Capitulo XXIII

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Elsa estaba sentada con su madre y sus hermanas meditando sobre lo que había escuchado y sin saber si tenían o no contarlo, cuando apareció el propio Sir William Lucas, enviado por su hija, para anunciar el compromiso con la familia. Entre muchos cumplidos y felicitaciones de la unión de las dos casas, reveló el asunto a una audiencia no solo estupefacta, sino también incrédula, pues la señora Bennet, con más obstinación que cortesía, la probabilidad de estar completamente equivocado, y Lydia, siempre indiscreta ya menudo mal educada, exclamó alborotadamente:

––¡Santo Dios! ¿Qué está usted diciendo, señor William? ¿No sabe que el señor Collins quiere casarse con Elsa?

Sólo la condescendencia de un corteano podría haber soportado, sin enfurecerse, aquel comportamiento; pero la buena educación de sir William estaba por encima de todo. Rogó que le permitieron identificar la verdad de lo que dijo, pero escuché todas las limitaciones de impertinencia con la más absoluta corrección.

Elsa se comprometió a ayudar a salir de tan enojosa situación, y confirmó sus palabras, revelando lo que ella sabía por la propia Charlotte. Trató de poner fin a las exclamaciones de su madre y de sus hermanas felicitando calurosamente a sir William, en lo que pronto fue secundada por Jane, y comentando la felicidad que puede esperar esperar, dado el excelente carácter del señor Collins y la conveniente distancia de Hunsford a Londres.

La señora Bennet estaba demasiado sobrecogida para hablar mucho mientras que William permaneció en la casa; pero, en cuanto se fue, se desahogó rápidamente. Primero, insiste en no creer ni una palabra; segundo, estaba seguro de que a Collins lo habían comprometido; tercero, confiaba en que nunca teníamos felices felices juntos; y cuarto, la boda no se llevaría a cabo. Sin embargo, de todo ello se desprendían claramente dos cosas: que Elsa era la verdadera causa de toda la desgracia, y que ella, la señora Bennet, había sido tratada de un modo bárbaro por todos. El resto del día lo pasó despotricando, y no hubo nada que pudiese consolarla o calmarla. Tuvo que pasar una semana antes de que pudiese ver a Elsa sin reprenderla; un mes, antes de dirigir la palabra a sir William oa lady Lucas sin ser grosera; y mucho

El estado de ánimo del señor Bennet ante la noticia era más tranquilo; es más, hasta se alegró, porque de este modo pudo comprobar, según dijo, que Charlotte Lucas, quien nunca tuvo por muy lista, era tan tonta como su mujer, y mucho más que su hija.

Jane confesó que había llevado una sorpresa; pero consideró menos de su asombro que de sus sinceros deseos de que ambos fuesen felices, ni siquiera Elsa pudo ver qué semejante felicidad era improbable. Catherine y Lydia estaban muy lejos de envidiar a la señorita Lucas, pues Collins no era más que un clérigo y el éxito no tenía para ellas más interés que el poder difundido por Meryton.

Lady Lucas no podría resistir la dicha de poder desquitarse con la señora Bennet manifestándole el consuelo que le suponía tener una hija casada; iba a Longbourn con más frecuencia que de costumbre para contar lo feliz que era, aunque las poco afables miradas y los comentarios mal intencionados de la señora Bennet podrían haber terminado con toda aquella felicidad.

Entre Elsa y Charlotte había una barrera que les guardaría silencio sobre el tema, y ​​Elsa tenía la impresión de que ya no volvería a existir verdadera confianza entre ellas. La decepción que se había llevado de Charlotte le hizo volverse hacia su hermana con más cariño y admiración que nunca, su rectitud y su delicadeza le garantizaban su opinión sobre ella nunca cambiaría, y cuya felicidad cada día la tenía más preocupada, pues te hizo ya Una semana que Bingley se había marchado y nada se sabía de su regreso.

Jane contestó en seguida la carta de Caroline Bingley, y calculó los días que podrían tardar en recibir la respuesta. La carta prometida de Collins llegó el martes, dirigida al padre y escrita con toda la solemnidad de agradecimiento que solo un año de vivir con la familia podría haber justificado. Después de disculparse al principio, procedimiento a informar, con mucha grandilocuencia, de su felicidad por haber obtenido el afecto de su encantadora vecina la señorita Lucas, y expresaba luego que solo con la intención de gozar de su compañía se había sentido tan recibido a sus amables deseos de volverse a ver en Longbourn, adonde esperaba regresar del lunes en quince días; pues lady Catherine, agregaba, aprobaba tan cordialmente su boda, que desea se celebrase cuanto antes,

La vuelta de Collins a Hertfordshire ya no era un motivo de satisfacción para la señora Bennet. Al contrario, lo deploraba más que su marido: «Era muy raro que Collins viniese a Longbourn en vez de ir a la casa de los Lucas; resultaba muy inconveniente y extremadamente embarazoso. Odiaba tener visitas dado su mal estado de salud, y los novios eran los seres más insoportables del mundo. » Éstos eran los continuos murmullos de la señora Bennet, que solo cesaban ante una angustia aún mayor: la larga ausencia del señor Bingley.

Ni Jane ni Elsa estaban tranquilas con este tema. Los días pasaban sin que tuviese más noticias que la que pronto se extendió por Meryton: que los Bingley no volverían en todo el invierno. La señora Bennet estaba indignada y no cesaba de desmentirlo, asegurando que era la falsedad más atroz que oír se puede.

También Elsa comenzó a temer, no Bingley había olvidado a Jane, sino que sus hermanas pudiesen conseguir apartarlo de ella. A pesar de no querer admitir una idea tan desastrosa para la felicidad de Jane y tan indigna de la firmeza de su enamorado, Elsa no puede evitar que con frecuencia se le pasase por la mente. Temía que el esfuerzo conjunto de sus desalmadas hermanas y de su influyente amigo, unido a los problemas de la señorita Emma ya los placeres de Londres, puede suponer demasiadas cosas a la vez en contra del cariño de Bingley.

En cuanto a Jane, la ansiedad que esta duda le causaba era, como es natural, más penosa que la de Elsa; pero sintiese lo que sintiese, quería disimularlo, y por esto entre ella y su hermana nunca se aludía a aquel asunto. A su madre, sin embargo, no la contenía igual delicadeza y no pasaba una hora sin hablarse de Bingley, expresando su impaciencia por su llegada o pretendiendo que Jane confesase, si no volvía, la habrían tratado de la manera más indecorosa. Se necesita toda la suavidad de Jane para aguantar estos ataques con tolerable tranquilidad.

Collins volvió puntualmente del lunes en quince días; el recibimiento que se le hizo en Longbourn no fue tan cordial como el de la primera vez. Pero el hombre era demasiado feliz para que nada le hiciese mella, y por suerte para todos, estaba tan ocupado en su cortejo que se veían libres de su compañía mucho tiempo. La mayor parte del día se lo pasaba en casa de los Lucas, y a veces volvía a Longbourn sólo con el tiempo justo de excusar su ausencia antes de que la familia se acostase.

La señora Bennet se sintió realmente en un estado lamentable. La sola mención de algo preocupante a la boda le producía un ataque de mal humor, y dondequiera que pudieran tener podría tener por seguro que oiría hablar de dicho incidente. El ver a la señorita Lucas la descomponía. La miraba con horror y celos al imaginarla su éxito en aquella casa. Siempre que Charlotte venía a verlos, la señora Bennet llegaba a la conclusión de que estaba anticipando la hora de la toma de posesión, y todas las veces que comentaba algo en voz baja a Collins, estaba convencida de lo que hablaban de la herencia de Longbourn y planeaban echarla a ella ya sus hijas en cuanto el señor Bennet pasase a mejor vida. Se quejaba de ello amargamente a su marido.

––La verdad, señor Bennet ––le decía––, es muy duro pensar que Charlotte Lucas será un día la dueña de esta casa, y que yo me veré obligada a cederle el sitio y a vivir viéndola en mi lugar.

––Querida, no pienses en cosas tristes. Tengamos esperanzas en cosas mejores. Animémonos con la idea de que puedo sobrevivirte.

No era muy consolador, que digamos, para la señora Bennet; sin embargó, en vez de contestar, continuó:

––No puedo soportar el pensar que lleguen a ser dueños de toda esta propiedad. Si no fuera por el legado, me traería sin cuidado.

––¿Qué es lo que te traería sin cuidado?

––Me traería sin cuidado absolutamente todo.

––Demos gracias, entonces, de que te salven de semejante estado de insensibilidad.

––Nunca podré dar gracias por nada que se refiera al legado. No entenderé jamás que alguien pueda tener la conciencia tranquila desheredando a sus propias hijas. Y para colmo, ¡que el heredero tenga que ser el señor Collins! ¿Por qué él, y no cualquier otro?

––Lo dejo a tu propia consideración.

Orgullo y Prejuicio ||Jelsa||adaptacion||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora