Capitulo XVI.

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Lo peor fue dejarlo marchar, no dejó de preguntarse los días siguientes lo que hubiera pasado si tomaba su brazo y le pedía que se quedara. Incluso un mes después, seguía teniendo esperanza de que apareciera por su puerta, que se lanzara a sus brazos, que lo llenara de cariños, que superaran esa etapa juntos. Y no dudaba que él estuviera pensando lo mismo, irlo a buscar porque su avión salía al día siguiente, pero nunca ocurrió.

Y quizás eso era lo mejor.

Después de tres meses se dignó a hacer la limpieza de su casa, encontrando una que otra ropa abandonada. Aún tenía su número, intentó escribir muchas veces un mensaje que nunca se atrevió a enviar, ni siquiera cuando estuvo llorando a solas en su habitación totalmente ebrio.

Seguía repitiéndose en su cabeza que eso era lo correcto. Qué él no podía hacerlo retroceder ahora que Lovino dado el primer paso. Pero cada botella nueva que abría, le hacía quererlo ir a buscar. Pues incluso si gritaba, lloraba y se hundía en lamentos, Lovino no podría escucharlo, nunca lo sabría.

En el cuarto mes, donde perdió toda esperanza que volvería a verlo, buscó dejar ir esos sentimientos. Las noches en vela comenzaron a ser menos constantes, las platicas con Ludwig mucho más largas y el trabajo menos agobiante. Las cervezas comenzaron ser para disfrutar, no para olvidar.

Luego de los primeros seis meses, sintió que habían pasado dos vidas.

Gilbert suspiró, sintiéndose aburrido por estar de fiesta con sus compañeros del trabajo, quizás fuera por la edad o quizás por la madurez que consiguió en todo ese tiempo, pero las chicas o chicos ya no sentía algo al verlos, algunas veces tenía relaciones, pero sin sentimientos de por medio.

No es como si le hubieran extraído su luz, aún la conservaba, solo que no solía brillar como antes.

- ¿Puedo sentarme? -preguntó una chica, de largo cabello castaño y una flor rosa en el cabello. Gilbert alzó su mirada y ella señaló hacía atrás. -Los chicos de allá no paran de acercarse, escuché a uno de tus amigos decir que son policías.

-Eh... claro. -respondió admirando la belleza de aquella mujer. -Ahora ellos me ven como al sujeto que van a golpear en cuanto salga de aquí. -masculló, observando a los chicos.

-Lo siento.

-No, no es culpa tuya. -le sonrió a medias, dando otro trago a su cerveza. - ¿Viniste sola?

Ella hizo una pausa, como si hubiese tocado un tema que no quería tocar. Tenía un acento que nunca había escuchado, era adorable.

-Mal de amores. -contestó, alzando una mano para pedir una bebida. El mesero no tardó nada en atenderla. -Pero supongo que venir sola no fue la más grande idea que he tenido.

-Sí, somos bastante estúpidos cuando tenemos el corazón roto. -dijo Gilbert.

- ¿Tú también estás igual?

-No, ya no. Pasó hace mucho tiempo. -se encogió de hombros, restándole importancia. -Sólo que... hay días en donde creo que pude haber hecho algo más. Nunca me he aferrado al pasado, pero... -hizo una pausa y luego rio suavemente. -Olvídalo, escuchando las habladurías de un hombre que acabas de conocer, puff.

-A veces es bueno desahogarse con un extraño. -comentó ella, aceptando la bebida del mesero. Era una piña colada, las que tenían el menor porcentaje de alcohol. -Lo peor son los primero días, siempre piensas que te llegará un mensaje o aparecerá por tu puerta pidiéndote perdón.

-Ya lo creo.

-Y de repente te das cuenta que eso jamás va a pasar. -suspiró ella, removiendo el pequeño paraguas en su bebida. -Le devuelves sus cosas, le gritas una vez más hasta que ese grito se vuelve una súplica. Cuando te das cuenta que es definitivo, te enojas, lloras una y otra vez, hasta que finges ser fuerte y que él se va arrepentir cuando te vea feliz. Pero solo es un autoengaño, porque al final, solo quieres que te reconozcan una vez más.

Psicología del amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora