Capitulo IX.

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Feliciano se dejó caer sobre el sillón con una taza de té en sus manos. Ludwig había salido por unos encargos y no lo vería hasta el día siguiente, era la primer vez después de tantos años que se quedaba solo. Como reflejo prendió las luces de la cocina y de la sala al atardecer, se había encargado de bajar todo lo necesario para poder dormir en la sala con las luces encendidas y posiblemente el televisor.

Deseó tener a Lovino ahí mismo cuando el primer trueno sonó, pero no quería causarle más problemas.

Una vez que la luz se estableció encendió el televisor, aunque en realidad estaba pensando en distintas cosas. Sentía una presión en el pecho, como si algo estuviera mal pero no en su persona, Ludwig se le vino de pronto a la mente, pero conociéndolo seguramente solo le preocuparía si le llamaba a las once de la noche. Después pensó en su hermano, ahí fue cuando sintió la punzada mucho más grande, se envolvió más en la cobija que lo cubría y se quedó mirando fijamente el televisor, sin prestarle atención.

Feliciano había entrado a la habitación de su hermano, cargando una bandeja de comida. Entre toda la oscuridad que lo rodeaba, encontró a Lovino cerca de la ventana, observando el cielo a través de ella, eran las siete de la noche por lo que el sol ya estaba oculto desde hace un buen rato.

Lovi. llamó con una de sus mejores sonrisas, mostrando la comida. Hoy cocine pasta, comamos juntos.

Las miradas que le daba su hermano le partían el corazón, pero aún así mantuvo su sonrisa. Lovino relajó su expresión, asintiendo con la cabeza, prendiendo la lampara de noche que se encontraba en la mesa cercana, iluminando la habitación. El menor de los nietos Vargas no se concentró demasiado en lo destruido que lucía todo a su alrededor, solo en su hermano, en querer recuperar al menos una sonrisa sincera que le indicara que de verdad estaban avanzando.

Feliciano comenzó a contarle algunas anécdotas con Ludwig, provocando algunas sonrisas en Lovino, también diferentes maldiciones acerca de como podía amar a un macho patatas. No obstante, la hostilidad que sintió desde el momento que entró a la habitación no se iba.

Me iré, hermano. Hay que lavar los platos aunque no me guste hacerlo. comentó Feliciano, haciendo un mohín de fingida tristeza. Vendré a darte las buenas noches.

Sintió los ojos de Lovino seguirlo hasta llegar a la puerta, cuando su hermano habló en automático Feliciano le prestó atención.

Feliciano. llamó con la voz entrecortada, agachando la mirada por la falta de confianza. ¿Soy mala persona?

Aún con la poca luz que proporcionaba la lampara, Feliciano fue completamente consiente de lo mal que lucía todo, incluido su hermano, sus ojos estaban hinchados, sus labios secos y partidos, la cara lucía mucho más delgada al igual que su cuerpo, su cabello era opaco, tanto así que el rulo que los diferenciaba, ya no estaba tan vivido como antes.

¿Merezco que me pasen estas cosas?

Feliciano dejó la bandeja en el suelo, acercándose a su hermano con cuidado, dándole un fuerte abrazo esperando que cada una de sus partes fuera unida de nuevo. La lágrimas de Lovino no tardaron en golpear su hombro, Feliciano se aferró todavía más a él, entendiendo que en ese momento era sustento de su hermano mayor.

No eres mala persona, eres una buena persona a la que le pasaron cosas malas, Lovi.—decretó, besando su frente. Pronto saldrás de esto, ya verás.

Feliciano suspiró ante el recuerdo, reposando la cabeza en el borde del sillón, los truenos ya no le asustaban tanto como antes. Ahora la preocupación era más, por lo que rogando a aquel Dios en el que creía, junto sus manos en señal de súplica, cerrando los ojos y agachando la cabeza.

Psicología del amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora