Capitulo XXX

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Sir William no pasó más que una semana en Hunsford, pero fue suficiente para convencer de que su hija estaba muy bien situada y de que un marido así y una vecindad como aquélla no se encontraban a menudo. Mientras estuvo allí, Collins dedicó la mañana a pasearlo en su calesín para mostrarle la campiña; pero en cuanto se fue, la familia volvió a sus ocupaciones habituales. Elsa agradeció que con el cambio de vida ya no tuviese que ver a su primo tan difícil, pues la mayor parte del tiempo que mediaba entre el almuerzo y la cena, Collins lo empleaba en trabajar en el jardín, en leer, escribir o en mirar por la ventana de su despacho, que daba al camino. El cuarto donde solían quedarse las señoras daba a la parte trasera de la casa. Al principio a Elsa le extrañaba que Charlotte no prefiriese estar en el comedor, que era una pieza más grande y de aspecto más agradable. Pero pronto vi que su amiga tenía excelentes razones para obrar así, pues Collins tuvo el estado menos tiempo en su aposento, indudablemente, si ellos hubiesen disfrutado de uno tan grande como el suyo. Y Elsa obtuvo la actitud de Charlot.

Desde el salón no podríamos ver el camino, de modo que siempre fue Collins casi todos los días. La señorita solía detenerse en la casa para conversar unos minutos con Charlotte, pero era difícil convencerla de que bajase del carruaje.

Pasaban pocos días sin que Collins diese un paseo hasta Rosings y su mujer creía a menudo un deber hacer lo propio; Elsa, hasta que grabaste que podrían tener otras familias dispuestas a hacer lo mismo, no comprendió el sacrificio de tantas horas. De vez en cuando les honraba con una visita, en el transcurso de la cual, nada de lo que ocurrió en el salón le pasaba inadvertido. En efecto, se fijaba en lo que especificó, miraba sus laboratorios y les aconsejaba hacerlas de otro modo, defectos defectuosos en la disposición de los muebles o descubrimos negligencias en la criada; si aceptaba algún refrigerio parecía que no lo hacía más que para anunciar que los cuartos de carne eran demasiado grandes para ellos.

Pronto se dio cuenta Elsa de que aunque la paz del condado no estaba comprendida a aquella gran señora, era una activa magistrada en su propia parroquia, minutas le comunicaba Collins, y siempre que alguno de los aldeanos estaba por armar gresca o se directamente descontento o desvalido, lady Catherine se personaba en el lugar requerido para zanjar las diferencias y reprenderlos, restableciendo la armonía o procurando la abundancia.

La invitación a cenar en Rosings se repite un par de veces por semana, y desde la partida de sir William, como solo había una mesa de juego durante la velada, el entretenimiento era siempre el mismo. No tuvimos muchos otros compromisos, porque el estilo de vida del resto de los vecinos estaba por debajo del de los Collins. A Elsa no le importaba, estaba a gusto así, pasaba largos ratos charlando amenamente con Charlotte; y como el tiempo era estupendo, a pesar de la época del año, se distraía saliendo a caminar. Su paseo favorito, que a menudo grababa mientras los otros visitaban a una dama Catherine, era la alameda que bordeaba un lado de la finca donde había un sendero muy bonito y abrigado que nadie más que ella había visto, y en el cual se encuentra fuera del alcance de la curiosidad de lady Catherine.

Con esta tranquilidad pasó rápidamente la primera quincena de su estancia en Hunsford. Se acercaba la Pascua y la semana anterior a esta iba a traer un aditamento a la familia de Rosings, lo cual, en aquel círculo tan reducido, tenía que resultar muy importante. Poco después de su llegada, Elsa oyó decir que Jack iba a llegar dentro de unas semanas, y aunque hubiera preferido cualquier otra de sus amistades, lo cierto era que su presencia podría ayudar a un poco de variedad a las veladas de Rosings y que podría divertirse viendo el poco fundamento de las esperanzas de la señorita Bingley mientras observaba la actitud de Jack con la señorita de Bourgh, a quien, evidentemente, le destinaba lady Catherine. Su Señoría hablaba de su venida con enorme satisfacción, y de él, en términos de la más elevada admiración;

Su llegada se supo en seguida, pues Collins tomó toda la mañana paseando con la vista fija en los templos de la entrada al camino de Hunsford; en cuanto vio que el coche entraba en la finca, hizo su correspondiente reverencia, y corrió a casa a la magna noticia. A la mañana siguiente voló a Rosings a presentarle sus respetos. Pero había alguien más a quien presentárselos, pues allí había encontrado con dos sobrinos de lady Catherine. Jack había venido con el coronel Frost, hijo menor de su tío Lord; y con gran sorpresa de toda la casa, cuando Collins regresó a ambos caballeros le acompañaron. Charlotte los vio desde el cuarto de su marido cuando cruzaban el camino, y se precipitó hacia el otro cuarto para poner en conocimiento de las dos niñas el gran honor que les esperaba, y lo llevaron:

–– Elsa, es a ti a quien debo agradecer esta muestra de cortesía. El señor Jack no visitará tan pronto a visitarme a mí.

Elsa apenas tuvo tiempo de negar su derecho a un cumplido similar, pues en seguida sonó la campaña anunciando la llegada de los dos caballeros, que poco después ingresó en la estancia.

El coronel Frost iba delante; tenía unos treinta años, no era guapo, pero en su trato y su persona se distinguía al caballero. Jack estaba igual que en Hertfordshire; cumplimentó a la señora Collins con su reserva habitual, y cualesquiera que sean sus sentimientos con respecto a Elsa, la salud con impasibilidad aparente. Elsa se limitó a inclinarse sin decir palabra. El coronel Frost podría participar en la conversación con la soltura y la facilidad de un hombre bien educado, era muy ameno; pero su primo, después de hacer unas ligeras observaciones a la señora Collins sobre el jardín y la casa, se quedó sentado durante mucho tiempo sin hablar con nadie. Por fin, sin embargo, su cortesía llegó hasta preguntar a Elsa cómo estaba su familia. Ella le contestó en los términos normales, y después de un momento de silencio,

––Mi hermana mayor ha pasado estos tres meses en Londres. ¿No la habrá visto, por casualidad?

Sabía de sobra que no la había visto, pero quería ver si le traicionaba algún gesto y se le notaba que era consciente de lo que había tenido entre los Bingley y Jane; y le dije que estaba un poco cortado cuando respondió que nunca había tenido la suerte de encontrar a la señorita Bennet. No sé más del asunto, y poco después los caballeros se fueron.

Orgullo y Prejuicio ||Jelsa||adaptacion||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora