Capitulo VIII

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Miró las estrellas fijamente con una taza de café en su mano derecha y en la izquierda sostenía un libro que había encontrado en la habitación de Gilbert. Era muy noche, era cuando las estrellas se situaban en el sitió correcto a la hora correcta, lo había descubierto hace tres años, cuando aún se despertaba por las pesadillas, tenía que buscar algo en que entretenerse en vez de aquellas palabras pronunciadas por el alemán.

"No me agradas, pero me preocupas."

Lovino carraspeó su garganta, era extraño como sus emociones le jugaban mala pasada con un pequeño acto tan banal como ese. Gilbert tampoco le agradaba, era un alemán, pero... incluso le preparaba de comer, lo atendía cuando era necesario, claro, eran instrucciones de Máximo Vargas, y aunque lo entendía, no podía evitar sentir algo se felicidad cuando notaba esas pequeñas acciones. No es que su hermano o Máximo no lo hicieran, es decir, ellos buscaban consentirlo en todo lo que necesitara; lo cual le provocaba cierta repulsión a Lovino.

Recordó una noche entonces, donde hastiado de las pastillas, de su hermano y Máximo, se escabulló discretamente al pequeño jardín trasero que tenían, esperando que el aire lo distrajera de aquellos pensamientos que lo hacían sumirse en tristeza. El pasto en sus pies descalzos se sentía húmedo, de cierta manera le refrescaba, por lo que continuó así hasta la hamaca que tenía su abuelo tenía colgando entre una barda y un palo de acero lo suficientemente grueso para que pudieran balancearse en ella. De hecho en ella, su abuelo le había leído un montón de cuentos junto a Feliciano.

La noche lo ponía nervioso, sentía que en cualquier momento le aparecería algo delante de él, lo asustaba. Sin embargo, en esa noche, la luna permitió que no sintiera miedo, alumbraba todo el jardín dando una vista hermosa, las estrellas brillaban más que nunca y por ese pequeño lapso de tiempo, se sintió libre. La luz era plateada, casi tomando un tono dorado, cuando Lovino volteó a verla, sus ojos se abrieron maravillados, en aquel cielo estrellado parecía que las estrellas estaban cayendo, cayendo sobre él.

Así lo había descubierto.

Lovino intentó tomar un sorbo a su taza de café, era de los pocos recuerdos gratos que tenía en ese tiempo tan oscuro. Cuando sorbió se dio cuenta de que su taza estaba vacía y toda la cafetera a su lado también lo estaba, sabía que Gilbert estaría despierto también, se quedó leyendo unas notas en la mesa de la sala, alegando que era su trabajo, así que Lovino decidió bajar a buscar más café.

— ¿Aún no duermes? —preguntó Gilbert, su voz era rasposa por la falta de sueño. No lo preguntaba como reproche, de hecho apenas parecía reparar en él.

—No tengo sueño. —contestó Lovino, preparando más café. —Tsk, no sé porque te estoy respondiendo.

— ¿No crees que es demasiado por un día? —esta vez los ojos de Gilbert se centraron en él, observándolo con curiosidad. —Llevas una jarra entera.

—A ti que te importa. —respondió, enfurruñado.

Gilbert se levantó, estirándose en el proceso, cuando pasó al lado de Lovino apagó la cafetera desconectando el cable y sonriéndole burdamente a Lovino.

— ¡Vete a la mierda, imbécil! —rechistó, intentando tomarlo. Gilber negó con la cabeza y con mucho cuidado fue transportando el corto cable hasta estirarse para alcanzar el refrigerador, consiguiendo sacar un cartón de leche semi vacío. — ¿Qué mierda haces?

—Es mejor tomar leche, estás pequeñito. —se burló, sirviéndole un vaso de ella. —Te ayudará a dormir.

Lovino pasó saliva, observándolo fijamente a su rostro, la cara blanca de Gilbert era adornada por ojeras debajo de sus ojos. ¿Cuántos días no había dormido correctamente? El brillo de aquellos ojos rojos se perdieron un poco debido al cansancio.

Psicología del amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora