Ingrávidos (3)

142 17 32
                                    

Al día siguiente, a las diez en punto, Leah descendió la escalera que comunicaba todas las plantas del acuario hasta llegar al reino de los acuaristas, comandado por Marcela. Abrió con su tarjeta de empleada la puerta que restringía el acceso a aquellas dependencias, pasó por delante del cuadrante que le daba la vida cada mañana y golpeó con suavidad la puerta de la sala donde los responsables del bienestar de las criaturas marinas se reunían para organizar sus tareas.

La coordinadora, una mujer alta y corpulenta con aspecto severo, estaba explicando en una pizarra algunos detalles de la estrategia de conservación a su equipo, cuyos componentes, sentados en semicírculo a su alrededor, la miraban con atención mientras tomaban notas en sus cuadernos o en las tabletas que la organización les proporcionaba. Lerroux también estaba allí, serio como era habitual en él, pero, como novedad, esta vez llevaba puestas unas gafas de carey, cuya montura redonda le daba un aire de intelectual bohemio que Leah incorporaría a sus fantasías esa misma noche.

- Buenos días, Marcela... -saludó tímidamente. No se esperaba tener que interrumpir una reunión-; perdón por molestaros.

- Hola, ¿qué necesitas? –pese a su apariencia, Marcela se expresaba con jovialidad.

- Pues... Verás, vengo de comunicación, me manda Diana para que os pida ayuda con unos estudios –Leah pensó que sería buena idea comenzar disimulando en vez de ir directa al grano. Todos la miraban. El chico pelirrojo cerró su cuaderno y se giró para ver mejor.

- Podemos dejaros en la intranet todos los que queráis, solo dime el tema -se ofreció la coordinadora.

- En realidad, lo que necesitamos es un traductor... Tenemos un montón de material, pero está en francés y Diana dice que aquí hay gente que habla el idioma y podría ayudarnos... -se aventuró, tan roja como un pomelo.

- Ah, bueno, eso tampoco es problema. Camus, por favor, cuando acabemos la reunión te subes a Comunicación a ver a...

- Leah -completó ella.

- Te subes a ver a Leah y la ayudas con la traducción. No puedo prescindir de Camus toda la mañana, pero si no os corre excesiva prisa, te lo enviaré una horita al día para que te eche una mano, ¿está bien?

- Es perfecto, muchas gracias a los dos -asintió ella con una leve inclinación.

- Muy bien, pues quedamos así. Ahora, con tu permiso, vamos a continuar -sonrió Marcela, dando por terminada la conversación.

Leah salió de la sala y se apoyó en la puerta, exhalando un profundo suspiro, consciente de repente del temblor de sus manos. Había ido mejor de lo esperado: ahora tendría todos los días al chico pelirrojo sentado junto a ella durante una hora... Camus. Se llamaba Camus. Camus Lerroux, el pelirrojo. La vida era maravillosa.

"Se llama Camus y va a subir a ayudarme con la traducción. Me muero", escribió a Judith mientras subía las escaleras a toda velocidad.

Cuando llegó a su puesto, sin resuello, su amiga estaba esperándola apoyada en su mesa.

- Lele, ¿me estás diciendo que el chico de tus sueños va a venir aquí?

- Tía, déjame, tengo que recoger todo, menudo desorden -la chica comenzó a organizar la montaña de documentos que amenazaba con sepultarla cada vez que se sentaba frente al ordenador.

- Anda, trae, que te ayudo... -dijo Judith, con resignación.

Terminada la redecoración de su puesto de trabajo, con pasada de trapo incluida, Leah se sentó, abrió la carpeta compartida y seleccionó el estudio más largo de todos, a la espera de Camus, que no tardó en llegar. Ella fingió estar concentrada en su trabajo hasta que él estuvo de pie a su lado.

- Buenos días, Leah -saludó.

- ¡Ah, hola! No te había visto... Camus. Por favor, siéntate -se levantó con rapidez y acercó una silla a la suya.

- De acuerdo, ¿qué es lo que necesitas que te traduzca?

- Pues son varios estudios, así tenemos material para cuando el blog ande escaso de noticias...

Camus se puso las gafas y observó la pantalla; enseguida comenzó a explicar en voz baja el contenido del texto a Leah, que tomaba notas con rapidez, incapaz de mirarle a la cara. El francés iba desgranando las frases una tras otra, añadiendo alguna aclaración ocasional, mientras ella intentaba no dejarse llevar por el sonido suave de su voz. No quería ni pensarlo, pero tenerle tan cerca por primera vez, sin cristales por medio, era excitante... Sentía un sutil hormigueo bajándole por el estómago en dirección al vientre cada vez que él extendía el brazo, lleno de pecas, para señalar un dato en concreto. Camus olía a una mezcla de hierba recién cortada y sal que la hacía fantasear con lo agradable que sería hundir los dedos en aquella sedosa melena pelirroja.

Terminada la hora de trabajo, que a Leah le parecieron apenas diez minutos, Camus se despidió brevemente con un "hasta mañana" y se marchó para continuar sus tareas. Ella salió al baño a refrescarse la cara, seguida de cerca por Judith:

- Ya no hace falta que se meta en el tanque para mojarse, le has llenado de babas...

- Calla, por favor, qué vergüenza he pasado... Y mañana volverá a subir...

- Con un poco de suerte, te dará un paro cardiaco esta noche y así te ahorrarás el corte -bromeó Judith-. No te preocupes, nena, te ha ido bien. En un par de días, estaréis charlando tan tranquilos.

➢➣➢➣➢➣➢➣➢➣➢➣➢➣➢➣

- Coged uno, ¡es mi cumpleaños! -Víctor, el responsable de redes sociales, paseaba entre las mesas con una bandeja de pastas, ofreciendo a todos los presentes.

Leah y Camus tomaron una cada uno después de felicitar al cumpleañero e hicieron un pequeño paréntesis para degustarlas. Llevaban ya una semana trabajando juntos y, aunque se limitaban a su dinámica profesional, Leah se sentía cómoda en presencia del serio chico pelirrojo.

- ¿A que están ricas? ¡Las ha hecho mi madre!

- ¿A tu edad todavía te hace los dulces tu madre? -se mofó otro empleado.

- ¡No seas envidioso, ya te gustaría que la tuya cocinase como la mía! ¡Cantadme el "cumpleaños feliz"!

Camus miró a su compañera de mesa y le rozó la mejilla con el dedo:

- Tienes una miguita aquí -comentó, sonriendo ante el rubor que la invadía.

- Gra... Gracias...

- Oye, Leah, yo aquí no consigo concentrarme, siempre hay mucho jaleo... ¿Sería posible que a partir de mañana bajases tú? -pidió, mirándola a los ojos.

"Yo voy donde tú quieras", pensó ella, pero tragó saliva y se recompuso para contestar:

- Claro, solo dime a qué hora te va bien y me paso por tu departamento.

Destellos doradosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora