazando a Louie, que se había acomodado contra el costado de su hermano y lo abrazaba con un brazo flojo—habiendo doblado su sudadera para usarla de almohada. Su fiel guía había caído junto al cuerpo del patito más joven.

Por el otro lado, Webby se había acomodado sobre el respaldo, babeando sobre el pie de Dewey, quien se había acurrucado mientras balbuceaba entre sueños.

Donald sonrió enternecido, yendo rápidamente e ignorando los dolores de su cuerpo a la habitación de los muchachos para tomar almohadas y un cobertor. Sabía que en la mañana siguiente podrían despertar con dolores en el cuerpo gracias a él, pero que su sueño era quizá más delicado que el suyo, y que moverlos demasiado podría despertarlos.

Además de que sus brazos no podrían soportar el peso de cuatro niños después de hacer múltiples misiones y soportar su nuevo empleo.

Regresó nuevamente al cuarto de la televisión, poniendo la ropa de cama en la mesita de centro antes de tomar gentilmente la cabeza de Dewey y poner una almohada debajo.

Posteriormente optó por cargar a Webby, la más fácil de todas. La arrullaba paternalmente, retirando los cabellos que se habían pegado a su rostro por la saliva, limpiando consecutivamente su rostro con la manga de su saco, para acostarla junto a Dewey. El patito vestido de azul abrazó a la niña tan pronto la acostó, y Donald sonrió dulcemente.

Abrazar a sus hermanos era algo que su niño solía hacer cuando eran pequeños y solían dormir con él. Que tuviera la misma confianza con Webby, aunque lo negara tan pronto amaneciera, decía más que mil palabras.

Tampoco podía culparlo. En los meses que llevaba en la mansión, había aprendido a ver a la patita como su niña también, y lo encantador que era tener cuatro niños que cuidar.

Pero sacudió su cabeza. Tenía otro niño que arropar.

A diferencia de Webby y Dewey, no fue fácil acomodar a Huey, especialmente con su hermano aferrado a él y viceversa; pero afortunadamente ya había tratado con esa situación en más de una ocasión. Después de todo, sus sobrinos tuvieron cinco años una vez, y solían dormir en todos lados cuando él llegaba tarde del trabajo.

Involuntariamente, había comenzado a tararear una canción de cuna, la misma canción de cuna que su madre solía cantarle a Della y él cada noche.

Suspirando aliviado cuando logró acomodar nuevamente a Huey en el sofá y poniendo la almohada en su cabeza, viendo como volvía a abrazar a Louie haciendo una mueca mientras Donald acomodaba su gorro para dormir sin dejar de tararear.

Afortunadamente ninguno de los cuatro pataleaba al dormir, por lo que estarían bien, pensaba mientras los arropaba con el cobertor cuadriculado y sonriendo ladinamente cuando sonrieron ante el calor proporcionado.

No podía decir que dudo cuando besó las frentes de ellos, incluyendo la de Webby, sonriendo auto-satisfecho ante las sonrisas que aparecieron en los cuatro rostros.

¿Sobraba decir que no era la primera vez que Scrooge era sorprendido al ver a los pequeños niños durmiendo en la sala de estar en lugar de a Donald?

Claro, no eran tantos en ese entonces.

Pero el mismo amor fraternal estaba ahí.



—Donnie —Della murmuró al tiempo que bostezaba, acurrucándose cariñosamente contra el pecho de su hermana. Ambas habían estado muy apegadas desde el funeral de sus padres hace dos años, tan aferradas a la otra como cualquier par de gemelas de siete años mientras veían un vídeo grabado por sus abuelos a altas horas de la noche, en el que habían recopilado las desventuras de su madre, tío y tía. Escucharla zumbar a la espera de su respuesta fue el indicador para continuar—. ¿Siempre seremos amigas?

Alzó la mirada cuando Donna respingó con diversión, cambiando de posición en el sofá sin dejar de abrazar a su hermanita.

—¿Qué clase de preguntas son esas, Dumbella? ¡Claro que siempre seremos amigas! —despeinó divertido los cabellos ya alborotados de Della, riendo cuando la escuchó replicar y hacer lo mismo con el suyo.

Manteniéndose callada cuando la sonrisa en el rostro de la patita se esfumó.

—Es que... mami, Tío Scrooge y Tía Matilda parecían ser los mejores amigos del mundo —señalo la pantalla, donde Hortense y Scrooge arrojaban un pequeño cupcake en el rostro de Matilda tras desearle feliz cumpleaños, riendo alegremente—, pero ahora... apenas conocemos al Tío Scrooge, la Tía Matilda apenas hablaba de él cuando estábamos con nuestros primos, y cuando la Abuela nos lo presentó incluso ella estaba insegura. No quiero que nosotras estemos así...

En algún punto, su voz se había quebrado, no dándose cuenta hasta que sintió el pulgar de Donna limpiando gentilmente sus lágrimas.

—Pero nosotras no somos mami, ni Tío Scrooge, ni Tía Matilda. Nosotras somos Donna y Della Duck. Y estas Ducks no dan marcha atrás. Estoy segura de que cualquier problema que se presenté, seremos capaz de resolverlo.

Por supuesto, para Della no era sorpresa cuando su hermana adoptaba ese papel tan maduro para alguien de su edad; aunque ella solía alardear de eso, sabía que podía tomarse su papel de hermana mayor muy seriamente al grado de no parecer una niña terca con problemas de ira.

—Míranos ahora. De no ser porque tenemos a la otra, quién sabe cómo tomaríamos el hecho de vivir en una granja un día y vivir en una mansión el siguiente.

Della río tristemente, retirando el resto de sus lágrimas con ayuda de Donna.

—Tal vez tengas razón —Donna se encogió de hombros despreocupadamente, sonriendo con fanfarronería a pesar del cansancio, hasta que sintió los brazos de su hermana menor rodearla en un cálido abrazo que no pasó mucho hasta que fue correspondido—. Eres la mejor hermana del mundo.

—Lo sé —había asegurado con orgullo, riendo cuando Della le dio un ligero golpe en el brazo hasta que siguieron viendo las grabaciones abrazados.

Involuntariamente, Donna había comenzado a tararear una canción de cuna.

Multicolor ┋ Fictober 2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora