9. PROPÓSITO

208 25 9
                                    


Hisoka abandonó su refugio al pie del árbol y comenzó a caminar sin rumbo. Era evidente que Feitan y los otros no estaban interesados en perseguirle. Esa noche asó dos conejos en una fogata y quemó una de las cartas. Bastaba con que conservara esas palabras en su memoria.

Al día siguiente, bajo un sol de agobio, se bañó en una laguna escondida y lavó su ropa. Frunció el ceño al ver su cuerpo maltrecho y su brazo derecho que dolía a pinchazos en la unión, justo donde la piel comenzaba a tomar un tono oscuro preocupante. Lo cubrió con Nen, rasgó una tira de su remera y se vendó. La presión de la tela ayudó a aliviar el dolor.

Mientras su ropa se secaba al sol, leyó otra vez la segunda nota escrita por Chrollo; la que contenía un símbolo desconocido y unas anotaciones al margen. Una de ellas decía "preguntale a Machi". Arrugó la nota y se llevó la mano a la frente. Otra vez las ganas de morir comenzaron a abrumarlo; le dolió el alma el pensar que defraudó a Chrollo, que ni siquiera podía saber si la chica estaba aún con vida. Apretó los dientes y lo culpó por subestimar los deseos de venganza de sus compañeros.

Dejó el papel bajo una piedra y mientras se vestía pensó en lo que debía hacer a continuación. No tenía idea; las peleas ya no significaban nada, no tenía adónde volver y, además, era un prófugo, un monstruo al que todos odiaban. Sintió un sabor amargo en la boca. Su amada libertad se le hizo pesada y sin sentido. Plegó el papel y lo guardó en su bolsillo. Comenzó a caminar siguiendo su propia intuición. Se preguntó si Chrollo no habría previsto esto también; darle una tarea, un nuevo propósito que lo impulse a seguir adelante.


***

Escuchó pasos cerca de su cabeza. Pensó que, por fin, ya todo terminaría, pero el sonido se detuvo. Esperó; le ganó la ansiedad y abrió un ojo con dificultad, el que no apoyaba en la tierra. Vio borroso al principio, luego distinguió unos zapatos de tela rústica frente a él. De una patada podrían arrancarle el ojo, pero la persona estaba inmóvil. Sintió bronca y asco de sí mismo, así indefenso como estaba.

—Dale... matame... —gruñó.

La persona se agachó en cuclillas. Hisoka se tensó y expulsó un Nen amenazante.

—Tranquilo, vine a ayudar —dijo la voz, masculina y joven, que le resultó familiar—. Soltalo, ya está muerto.

Las manos tocaron su hombro y bajaron hasta lo que retenía entre sus brazos, pegado a su pecho. Recién ahí Hisoka notó la textura peluda, suave y el cuerpo rígido. Aflojó la presión, pero cuando sintió el objeto desprenderse, una sensación de extrema angustia lo estremeció. Volvió a abrazar el cuerpo peludo. La persona dejó de insistir.

—Está bien, no te lo saco. Te voy a curar, tranquilo —dijo la voz, con una mano apoyada en su hombro. A Hisoka le pareció que una capa de Nen se extendía por sobre la suya; era suave y reconfortante, tanto que sintió dolor en el pecho, pero no lloró. Lo último que vio antes de quedarse dormido, fue una brillante cruz plateada que colgaba de una cadena y se acercaba a su cuerpo.

El olor a pescado asado lo despertó. Se incorporó despacio, notó que el cuerpo le dolía, pero no tanto como antes.

—¿Tenés hambre? Eso es bueno. Vení, ya están listos.

Hisoka se acercó a la fogata y tomó el pescado que le extendió el joven. Mordió el primer bocado; la carne fuerte y salada se disolvió en su boca. Una urgente necesidad de alimentarse, de seguir vivo lo asaltó; devoró lo que quedaba en segundos. El muchacho sonrió y le alcanzó el segundo.

Ojos de Sangre || Hisokuro (En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora