Capítulo 4

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Stephen

— Aquí está — Le extendí el dinero. Estaba enojado, no por el dinero, sino por pensar lo que este maldito podría hacerle hacer a Mira, imaginar eso, digamos estaba más que cabreado.

Markus tomó el dinero que él le ofrecía. Stephen estaba listo para marcharse y volver a casa.

— ¿Qué tiene Mira que Rachel no? Aparte de los ojos. — Preguntó. Stephen se detuvo, pero sin darse la vuelta.

— Cerebro, y es sincera — El no sabía nada de eso, pero en el fondo podía sentirlo, por lo poco que la conoció, además quería cerrarle la boca a ese imbécil.

— Aún así, Rachel es más linda y es la hija de Papá Bivo, ¿Ya pensaste en la posición en la que te encontrarías si te casaras con ella?

— Eso no me importa, Bivo puede irse a la mierda.

— Tú solo eres un simple matón con tu grupo de hombres, que trafica. ¡Eres el perro de Papá Bivo! Y nunca dejaras de serlo.

— Tú solo quieres que este con Rachel, para que él no te diga que te cases con ella.

Silencio. Markus no dijo nada y solo se quedó callado, porque Stephen estaba en lo correcto. Nadie que estuviera cuerdo estaría dispuesto a casarse con la histérica, irritante, tonta de Rachel.

(...)

Stephen

Al fin había llegado a casa. Ya era de noche, y estaba cansado.

Solo quería tirarme a mi cama. Pero caí en cuenta de que Mira estaba en la casa, ¿Dónde dormiría?

Abrí la puerta y entre, pero al hacerlo un aroma a comida inundó mis fosas nasales.

Caminé hasta llegar a la cocina. Y allí la ví.

Sin darme cuenta, me fuí acercando a ella, hasta estar casi tocando su espalda con mi pecho, mis manos estaban en cada lado sobre la mesada. Acorralandola.

Ella se sobre saltó un poco, por mí cercanía. —¿Qué cocinas? — Al estar así de cerca de Mira, pude sentir su olor, embriagandome.

— Tuco — Contestó — Era tarde y tenía hambre, como no se donde estoy pensé en cocinar, y claro para ti también, ya que está es tu casa.

— Bien — Cerré mis ojos e inspire nuevamente su aroma para recordarlo y luego me alejé de ella.

— Qué raro  — Dijo una ves dejo de sentir mi cercanía.

— ¿Qué? — Le pregunté porque no entendía.

— Es raro que no me hayas tocado. — La sorpresa que me llevé fue tanta, al escucharla que abrí los ojos como platos. — Aún que si lo hicieras te volvería a golpear.

Me reí por lo bajo, lo bueno no podría dudar mucho. — No tocó a mujeres que no quieren, yo no las obligó a nada, ellas me dejan hacerlo sin quejarse.

Mira se volteó a verme — Hump! No esperaba eso de ti.

— ¿Ahora tienes un mejor pensamiento de mi? — le inqué.

— No — contestó fría — Pero no me desagradas del todo.

Luego de escucharla reí un poco nervioso.

— Bueno, ya está la comida — Dijo para mí alivio. — ¿Puedes sacar los platos?

— Claro — Le contesté mientras los buscaba. Caminé hasta el mueble y de allí al abrirlo, saqué dos de ellos y se los lleve.

Y te conocí [Stephen James]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora