Cita a ciegas (y 5)

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Los pasillos de la facultad de Historia, decorados con todo tipo de motivos navideños, estaban abarrotados de bulliciosos estudiantes que comprobaban sus calificaciones en los tablones y charlaban acerca de sus planes para las inminentes vacaciones

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Los pasillos de la facultad de Historia, decorados con todo tipo de motivos navideños, estaban abarrotados de bulliciosos estudiantes que comprobaban sus calificaciones en los tablones y charlaban acerca de sus planes para las inminentes vacaciones. Iara consultó el esquemático plano de situación en su móvil y se dirigió hacia la escalera que conducía al área de Estudios Orientales, abriéndose paso entre el enjambre humano.

El sombrío corredor al final del cual se suponía que estaba el despacho de Dohko parecía el escenario de alguna película de terror de serie "B", pensó Iara, sin detenerse. Aquella zona estaba prácticamente desierta, en comparación con la algarabía de la planta inferior, lo cual le hizo dudar de su capacidad para orientarse. Continuó avanzando hasta llegar a una puerta en la que un simpático reno de fieltro recordaba al visitante que pronto sería Nochebuena y se fijó en la placa: en efecto, aquel era el sitio que estaba buscando. Golpeó la madera con los nudillos suavemente, a la espera de la contestación:

- ¡Adelante, está abierto!

Iara entreabrió la puerta y se asomó, sonriendo. Dohko se giró hacia ella, con el castaño cabello revuelto, un montón de exámenes en las manos y tres clips entre los dientes:

- ¡Hola, mi amor!

- ¡Iara! ¡Hola! No te esperaba, ¡menuda sorpresa! Entra, por favor -vocalizó como pudo, dejando la pila de papeles sobre la mesa y sacándose los clips de la boca.

- ¿Estás solo?

- Sí, ¿por qué?

La chica se adentró en el despacho y cerró con sigilo.

- Por esto -explicó, abriendo de un solo gesto el abrigo de imitación de piel que la cubría hasta los tobillos.

Dohko la miró, desconcertado por completo ante aquella visión: bajo el abrigo, Iara no llevaba nada, nada en absoluto, salvo las medias negras, rematadas por una ancha blonda de encaje, y unos sencillos zapatos abotinados de tacón alto.

- Joder, sirenita... Eres una diosa... -acertó a decir, incapaz de cerrar la boca.

- Pensé que estarías muy aburrido corrigiendo exámenes toda la mañana y me pareció buena idea pasarme a saludar... -dijo ella, contoneándose al acercarse hasta quedar a la distancia de un beso.

Mirándole a los ojos, Iara le pasó los brazos por la nuca para ofrecerle sus labios; él no tardó en reaccionar, rodeando su cintura y besándola largamente.

- Estás loca...

- Estoy loca por ti, niño tigre -puntualizó ella, al tiempo que él le deslizaba el abrigo por los hombros hasta hacerlo caer al suelo y apretaba sus nalgas entre los dedos con fuerza.

La pareja volvió a besarse, despacio, pero con lascivia: Dohko recorría con sus cálidos labios el arco de cupido de Iara, sus comisuras, cada carnosa curva rosada hasta llegar a la barbilla, para volver a subir y detenerse de nuevo en su boca, deseosa de atenciones, de la cual comenzaban a escapar los primeros gemidos. Ella se desplazó, sin soltarle, hasta quedar apoyada en el borde de la mesa y Dohko la sentó en ella, situándose enseguida entre sus piernas para comenzar a descender por su cuello en dirección a sus pechos. Despejó de un manotazo parte de la mesa y reclinó a Iara sobre la fría superficie, mordiéndole la línea de la clavícula.

Destellos doradosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora