Capitulo XXXVI

13 0 0
                                    

No esperaba Elsa, cuando Jack le dio la carta, que en ella repitió su proposición, pero no tuve ni idea de qué podría contener. Al descubrirlo, bien se puede suponer con qué rapidez la leyó y cuán encontrando sensaciones de vino a suscitarle. Habría sido difícil definir sus sentimientos. Al principio creyó con asombro que Jack querría disculpar lo mejor que pudiese, pero en seguida se convenció firmemente de que no podríamos darle ninguna explicación que el más elemental sentido de la dignidad no aconsejara ocultar. Con gran prejuicio contra todo lo que él podría decir, comenzó a leer su relato acerca de lo sucedido en Netherfield. Sus ojos grabaron el papel con tal ansiedad que apenas tenía tiempo de comprender, y su impaciencia por saber lo que decía la frase siguiente le impedía entender el sentido de la que estaba leyendo. Al instante dio por hecho que la creencia de Jack en la indiferencia de su hermana era falsa, y las peores objeciones que ponía a aquel matrimonio la enojaban demasiado para poder justicia. A ella le satisfacía que no expresa ningún arrepentimiento por lo que había hecho; su estilo no revelaba contrición, sino altanería. En sus líneas no pensadas más que orgullo e insolencia.

Pero cuando pasó a lo preocupante a Wickham, leyó ya con mayor atención. Ante aquel relato de los hechos que, de ser auténtico, había de destruir toda su buena opinión del joven, y que guardaba una alarmante afinidad con lo que el mismo Wickham había contactado, sus sentimientos fueron aún más penosos y más difíciles de definir; el desconcierto, el recelo e incluso el horror la oprimían. Hubiese querido desmentirlo todo y exclamó repetidas veces: «¡Eso tiene que ser falso, eso no puede ser! ¡Debe de ser el alcalde de los embustes! » Acabó de leer la carta, y sin haber enterado apenas de la última o las dos últimas páginas, la guardia rápidamente y quejándose se dijo que no la volvería a mirar, que no quería saber nada de todo eso.

En similar estado de perturbación, asaltada por mil confusos pensamientos, igualmente paseando; pero no sirvió de nada; al cabo de medio minuto sacó de nuevo la carta y sobreponiéndose lo mejor que pudo, comenzó otra vez la mortificante lectura de lo que a Wickham se refería, dominándose hasta examinar el sentido de cada frase. Lo de su relación con la familia de Pemberley era exactamente lo mismo que él había dicho, y la bondad del viejo señor Frost, a pesar de que Elsa no había sabido hasta ahora hasta dónde había llegado, también coincidían con lo indicado por el propio Wickham . Por lo tanto, un relato confirmado el otro, pero cuando llega al tema del testamento la cosa era muy distinta. Todo lo que tenía dicho dicho acerca de su beneficio eclesiástico estaba fresco en la memoria de la joven, y al recordar sus palabras tuvo que reconocer que tenía doble intención en uno u otro lado, y por los instantes creyó que sus deseos no la engañaban. Pero cuando leyó y releyó todo lo sucedido a raíz de haber rehusado Wickham a la rectoría, un cambio de lo cual había recibido una suma tan considerable como tres mil libras, no pudo menos que volver a dudar. Dobló la carta y pesó todas las circunstancias con su pretendida imparcialidad, meditando sobre las dificultades de sinceridad de cada relato, pero no adelantó nada; de uno y otro lado no tenían más afirmaciones. Se puso a leer de nuevo, pero cada línea probaba con mayor claridad que aquel asunto que ella no creyó que pudiese ser explicado más que como una infamia en detrimento del procedimiento de Jack,

Lo de los vicios y la prodigalidad que Jack no vacilaba en imputarle a Wickham, la indignaba en exceso, tanto más cuanto que no tenía pruebas para rebatir el testimonio de Jack. Elsa no había oído hablar nunca de Wickham antes de su ingreso en la guarnición del condado, lo que le había inducido a su encuentro casual en Londres con un joven a quien solo conocía superficialmente. De su antigua vida no se sabía en Hertfordshire más que lo que él mismo había contactado. En cuanto a su verdadero carácter, pesar de que Elsa tuvo ocasión de analizarlo, nunca detectó deseos de hacerlo; su aspecto, su voz y sus modales le dotaron instantáneamente de todas las virtudes. Trató de recordar algún rasgo de nobleza, algún gesto especial de integridad o de bondad que pudiese la biblioteca de los ataques de Jack, o, por lo menos, que el predominio de buenas cualidades le compensara de aquellos errores casuales, que era como ella se empeñaba en calificaciones lo que Jack tildaba de holgazanería e inmoralidad arraigados en él desde siempre. Se imaginó a Wickham delante de ella, y lo grabó con todo el encanto de su trato, pero aparte de la aprobación general de que disfrutaba en la localidad y la evaluación que por su simpatía había ganado entre sus cámaras, Elsa no pudo hallar nada más en su favor Después de haber reflexionado largo rato sobre este punto, reanudó la lectura. Pero lo que venía a continuación sobre la aventura con la señorita Jack fue confirmado en parte por la conversación que Elsa había tenido la mañana anterior con el coronel Fitzwilliam; y, al final de la carta, Darcy apelaba, para probar la verdad de todo, al propio coronel, cuya intervención en todos los asuntos de su primo Elsa conocía por anticipado, y cuya veracidad no tenía motivos para poner en entredicho. Estuvo a punto de recurrir a él, pero se contuvo al pensar lo violento que sería dar ese paso; desechándolo, al fin, convencida de que Jack no se llegará arribado nunca a un proponérselo sin tener la seguridad absoluta de su primo corroboraría sus afirmaciones.

Orgullo y Prejuicio ||Jelsa||adaptacion||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora