Capitulo XIII.

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Cuando abrió la puerta, jamás, ni en un sólo momento de aquellos meses que había pasado con Lovino, se imaginó que él estaría frente a su casa. Se había imaginado a ambos enfrentándolo, juntos.

—Máximo... ¿por qué estás aquí? ¡No me digas que Gilbert...!

—No, no fue Gilbert. —se encogió de hombros, entrando al departamento como si le perteneciera. — Ni Feliciano o Ludwig.

— ¿Francis...?—se aterró al sólo tener ese pensamiento.

—Tampoco. —el abuelo de Lovino se sentó en el sofá, arqueando una ceja cuando notó que Antonio seguía en la puerta. —Desde el momento que Lovino se encontró contigo, yo ya lo sabía.

Antonio con un pasó cuidadoso se acercó a él, desde una distancia apropiada lo examinó. Se veía mucho más viejo de lo que recordaba, quizás por tanta presión en el trabajo y la presión de Lovino. Un nudo se le formo en el estómago al pensar lo último, siempre ocurría cuando pensaba en lo mucho que había sufrido su querido italiano.

— ¿Tenías a alguien vigilándolo aparte de Gilbert?—cuestionó, aunque ya supiera la respuesta.

—No pude haber tomado una mejor decisión—prosiguió, soltando un enorme suspiro a los pocos segundos. —Aunque realmente me sorprendió que Gilbert se enamorará de él.

— ¡No lo digas!—gritó, colérico. — ¡No digas eso delante de mí!

La mirada almendrada de Máximo fue de puro reproche. — ¿Aún no aceptas tú realidad, Antonio? Estás tan centrado en ti mismo y en el amor que le proclamas a Lovino que no te das cuenta de a quienes hieres y a quienes quitas del camino.

Antonio arrugó las cejas con enojo. —No te permito hablarme de esa manera.

—No necesito tu autorización. —respondió, firme. —Ni la de Lovino.

—Vete de mi casa, ahora.

—No. Mira, no vine aquí a pelear. Sólo vengo a hablar contigo. —aclaró. —Como dos adultos, y sobre todo, como dos personas que aman y se preocupan por Lovino.

El menor lo dudó por un momento, no le agradaba Máximo, y su visita mucho menos. Seguramente quería volverlos a separar, y eso ya no lo iba a permitir. ¡Jamás!

—Escucha lo que tengo que decirte, Antonio. —dijo, tomando una voz mucha más tranquila aunque aún llena de seguridad. —Y sea cual sea tú decisión, si Lovino está de acuerdo, ya no me interpondré.

El español apretó los puños, tenía una oportunidad de oro delante de él. Su abuelo de nuevo los apoyaría, sin embargo, tenía que pasar por algo aún más doloroso que seguir huyendo: la realidad. Con un suspiro se sentó enfrente de Máximo, que le dio una leve sonrisa al ver su respuesta. Aquella plática no sería fácil, lo supo desde el momento en que Lovino y Antonio se volvieron a encontrar; pero en el mejor de los casos, si salía bien, ayudaría a ambos.

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La mirada azulada de Francis se posó en la ventana, mirando fijamente el cielo azul. Con un suspiro y escuchando un sonido que le indicaba que debía comenzar a moverse, se levantó del asiento. Tal vez no era la mejor decisión, incluso podría decirse que estaba apresurándose a tomarla, pero en el fondo sabía que en un futuro se agradecería por hacerlo.

Y sin más que pensar, bajó del avión.

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—Necesitan dejar de castigarse por algo que ya no pueden cambiar. —agregó, bajando la mirada.

Frente a él, Antonio caía hecho pedazos; con temblores que el llanto le provocaba, con las manos cubriéndole el rostro y las lágrimas resbalándose por los bordes de estas. Máximo sintió una culpa horrenda, queriendo ayudar, él sólo se había encargado de hacer a ambos chicos pedazos.

Psicología del amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora