Capitulo XXXIII

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En sus paseos por la alameda dentro de la finca más de una vez se había encontrado Elsa inesperadamente con Jack. La primera vez no le hizo ninguna gracia que la mala suerte pudo traerlo con precisión a un sitio donde nadie más solía ir, y para que no volviese una repetición se cuidó mucho de indicarle que aquél era su lugar favorito. Por lo que ocurrió, era raro que el encuentro volviese a producirse, y, sin embargo, se produjo incluso una tercera vez. Parecía que lo hacía con una maldad intencionada o por penitencia, porque la cosa no se reduce a las preguntas de rigor o una simple y molesta detención; Jack volvía atrás y paseaba con ella. Nunca hablaba mucho ni la importunaba haciéndole hablar o escuchar demasiado. Pero al tercer encuentro Elsa se quedó asombrada ante la rareza de las preguntas que le hizo: si le gustaba estar en Hunsford, si le agradaban los paseos solitarios y qué opinión tenía de la felicidad del matrimonio Collins; pero lo más extraño fue que hablar de Rosings y del escaso conocimiento que tenía ella de la casa, pensó que él suponía que, al volver a Kent, Elsa residió también allí. ¿Estaría pensando en el coronel Frost? La joven pensó que si algo quería decir que había sido de ser forzosamente una alusión por ese lado. Esto es la pregunta un poco y se alegró de encontrarse en la puerta de la empalizada que estaba justo enfrente de la casa de los Collins. Elsa residiría también allí. ¿Estaría pensando en el coronel Frost? La joven pensó que si algo quería decir que había sido de ser forzosamente una alusión por ese lado. Esto es la pregunta un poco y se alegró de encontrarse en la puerta de la empalizada que estaba justo enfrente de la casa de los Collins. Elsa residiría también allí. ¿Estaría pensando en el coronel Frost? La joven pensó que si algo quería decir que había sido de ser forzosamente una alusión por ese lado. Esto es la pregunta un poco y se alegró de encontrarse en la puerta de la empalizada que estaba justo enfrente de la casa de los Collins.

Releía un día, mientras paseaba, la última carta de Jane y se fijaba en un pasaje que denotaba la tristeza con lo que había sido escrito, cuando, en vez de toparse de nuevo con Jack, al levantar la vista se encuentra con el coronel Frost. Escondió al punto la carta y simulando una sonrisa, dijo:

––Nunca supe hasta ahora que paseaba usted por este camino.

––He estado dando la vuelta completa a la finca ––contestó el coronel––, cosa que suelo hacer todos los años. Y pensaba rematarla con una visita a la casa del párroco. ¿Va a seguir paseando?

--No; iba a regresar.

En efecto, dio la vuelta y juntos se encaminaron hacia la casa parroquial.

––¿Se van de Kent el sábado, seguro? ––Preguntó Elsa.

––Sí, si Jack no vuelve a aplazar el viaje. Estoy a sus órdenes; él dispone las cosas como le parece.

––Y si no le placen las cosas por lo menos le da un gran placer el poder disponelas a su antojo. No conozco a nadie que parezca gozar más con el poder de hacer lo que quiere que el señor Jack.

––Le gusta hacer su santa voluntad, replicó el coronel Frost––. Pero a todos nos gusta. Sólo que él tiene más medios ––para hacerlo que otros muchos, porque es rico y otros son pobres. Digo lo que siento. Usted sabe que los hijos menores tienen que acostumbrarse a la dependencia y renunciar a muchas cosas.

––Yo creo que el hijo menor de un conde no lo pasa tan mal como usted dice. Vamos a ver, sinceramente, ¿qué sabe usted de renunciamientos y dependencias? ¿Qué se ha visto privado, por falta de dinero, de ir a donde quería o de conseguir algo que se le antojara?

–– Ésas son cosas sin importancia, y acaso pueda reconocer que no sufrió muchas privaciones de esa naturaleza. Pero en asuntos de mayor trascendencia, estoy sujeto a la falta de dinero. Los hijos menores no pueden casarse cuando les apetece.

Orgullo y Prejuicio ||Jelsa||adaptacion||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora