19.¿Enfermedad? ¡Yo Lo Llamo Realidad!

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Los demonios existen, Valerio, los ves a la vuelta de la esquina, saludandote y estrechandote la mano
Gustavo Mancini, el Barón de la Muerte

Me alegra demasiado que Paula se esmere tanto en acabar con Arturo, es rápida, eficiente y mortal, pero hay cosas más importantes ahora, como sabrás, lector omnisciente de todas las cosas que ocurren en mi vida, mi mejor amigo no fue capaz de creer en la verdad, incluso cuando venía de alguien tan importante como yo, cree que mi descubrimiento de tu existencia y del macabro escritor es una enfermedad ¡Una enfermedad! ¿¡Acaso el conocimiento es una plaga y la verdad un tumor maligno!? ¿¡Soy portador, pues de una pandemia a punto de estallar y debo por lo tanto merezco el encierro y la muerte!?...

De cualquier modo, Valerio me agendó una cita con el psicólogo de la familia para que según él me ayude a solucionar mis "problemitas", la cita es por la tarde, pero me gusta estar arreglado desde la mañana, por lo que lo primero será bañarme. No hay razón para alarmarse, es solo una sesión de diagnóstico, me servirá para el síndrome de abstinencia que tanto me hace sufrir y llorar, y tal ves esta idea del escritor sea solo una tontería...
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"Oh, con que una tontería, bueno, veamos si después de esto te sigue pareciendo así, y te lo advierto, soy muy real"
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-¿¡Qué fue eso!? ¿Te hablaron a ti o a mi?

EL miedo, una ansiedad y angustia indescriptibles me llenan y rebosan como si se hubiesen inyectado en mis venas por manos demoníacas o malignas, corro hacia el baño pensando en que un poco de agua fría puede disipar estas alucinaciones, abro la llave y no me doy cuenta de que no me he quitado la ropa hasta que siento mi pijama tan mojada como si hubiese corrido bajo un aguacero.

"Ja ja ja, mírate, menos mal Carolina no está contigo ahora, te lanzaría un regaño de los mil demonios"

-Quien quiera que seas, escritor de porquería, no te metas con mi esposa.

Cuando creo que por fin me ha dejado solo, me quito la ropa con dificultad por lo empapada que está. Cuando estoy quitándome la ropa interior, algo gotea desde arriba, algo entre dorado y café, parece óxido.

Al principio pienso que la ducha está dañada, pero cuando levanto la vista lo que veo es aterrador, y nada tiene que ver con el cigarrillo...

Una dedo, luego cuatro, luego una mano completa que no abre y destruye el techo como el típico cliché, sino que silbando una canción de cuna lo separa de las paredes y lo deja con cuidado a un lado.

"Listo, no quería tener que reponer el techo"

La imagen es impactante, ¿Un hombre? ¿Un demonio? ¿Un monstruo? Más bien una mezcla de todo eso se abre paso entre las cortinas, su cara demacrada me hace sentir que me voy a desmayar, pero me agarra cuando estoy cayendo al suelo y me sostiene por el cabello, al tiempo que una mano horrida, huesuda como la parca, con colores denegridos y larvas de moscas atrapadas cuál nudillos me da dos cachetadas.

"Oh no, Gustavo, aún tienes mucho que ver" me dice en un tono grave que acaba en un siseo, gorgojeo y lamento.

Su mano derecha baja hacia su entrepierna, la atraviesa y saca de su espalda una máquina de escribir que ubica violentamente en el baño, ocupandolo casi por completo.

Trato de correr y tomar la manija de la puerta, pero él la llena de algo que parece tinta negra, que se endurece y me impide salir. La desesperación es tal que trato de morderla y arañarla sin éxito.

"Ahora, si quieres dejar tus payasadas, ven, déjame contarte un cuento, escribamoslo juntos" Dice mientras me lleva a una parte donde debería estar... lo que sea que tenga entre las piernas, pero en vez de eso lo que veo es una maraña de pelos tan negros como la brea que toman forma de silla.

Amores, Cartas y Pistolas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora