La voz irresistible (6)

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El dormitorio era como un espacio en blanco, con las paredes completamente despejadas y una gran cama rematada por un cabecero de forja. Angelo se recostó en ella e invitó a Cirenia a acompañarle con un gesto de la cabeza. Ella obedeció, tirando de su camiseta para quitársela.

- Joder, llevas más tinta que un calamar -rio, repasando con el dedo el contorno de los diversos animales mitológicos que cubrían el pecho descubierto del italiano.

- Eso no es todo: mira, te llevo a ti -señaló su costado, donde una sirena de cabellos rojizos como los de ella cantaba apoyada en una roca, rodeada de los huesos de los hombres que se habían desviado de su camino por su canto.

- ¡No me lo puedo creer! Pues yo también te voy a sorprender a ti... A su tiempo. Ahora, vamos a jugar -propuso ella, echándose sobre él.

Apenas dos minutos después, Cirenia conservaba solo el liguero y las medias; Angelo, cubierto por un bóxer blanco que resaltaba el tono tostado de su piel y apenas podía contener su durísima erección, se estiró hasta la mesilla, de la cual sacó unas esposas metálicas.

- No son de broma; se las robé a un amigo policía -explicó, sonriente-. El primero que consiga hacer que el otro se corra, se gana el derecho a mandar, ¿qué te parece? La gracia es que cada uno tendrá una mano esposada. ¿Eres diestra?

Ella asintió, notando de nuevo la boca seca por la excitación.

- En ese caso, Caperucita, te daré ventaja: dame tu mano izquierda.

Con habilidad, esposó la muñeca de la chica al cabecero de la cama y, a continuación, su propia mano derecha, de modo que ambos quedaron frente a frente. La tomó por la nuca y la besó profundamente, llevando enseguida la mano a su entrepierna.

- Vamos a arder, pequeña -comenzó a masturbarla con lentitud, arrancándole un suspiro-. Si en algún momento quieres parar de jugar, di "escaramuza". Será nuestra clave.

Usando la mano libre, ella extrajo aquella erección, caliente y palpitante. A continuación, pasó la palma sobre la lengua del hombre y rodeó con ella su miembro, imitando el ritmo con el que él acariciaba su clítoris. Solo los gemidos de ambos rompían el silencio que reinaba en la habitación, hasta que ella notó algo inesperado y bajó los ojos:

- ¿Un "príncipe Alberto"? -inquirió, rozando con el dedo el aro de metal que adornaba el glande de su compañero, que solo asintió- ¡Oh!... ¡Y llevas toda una escalera!

Angelo se echó a reír ante su entusiasmo: efectivamente, no solo llevaba un piercing en el extremo del pene; una hilera de cinco aros, ordenados por tamaño, decoraba la piel de su escroto.

- Puedo quitármelos, si te impresionan -susurró la voz volcánica de él, introduciendo hasta el nudillo un primer dedo en su húmedo interior.

- ¡Qué dices! Me encanta... Nunca había estado con un tío tan perforado... Tienes el pack completo, solo falta que te saques un reloj del trasero -respondió ella, riendo a su vez.

- Entonces, córrete ya y podrás descubrir qué se siente cuando te folle con esto -sugirió él, lamiéndole la boca.

- Córrete tú y sabrás qué se siente cuando te cabalgue...

Ambos luchaban con esfuerzo por proporcionarse placer mutuamente, sin dejarse llevar, pero al final el italiano fue quien, con tres dedos dentro de Cirenia y el pulgar sobre su clítoris, consiguió hacerla estremecerse y maldecir. Ella apretó la mano en torno a su miembro, moviéndola más rápido, pero era demasiado tarde.

- ¡Has perdido! -anunció él, con tono triunfal- Ahora me perteneces -abrió las esposas para sacar la mano y sujetar las dos de la chica, que se retorcía, expectante-. Por cierto, no te enfades, pero la ventaja que te di no era tal... ¡Soy zurdo!

Destellos doradosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora