Escuchó el grito que lo llamaba, más desgarrador que hace cinco años. Lucho contra su voluntad para no regresar, apretó sus puños y prácticamente se forzó a correr al carro, no estaba en condiciones de conducir, pero eso era lo que menos le importaba en ese momento. Tenía que irse, aunque no quería, aunque quería a Lovino.
-Así está bien. -se dijo, intentando auto convencerse, no sirvió. Sus manos temblaron cuando las puso sobre el volante, y las lágrimas de nuevo inundaron sus ojos. -Así está bien.
Y sin más, arrancó el carro a toda velocidad.
Gilbert lo miró desde la ventana, para después correr las cortinas y sumirse en las sombras de la habitación. A estas alturas ya no lloraba, pero aquel llanto había sido cambiado por un vacío desgarrador. Suspiró, y se dejó caer en la cama, con los brazos abiertos; la casa se sumió en silencio por unos minutos, hasta que escucho el primer estruendo.
- ¡Todo es tú puta culpa! -gritó Lovino, luego un jarrón estrellándose contra vidrio se escuchó al instante.
Gilbert movió la cabeza en dirección a la puerta, no tenía ánimos de levantarse, aunque estuviera seguro que el italiano estaría destrozando su casa. Quería quedarse recostado para siempre, sumirse en un sueño profundo y despertar sin ningún recuerdo de eso; quería regresar el tiempo, y jamás haber aceptado cuidar a Lovino Vargas.
- ¡Hermano, ven a ayudarnos! -le pidió Ludwig, entrando precipitado a la habitación. En cuanto lo vio, su hermano menor amplió los ojos, para después darle una mirada lastimosa.
Tampoco tenía ganas de fingir ante el menor que todo estaba bien, nada estaba bien. Todo era un caos y era su culpa, si tan sólo no se hubiera enamorado de Lovino probablemente nada de eso estaría pasando.
-No es tu culpa. -dijo Ludwig, cerrando la puerta una vez que entro. No prendió la luz por mera consideración al albino, sabía que odiaba que lo vieran de esa forma; derrotado. -Nada de esto.
- ¿Estás seguro de eso? -preguntó, más al viento que a su hermano. Él lo miró con aire de tristeza. -Me enamoré de una persona, y tenía que ser de la única persona de la cual no podía enamorarme. Le fallé a un amigo, y me fallé a mí.
Ludwig se quedó en silencio, intentando buscar palabras adecuadas para consolar a su hermano. Se sentía importante, Gilbert estaba sufriendo y lo único que podía hacer era quedarse mirándolo como si el albino fuera a encontrar la respuesta sólo.
- ¡No me voy a ir a ningún puto lugar! -escuchó de nuevo a Lovino, quién tenía la voz demasiado aguda, posiblemente de tanto gritar. - ¡Voy a buscar a Antonio, entonces...!
- ¡Ya es más que suficiente, Lovino! -Ludwig salió de su trance cuando escucho gritar a Feliciano. Fue entonces cuando se topó con la mirada rojiza de Gilbert, quién le sonrió.
-Ve. -le empujó el brazo sin cambiar de posición. -Te necesitan allá abajo.
-Me necesitas más aquí arriba. -contestó, tomando la mano de su hermano. -Sabes que estoy aquí para ti.
-Lo sé. -el mayor cerró los ojos, apretando la mano del otro, y formó una sonrisa en sus labios. Una rota, según Ludwig.
Abajo las cosas no estaban mejor. Lovino estaba hincado en el suelo, sollozando. A sus lados se encontraban Máximo y Feliciano, ambos mirándolo con angustia; a pesar de que hicieron todo lo que estuvo en sus manos para no verlo de nuevo así, el destino los había encontrado.
-Todo... todo es tú culpa. -se repitió Lovino, arañando el suelo. -Tú culpa.
Feliciano lo sabía, al igual que Máximo. Lovino se estaba echando la culpa él solo, como antes, como hace cinco años, estaba ocurriendo lo mismo; sólo que esta vez, Antonio se había ido.
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Psicología del amor.
Hayran Kurgu"Pero la vida separa a los que se aman muy lentamente, sin hacer ruido, y el mar borra sobre la arena los pasos de los amantes desunidos..."