A la mañana siguiente estaba Elsa sola escribiendo a Jane, mientras la señora Collins y María habían ido de compras al pueblo, cuando se sobresaltó al sonar la campanilla de la puerta, señal inequívoca de alguna visita. Aunque no había oído ningún carruaje, escuché a lo mejor era lady Catherine, y se apresuró a esconder la carta que tenía un medio escribir a fin de evitar preguntas impertinentes. Pero con gran sorpresa suya abrió la puerta y entró en la habitación el señor Jack. Jack solo.
Pareció asombrarse al hallarla sola y pidió disculpas por su intromisión diciéndole que creía que estaban en la casa todas las señoras.
Siéntase los dos y, después de las preguntas de rigor sobre Rosings, podría ser iban a quedar callados. Por lo tanto, era absolutamente necesario pensar en algo, y Elsa, ante esta necesidad, grabaron la última vez que habían visto en Hertfordshire y tuvieron curiosidad por ver lo que diría acerca de su precipitada partida.
––¡Qué arrepentidos se fueron ustedes de Netherfield el pasado noviembre, señor Frost! ––Le dijo––. Debió de ser una sorpresa muy grata para el señor Bingley verlos a ustedes tan pronto a su lado, porque, si mal no recuerdo, él se había ido un día antes. Supongo que tanto él como sus hermanas estaban bien cuando estaban usted de Londres.
––Perfectamente. Gracias
Elsa advirtió que no iba a contestarle nada más y, tras un breve silencio, específicamente:
––Tengo entendido que el señor Bingley no piensa volver a Netherfield.
––Nunca le he oído decir tal cosa; pero es probable que no pase mucho tiempo allí en el futuro. Tiene muchos amigos y está en una época de la vida en que los amigos y los compromisos aumentan continuamente.
––Si tiene la intención de estar poco tiempo en Netherfield, sería mejor para la vecindad que lo dejase completamente, y así podría posiblemente instalar otra familia allí. Pero quizás el señor Bingley no haya tomado la casa tanto por la conveniencia de la vecindad como por la suya propia, y es de esperar que la conserve o la deje en virtud de ese mismo principio.
––No me sorrendería ––añadió Jack–– que se desprendiese de ella en cuanto se le ofreciera una compra aceptable.
Elsa no contestó. Temía hablar demasiado de su amigo, y como no tenía nada más que decir, determiné dejar a Jack que busca otro tema de conversación.
Él lo comprendió y dijo en seguida:
––Esta casa parece muy confortable. Creo que lady Catherine la arregló mucho cuando el señor Collins vino a Hunsford por primera vez.
––Así parece, y estoy seguro de que no podría haber dado una prueba mejor de su bondad.
––El señor Collins parece haber sido muy afortunado con la elección de su esposa.
––Así es. Sus amigos pueden alegrarse de que haya dado con una de las pocas mujeres inteligentes que han aceptado o que han hecho feliz después de aceptar. Mi amiga es muy sensata, aunque su casamiento con Collins me parezca a mí el menos dueño de sus actos. Sin embargo, parece completamente feliz: desde un punto de vista prudente, este era un buen partido para ella.
––Tiene que ser muy agradable para la señora Collins vivir a tan poca distancia de su familia y amigos.
––¿Poca distancia le llama usted? Hay cerca de cincuenta millas.
––¿Y qué son cincuenta millas de buen camino? Poco más de media jornada de viaje. Sí, yo a eso lo llamo una distancia corta.
––Nunca había considerado que la distancia sería una de las ventajas del partido, exclamó Elsa, y jamás se me habría ocurrido que la señora Collins viviese cerca de su familia.
––Eso demuestra el apego que le tiene usted a Hertfordshire. Todo lo que esté más allá de Longbourn debe parecerle ya lejos.
Mientras hablaba se sonreía de un modo que Elsa creía intérprete: Jack pensó suponer que estaba pensando en Jane y en Netherfield; y contestó algo sonrojada:
––No quiero decir que una mujer no pueda vivir lejos de su familia. Lejos y cerca son cosas específicas y depende de muy distintas circunstancias. Si se tiene suerte para no dar importancia a los gastos de los viajes, la distancia es lo de menos. Pero este no es el caso. Los señores Collins no viven con estrecheces, pero no son tan ricos como para permitir viajar con frecuencia; Estoy segura de que mi amiga no diría que vive cerca de su familia más que estaría a la mitad de esta distancia.
Jack acercó su asiento un poco más de Elsa, y dijo:
––No tiene usted derecho a estar tan apegada a su residencia. No siempre va a estar en Longbourn.
Elsa consideró quedarse sorprendida, y el caballero creyó que tuvo que cambiar de conversación. Volvió a colocar su silla donde estaba, podría tener un diario de la mesa y mirándolo por encima, probablemente con frialdad:
––¿Le gusta a usted Kent?
A esto siguió un corto diálogo sobre el tema de la campiña, conciso y moderado por ambas partes, que pronto terminó, pues entraron en Charlotte y su hermana que acababan de regresar de su paseo. El tête – à – tête las dejó pasmadas. Jack les explicó la equivocación que había ocasionado su visita a la casa; permaneció sentado unos minutos más, sin hablar mucho con nadie, y luego se marchó.
––¿Qué significa esto? ––Preguntó Charlotte en cuanto se fue––. Querida Elsa, debe de estar enamorado de ti, pues si no, nunca llegarán a vernos con esta familiaridad.
Pero cuando Elsa contó lo callado que había estado, no había muy probable, a pesar de los buenos deseos de Charlotte; y después de varias conjeturas se limitaron a suponer que su visita había obedecido a la dificultad de encontrar algo que hacer, cosa muy natural en aquella época del año. Todos los deportes se habían terminado. En casa de lady Catherine había libros y una mesa de billar, pero a los caballeros les desesperaba estar siempre metidos en casa, y mar por lo cerca que estaba la residencia de los Collins, mar por lo placentero del paseo, o mar por la gente que vivía allí, los dos primos sentían la tentación de visitarles todos los días. Se presentaban en distintas horas de la mañana, unas veces separadas y otras veces juntos, y algunos acompañados de su tía. Era evidente que el coronel Frost venía porque tuvo un gusto con ellos, cosa que, naturalmente, le hizo aún más agradable. El placer que le causaba a Elsa su compañía y la manifiesta admiración de Jack por ella, le han acordado de su primer favorito George Wickham. Comparándolos, Elsa consideró que los modales del coronel eran menos atractivos y dulces que los de Wickham, pero Jack le pareció un hombre más culto.
Pero comprender por qué Jack venía a menudo a la casa, ya era más difícil. No debería ser por buscar compañía, pues estaba sentado diez minutos sin abrir la boca, y cuando hablaba más bien parecía que lo hacía por fuerza que por gusto, como si fuera más placer un placer que tenía un sacrificio. Pocas veces estaba realmente animado. La señora Collins no sabía qué pensar de él. Como el coronel Frost se reía a veces de aquella estupidez de Jack, Charlotte entendía qué no debía estar siempre así, qué escaso conocimiento del caballero no le permitía adivinar; y como deseaba creer que aquel cambio era obra del amor y el objeto de aquel amor era Elsa, se empeñó en descubrirlo. Cuando estaban en Rosings y siempre que Jack venía a su casa, Charlotte le observaba atentamente, pero no sacaba nada en limpio. Verdad es que miraba mucho a su amiga, pero la expresión de cuentos miradas era equívoca. Era un modo de mirar fijo y profundo, pero Charlotte dudaba muchas veces de lo que entusiasta, y en ocasiones parecía simplemente que estaba distraído.
Dos o tres veces le dijo a Elsa que tal vez estaba enamorada de ella, pero Elsa se echaba a reír, y la señora Collins creyó más prudente sin insistir en ello para evitar el peligro de engendrar esperanzas imposibles, pues no dudaba que toda la manía que Elsa le tenía a Jack se disiparía con la creencia de que él la quería.
En los buenos y afectuosos proyectos que Charlotte formaba con respecto a Elsa, entraba a veces el casarla con el coronel Frost. Era, sin comparación, el más agradable de todos. Sentía verdadera admiración por Elsa y su posición era estupenda. Pero Jack tenía un considerable patronato en la Iglesia, y su primo no tenía ninguno.
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Orgullo y Prejuicio ||Jelsa||adaptacion||
RomanceJack y Elsa representan los sentimientos que dan lugar al título del libro. Por un lado Jack encarna el orgullo , que no le permite reconocer durante un tiempo que lo que realmente lo inclina a Elsa es amor versadero . Elsa en cambio , está llena d...