Capitulo XII.

86 17 4
                                    

Lovino estaba fastidiado.

¿Desde cuándo los parques de atracciones permitían que un germano imbécil pasara gritando a los cuatro vientos lo maravilloso que era? Y, es que muy a su pesar era así. Gilbert lo tomaba de la mano, gritando que le demostraría lo grandioso que era, y que si él tenía miedo, bien podría abrazarlo.

Imbécil gilipollas, no soy una nena. —se dijo mentalmente, no queriendo que el germano centrara su atención en él.

— ¡Verás que puedo darle de comer a un león sin protección o ayuda alguna!—gritó, tal vez por undécima vez, provocando la mirada de curiosos. — ¡Alguien tan asombroso como yo hace que hasta el rey de la sabana lo respete!

Es el rey de la selva, estúpido. Además...ni siquiera estamos en un zoológico —rodó los ojos intentando soltar su agarre, se sentía estúpido caminando con alguien estúpido.

Unas chicas, muy guapas según Lovino, cotilleaban cerca de ellos, cuando escucharon lo que Gilbert acababa de decir comenzaron a reír. Jamás, en toda su vida, se había sentido tan abochornado, y eso teniendo a Antonio como novio, era mucho.

— ¡Cállate de una puta vez!—gritó enojado y aun intentando zafarse de su agarre. El albino lo miró con sorpresa y felicidad, había conseguido que le hablará.

Y es que desde que había salido de casa; dígase salir como que su maravillosa persona había llevado cargando al italiano en su hombro derecho mientras el pataleaba su estómago, con una fuerza abrumadora; Lovino no había movido ni siquiera la boca.

—Lo sé, si no me callo te enamoraras de mí asombrosa voz. —habló con un tono normal, Lovino enrojeció sin saber si era por vergüenza o ira acumulada.

— ¡Nadie te ha dicho eso, gilipollas bastardo!—espetó con enojo. — Además, creí haberte dicho que...

— ¡Vamos a la montaña rusa!—sin escucharlo, había apretado el agarre de su mano mientras lo llevaba casi corriendo e iba gritando a los cuatro vientos que él era un Dios de las montañas rusas.

Y ahí estaba de nuevo... Gilbert evitaba a toda costa hablar sobre lo que había sucedido hace tan sólo dos semanas. Como si el simple hecho de mencionarlo le quemará el cuerpo, Lovino desde que lo había conocido, no había visto nunca aquellos ojos tristes que le mostraba cuando llegaba a tocar el tema, como hace algunos minutos.

Cuando le había pedido la cita se había negado a escuchar su respuesta, y sin ni siquiera darle un adiós se había ido. Justo una hora después había llegado Feliciano casi tirándose sobre sus brazos, llorando, le alegro, más que nada porque no venía en compañía del macho patatas, venía como su familia, como su hermano. Feliciano había hablado con él, Lovino le había tratado de explicar de la mejor manera posible cuál era su situación, sin embargo, Feliciano al terminar de escucharlo se había ido, sin ni siquiera mirarlo a la cara.

¿Tan malo era que no dependiera de su abuelo o de él? ¿Acaso no se liberarían de una enorme carga?

Sus pregunta fueron borradas cuando sintió la adrenalina mezclada con vértigo cuando el carrito sufrió la caída libre, sin poderlo evitar soltó un grito y agarró con más fuerza la mano del albino, quien había sido el peor gritando. Parecía que se desmayaría en cualquier momento, sonrió involuntariamente, su cuidador tenía pequeñas lágrimas en los ojos. Al estacionarse el carrito, Gilbert se había limpiado con la manga las lágrimas.

— ¿Ves? Te dije que era un Dios. —se señaló a sí mismo en señal de grandeza.

Lovino carraspeó con irritación. — ¡Pero si estabas llorando!—gritó apuntándolo con el dedo. — ¡Lo vi, ni siquiera trates de negarlo!

Psicología del amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora