Son simples letras.

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— ¡Pequeñin! ¡Déjame entrar!

— Estoy bien.

Llevo rato aquí en el baño, deseando vomitar aquellos murciélagos que de manera vil se han anidado en mi estómago y aquellos parásitos que se han hospedado en mi cerebro. Sí, deseando desechar aquellos dulces y agrios sentimientos que tengo hacia ti, mi hermoso, Chile, mi amado perdido.

Deseando ser libre de esos tiernos brazos que me tienen prisionero, de esos labios a los que no puedo negarme porque no tengo remedio, deseando que ese amor me ahogue cada vez un poco menos...deseando ser libre de nuevo.

— ¡Si no me abres voy a tumbar la puerta!

— ¡Ya voy!

Los golpes en la puerta son martirio en mi alma, la rudeza de sus nudillos estrellándose contra la madera me recuerdan a una sonata...una de aquellas antiguas; clamando y pidiendo con embeleso profundo, quedo y callado...gritando tanto...aún en silencio.

— Voy a tumbarla.

— ¡Qué estoy bien ya no jodas!

La puerta hace un sonido sordo al rebotar contra la pared, los pedazos rotos del seguro rebotan contra el piso en una suave sinfonía de desgracia.

— Dime, ¡¿que tienes, cariño?! Puedes confiar en mí.

Sus manos toman mis caderas con desespero para empezar a agitarme en el aire, una nueva arcada me quita arrebata un suspiro y puedo sentir el líquido viscoso subir a mi garganta.

— Rusia, por favor, no.

Pongo ambas manos en mi boca y mis ojos se cierran cuando empiezo a lagrimear. Lo soporto, como ave agónica que lentamente está muriendo de sed cuando a unos pasos hay una fastuosa fuente de agua. Me fragmento en pedazos, como árbol que deja caer su rama; de aquellas pesadas...que ya no puede soportar.

— ¿Qué tienes, pequeño? Me asustas.

Mis pies tocan el suelo y me inclino una vez más sobre el retrete. La presión y el estrés ya me están matando...son invierno crudo que me enfría poco a poco, me congela hasta el alma y va a terminar conmigo de una manera tan lenta y sutil...como la nieve que cae del cielo y se derrite al golpear contra el calor del cuerpo.

— Rusia, vete. Quiero estar solo.

Chile, eres lluvia inoportuna. Cuando anhelo sentir tu presencia te esfumas dejando de lado mi necesidad de ti, ignorando por completo que cuando no llueve el sol es más brillante y cálido...lo peor de todo es que cuando anhelo que desaparezcas porque ya me acostumbré a la calidez del sol y el alivio de su brisa te atreves a aparecer y empaparlo todo de nuevo...te atreves a aparecer y nublarlo todo, te atreves a aparecer y nublar mi sol.

— Pequeñin, ya esta, ya pasó.

En efecto, muchas cosas han pasado. He sido herido y lastimado, he intentado ser curado...e incluso he sanado, pero muy poco. Tan poco en realidad que si ahora alguien me dijese que Chile está en un barranco sin fondo iría corriendo a el y me arrojaría al vacío.

— Rusia, te he usado. ¡¿Acaso no te das cuenta?! He estado intentando darte un lugar que no te corresponde y sigues aquí, empecinado en que algún día sanaré...¡date cuenta que me muero! ¡Me muero si él lo hace!

Las palabras son el arma más peligrosa que existe me dijeron, no desgarra carne, ni tampoco fractura huesos...pero mata el alma y se deshace corduras, créanme si les digo que; no hay mayores peligros que esos.

— Pero yo...¡No puedes hacerme esto! ¡No otra vez!

Dicen que la memoria es frágil, tan frágil cómo el papel...que si tiras de una parte suya se rompe, si la acercas al fuego se quema...que de un modo u otro se desvanece, que tarde o temprano simplemente desaparece.

— ¿Otra vez? Rusia, ya has enloquecido. Vete y busca a alguien mejor...alguien que no se encuentre tan atado como lo estoy yo, alguien que te amé porque no lo hago yo.

— Y entonces, ¡¿a quién le voy a dar esto?!

Siempre me pregunté; ¿Por qué nunca te sacabas aquel extraño collar de tu cuello? ¿Por qué si alguien se acercaba a tocarlo gruñias? ¿Qué había de especial en ese aro? ¿Por qué lo tenías?

No presto demasiada atención a los detalles, muchos lo saben. Pero creo que había que ser tonto, solo a nivel mío para nunca preguntarse...¿Por qué trae un anillo en el dedo anular?

Ahora entiendo el porqué de la razón por la cual el plateado era siempre tu color favorito, pero por supuesto era el color del anillo. Un anillo que mi mente recuerda de manera vaga, un recuerdo lejano, un recuerdo borroso.

— Eres mi esposo, Bolivia.

Y a fin de cuentas solo eso; un recuerdo. Uno que me parece tan semejante a un sueño. Porque los sueños siempre desaparecen al despertar y aunque den pelea...aunque se recuerden aún al despertar, tarde o temprano se van.

"R y B" son simples letras de un abecedario las que ahora se regodean en mi ignorancia, son letras clavadas en mi corazón, pero olvidadas por mi mente.

Simples letras que no saben lo que representan, esas letras son más dichosas que yo.

El perdón. [RusiaxBolivia] [ChilexBolivia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora