Capitulo V

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Feliciano comenzó a morderse los labios continuamente, seguido se puso de pie y comenzó a andar por toda la casa, de arriba abajo, hasta que por fin escuchó un auto llegar; encontrándose en la habitación de Lovino, bajó casi corriendo de las escaleras, sonriéndole a Ludwig que lo miró preocupado. Fuera de la casa se comenzaron a escuchar gritos y reclamos alternados entre Gilbert y Lovino.

El menor de los italianos frunció la boca, desaprobando la situación.

—Tranquilo, Feliciano. —dijo Luwdig con una mano en su cabeza, acariciándolo. Él lo miró de reojo, dándole una caída sonrisa que partía el corazón del alemán.

Cuando abrieron la puerta, Lovino exhaló fastidiado, mirando con desprecio a los dos que se encontraban ahí. Quería echarse a correr, pero posiblemente solo empeoraría y ahora, en unos cuantos días vendría el mismísimo Máximo a reprocharle el porque de su estado actual. Prefería mil veces el regaño de su hermano menor que el de Máximo.

— ¡Lovi! —gritó Feliciano, lanzándose a sus brazos. Ludwig le hizo un movimiento con la cabeza a Gilbert, indicándole que estarían arriba. Gilbert le sonrió, después de saludar a Feli e ignorar al otro, siguió a su hermano con un par de cervezas para pasar el rato.

— ¿Qué mierda estás haciendo acá, hermano idiota? —preguntó Lovino, quitándoselo de encima. — ¿Qué te ha dicho esa cosa que se llama Gilbert?

Aunque no lo mostrara, Lovino se estaba muriendo en ansias. ¿Gilbert había sido tan idiota como para delatar a Antonio y a él? Se veía a leguas que quería mucho a Feliciano, por lo que sería difícil ocultarle algo tan importante, además, con tres barriles de cerveza podía soltarte cualquier tipo de información.

—Tengo que decirte algo. —Feliciano se sentó en el sillón, entrelazando sus manos y apretándolas. Lovino lo siguió, mordiéndose la parte interna de las mejillas. —Supongo que a estas alturas es difícil que no lo sepas.

— ¿Te refieres a...?

—Antonio. —contestó de inmediato, mirándolo fijamente. Lovino hizo una mueca, indicándole a Feliciano que en efecto, ya lo sabía. Feliciano suspiró, sacando valor, pues sabía que si andaba con rodeos solo hartaría al contrario. — ¿Lo has visto?

—Sí.

— ¿Te ha hablado?

—Sí.

— ¿Qué te ha dicho?

—Nada que te interese a ti o al viejo de Máximo. —reprochó Lovino con acidez. Feliciano contrajo sus cejas molesto, estaba a punto de decirle algo a Lovino pero él lo intervino. — ¿También me prohibirán el hablar con personas? —se jactó, dejándolo callado. — ¿Debería imprimir una lista con el nombre de todas las personas que quiero hablar para mandársela a Máximo y el las autorice? ¿A todas les dirán como tratarme y como cuidarme?

—Sabes que Antonio es otra cosa. —dijo Feliciano, intentando que la calma llegara a él. —No es cualquier persona.

—Lo es ahora para mí. —comentó Lovino, indiferente. —Y es un colega tuyo, ¿no? Deberías aprender a separar el trabajo de las relaciones, Feliciano.

—Deja de actuar como si no te importara. —escupió Feliciano, apretando los puños en el forro del sillón, ocultando la mirada tras el flequillo. — ¡Es obvio que no te creo nada!

— ¡Pues cree lo que quieras! —rechistó el mayor, poniéndose de pie. — ¡Entiendan de una vez que es mi puta vida la que están manejando a su antojo!

— ¡Sólo estoy preocupado por ti!

— ¡Que nadie te lo ha pedido, joder! —Lovino comenzó a respirar agitadamente, cerrando los ojos con fuerza. —Sólo quiero que ustedes me dejen en libertad, ¿es mucho pedir?

Psicología del amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora