Capitulo XXXI

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El coronel Frost fue muy elogiado y todas las señoras consideraron su presencia sería un encanto más de las reuniones de Rosings. Pero pasaron unos días sin recibir invitación alguna, como si, al tener huéspedes en la casa, los Collins no hiciesen ninguna falta. Hasta el día de Pascua, una semana después de la llegada de los dos caballeros, no fueron honrados con dicha atención y aun, al salir de la iglesia, se les advirtió que no había hasta la última hora de la tarde.

Durante la semana anterior vieron muy poco a una dama Catherine ya su hija. El coronel Frost visitó más de una vez la casa de los Collins, pero a Jack solo le vieron en la iglesia.

La invitación, naturalmente, fue aceptada, ya la hora conveniente los Collins se sentó en el salón de lady Catherine. Su Señoría les recibió atentamente, pero se vio bien claro que su compañía ya no le era tan grata como cuando estaba sola; en efecto, estuvo pendiente de sus sobrinos y afectados con ellos especialmente con Jack, mucho más con cualquier otra persona del salón.

El coronel Frost parecía alegrarse de veras al verles; en Rosings cualquier cosa que le haya parecido un alivio, y además, la linda amiga de la señora Collins le tenía cautivado. Se sentó al lado de Elsa y charlaron tan agradablemente de Kent y de Hertfordshire, de sus viajes y del tiempo que pasaba en casa, de libros nuevos y de música, que Elsa había lo había pasado tan bien en aquel salón; hablaban con tanta soltura y animación que atrajeron la atención de lady Catherine y de Jack. Este último les había mirado y varias veces con curiosidad. Su Señoría participó al poco rato del mismo sentimiento, y se vio claramente, porque no vaciló en preguntar:

––¿Qué estás diciendo, Jackson? ¿De qué hablas? ¿Qué le dices a la señorita Bennet? Déjame oírlo.

––Hablamos de música, señora ––declaró el coronel cuando vio que no podía evitar la respuesta.

––¡De música! Pues hágame el favor de hablar en voz alta. De todos los temas de conversación es el que más me agrada. Tengo que tomar parte en la conversación si están ustedes hablando de música. Creo que hay pocas personas en Inglaterra más aficionadas a la música que yo o que posean mejor gusto natural. Si hubiéramos estudiado, podría haber resultado una gran discípula. Lo mismo le pasaría a Anne si su salud se lo permitiese; Estoy seguro de que usarán tocado deliciosamente. ¿Cómo va Emma, Jack?

Jack hizo un cordial elogio de lo adelantada que iba su hermana.

––Me alegro mucho de que me des tan buenas noticias ––dijo lady Catherine––, y te ruego que le digas de mi parte que si no practicas mucho, no mejorará nada.

––Le aseguro que no necesita que se lo advierta. Practica constantemente.

––Mejor. Eso nunca está de más; y la próxima vez que le escriba le encargaré que no lo descuide. Con frecuencia les digo a las jóvenescitas que en música no se consigue nada sin una práctica constante. Muchas veces le he dicho a la señorita Bennet que nunca tocará verdaderamente bien si no practica más; y aunque la señora Collins no tiene piano, la señorita Bennet será muy bien acogida, como le dijo a menudo, si viene a Rosings todos los días para tocar el piano en el cuarto de la señora Jenkinson. En esa parte de la casa no molestará a nadie.

Jack aparentemente un poco avergonzado de la mala educación de su tía, y no contestó.

Cuando acabaron de tomar el café, el coronel Frost grabó a Elsa que le había prometido tocar, y la joven se sentó en pronto al piano. El coronel puso su silla a su lado. Lady Catherine escuchó la mitad de la canción y luego siguió hablando, como antes, a su otro sobrino, hasta que Jack la dejó y dirigiéndose con su cautela habitual hacia el piano, se colocó de modo que pudiese ver el rostro de la hermosa intérprete. Elsa reparó en lo que hizo ya la primera pausa oportuna se volvió hacia él con una amplia sonrisa y le dijo:

––¿Pretende atemorizarme, viniendo a escucharme con esa seriedad? Yo no me asusto, aunque su hermana toque tan bien. Hay una especie de terquedad en mí, que nunca me permite que me intimide a nadie. Por el contrario, mi valor crece cuando alguien intenta intimidarme.

––No le diré que se ha equivocado ––repuso Jack–– porque no cree usted sinceramente que tenía intención alguna de alarma; y él tuvo el placer de conocer lo bastante para saber que se complace a veces en sustentar opiniones que de hecho no son suyas.

Elsa se rió abiertamente ante esa descripción de sí misma, y ​​dijo al coronel Frost:

––Su primo espera darle a usted una linda idea de mí enseñándole a no creer palabra de cuanto yo le diga. Me de sola encontrarme con una persona tan dispuesta a descubrir mi verdadero modo de ser en un lugar donde me había hecho ilusiones de pasar por mejor de lo que soy. Realmente, señor Frost, es muy poco generoso por su parte revelar las cosas malas que supo usted de mí en Hertfordshire, y permítame decirle que es también muy indiscreto, porque esto podría inducir un desquitarme y saldrían a relucir cosas que escandalizarían a sus parientes .

––No le tengo miedo ––dijo él sonriente.

––Dígame, por favor, de qué le acusa ––exclamó el coronel Frost––. Me gustaría saber cómo se comporta entre extraños.

––Se lo diré, pero prepárese a escuchar algo muy espantoso. Ha de saber que la primera vez que le vi fue en un baile, y en ese baile, ¿qué cree usted que hizo? Pues no bailó más que cuatro piezas, un peso de escasear los caballeros, y más de una dama se quedó sentada por falta de pareja. Señor Frost, no puede negarlo.

––No tuve el honor de conocer a ninguna de las damas de la reunión, a no ser las que me acompañaban.

–– Desierto, y en un baile nunca hay posibilidad de ser presentado ... Bueno, coronel Frost, ¿qué toco ahora? Mis dedos están esperando sus órdenes.

––Puede que me pidieran juzgado mejor ––añadió Jack–– si hubiera solicitado que me presentaran. Pero no sirvo para darme a conocer a extraños.

––Vamos a preguntarle a su primo por qué es así ––dijo Elsa sin dirigirse más al coronel Frost ––. ¿Le preguntamos cómo es posible que un hombre de talento y bien educado, que ha vivido en el gran mundo, no sirva para atender a desconocidos?

––Puedo contestar yo mismo a esta pregunta ––replicó Jack–– sin interrogar a Jack. Eso es porque no quiere tomarse la molestia.

––Reconozco ––dijo Jack–– que no tengo la habilidad que otros problemas de conversación fácilmente con las personas que jamás haya visto. No puedo hacerme a esas conversaciones y fingir que me intereso por sus cosas como se acostumbra.

––Mis dedos ––repuso Elsa–– no se mueven sobre este instrumento del modo magistral con lo que vio mover los dedos de otras mujeres; no tienen la misma fuerza ni la misma agilidad, y no pueden producir la misma impresión. Pero siempre he creído que era culpa mía, por no haberme querido tomar el trabajo de hacer ejercicios. No porque mis dedos no sean fáciles, como los de cualquier otra mujer, de tocar perfectamente.

Jack sonrió y le dijo:

––Tiene usted toda la razón. Ha empleado el tiempo mucho mejor. Nadie que tenga el privilegio de escucharla podrá ponerle peros. Ninguno de nosotros toca ante desconocidos.

Lady Catherine les interrumpió preguntándoles de qué hablaban. Elsa se puso a tocar de nuevo. Lady Catherine se acercó y después de escucharla durante unos minutos, dijo a Jack:

––La señorita Bennet no tocaría mal si practicase más y si hubiera disfrutado de las ventajas de un buen profesor de Londres. Sabe lo que es claro, aunque su gusto no es como el de Anne. Anne habría sido una pianista maravillosa si su salud le habría permitido aprender.

Elsa miró a Jack para observar su asentimiento cordial alogio tributado a su prima, pero ni entonces ni en ningún otro momento descubrió ningún síntoma de amor; y de su actitud hacia la señorita de Bourgh, Elsa dedujo una cosa consoladra a favor de la señorita Bingley: Jack se habría casado con ella si hubiera pertenecido a su familia.

Lady Catherine respondió haciendo observaciones sobre la manera de tocar de Elsa, mezcladas con instrucciones específicas sobre la ejecución y el gusto. Elsa las aguantó con toda la paciencia que impone la cortesía, ya la petición de los caballeros siguió tocando hasta que estuvo preparado el coche de Su Señoría y los llevó a todos a casa.

Orgullo y Prejuicio ||Jelsa||adaptacion||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora