8. PUENTE - parte 2

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Hisoka y Machi se levantaron sobresaltados al reconocer la voz de Phinks a sus espaldas, al otro lado de la fogata. Las llamas iluminaron los rostros severos de los tres hombres del Gen'ei Ryodan, dándoles un aspecto amenazante.

—¿Qué estás haciendo, Machi? —preguntó Feitan con su voz suave y pausada, pero cargada de tensión y enojo. Al mismo tiempo Nobunaga empuñó su espada; la hoja asomó unos centímetros fuera de la vaina. El resplandor dorado del fuego brilló en el filo acerado y en los ojos de Hisoka, quien se adelantó listo para atacar al samurái.

—¡Basta! ¡No peleen! —ordenó Machi, interponiéndose y obligando a Hisoka a dar un paso hacia atrás para hacerle lugar y alejarla de las llamas que se agitaron por los movimientos bruscos. Unos guijarros cayeron por el precipicio que se abría amenazante a sus espaldas.

Nobunaga, sin moverse de su lugar, desenvainó por completo su katana. Hisoka tensó todo su cuerpo, un Nen rosado brilló con intensidad en sus manos crispadas. Phinks se movió hacia el costado, rodeando la fogata y quedando a dos pasos de Machi. El único que no hizo ningún movimiento fue Feitan; se limitó a observarlos detrás del fuego, justo al lado del samurái.

Machi miró a sus compañeros, uno por uno. Sabía muy bien que en cuanto se corriera un centímetro se lanzarían sobre Hisoka. No es que creyera que el luchador no pudiera defenderse, ni mucho menos. Al contrario, si se enfrentaban sería una masacre, y más de uno terminaría muerto en un enfrentamiento sin sentido.

—Machi, vení —ordenó Phinks, acortando la espera. Extendió la mano invitándola a salir del cerco que formaba con sus compañeros. La contracción de su mandíbula dio claras muestras de que no se trataba de un pedido de cortesía.

—¡No! —exclamó Machi ofendida y, con el mismo tono de autoridad que ellos usaban, continuó—. Son ustedes los que tienen que irse ¿Qué quieren ahora?

—Machi, ¿por qué defendés a esta basura? —El tono frío y pausado de Feitan, casi sin levantar la voz, logró erizar los pelos de la nuca de la chica.

La mano rechazada de Phinks se cerró en un puño, mientras la katana de Nobunaga se movió en un lento arco ascendente. Feitan, justo al frente, la miraba con sus ojos achinados, fríos como los de una serpiente a punto de saltar. A sus espaldas pudo sentir el respirar tenso de Hisoka; supo que él se estaba conteniendo sólo por ella, pero que bastaría apenas un movimiento, una orden tan sutil como una mirada para que lanzara sus naipes y su temible Goma Bungee contra sus compañeros. Pero, defenderse de tres miembros del Ryodan desde tan corta distancia y salir ileso era algo imposible, incluso para Hisoka. Eso, sin contar con que algún otro integrante podría estar oculto entre las sombras. Este pensamiento hizo que Machi se decidiera. Respondió con tono desafiante.

—Yo cumplo órdenes de Chrollo ¿Cuál es tu excusa?

—¡Callate, puta! ¡Vos saltás de cama en cama! —exclamó Nobunaga, con el rostro rojo de ira. Feitan abrió su paraguas y una nube de chispas llenó todo el espacio, revoloteando sobre las llamas que se elevaron y agitaron por el movimiento. Phinks se movió hacia el centro del círculo, pero falló en su intento de sujetar a Machi, quedando en cambio atrapado por la goma Bungee de Hisoka, que lo arrastró directo hacia su puño; el golpe lo lanzó varios metros hacia un costado, cayendo justo al borde del precipicio. Machi sujetó con sus hilos de Nen la espada que Feitan había sacado de su paraguas, justo antes que alcanzara el cuerpo de Hisoka.

—¡Traidora! —rugió Nobunaga, al mismo tiempo que embistió con su katana hacia adelante. Hisoka reaccionó de inmediato dándole un golpe directo en el pecho que lo lanzó hacia atrás, fracturándole un par de costillas.

—¡Basta! —gritó Machi, interponiéndose nuevamente entre Hisoka y los demás. Golpeó con su puño cerrado el pecho del luchador a sus espaldas, para detenerlo. Él en cambio la tomó de los hombros para hacerla a un lado. Con un grito más parecido a un gemido lastimero, Machi volvió a golpear el pecho de Hisoka con insistencia, y cuando éste bajo la vista y tomó el sobre arrugado de sostenían sus dedos pequeños, ella aprovechó para girar y empujarlo hacia atrás con todas sus fuerzas. Sorprendido, Hisoka quedó tambaleante al borde del precipicio.

—¡Nobunaga! ¿Qué hiciste? —gritó Feitan, conmocionado. Todas las miradas se dirigieron hacia la espada del samurái: gruesos hilos de sangre cubrían la bella hoja de acero y terminaban cayendo sobre el piso salpicado de brasas encendidas. Los ojos dorados de Hisoka se volvieron hacia Machi, quien cayó sobre sus rodillas, sujetándose a las piernas del hombre. Su mano pequeña apretaba un profundo corte en su costado, mientras su cadera y muslos se teñían rápidamente de un color oscuro.

—¡Machi! —gritó Hisoka, agachándose para ayudarla.

—¡No! ¡Andate! —gritó ella, al tiempo que se impulsó y lo empujó con todo su cuerpo, potenciando el impacto con un Ren brillante. Sus brazos extendidos y sus manos cubiertas de sangre finalmente lo arrojaron fuera del borde.

Como si cayera en cámara lenta, Hisoka pudo ver el fuego que se reflejaba en el borde del pelo rosado, en contraste con las estrellas que titilaban de fondo; el torso de la chica que asomaba por el borde del risco, y que era rápidamente sujeto por los brazos de Phinks que la sostenían y llevaban hacia atrás, poniéndola a salvo. Logró ver las pequeñas manos extendidas, que parecían decirle adiós. No pudo ver su rostro, oculto a contraluz. Pensó por un segundo en lanzar la Goma Bungee e impulsarse hacia arriba, pero una fuerte corazonada lo hizo desistir. Había algo en aquella voz femenina, en esa orden terminante de su grito y de todo su cuerpo menudo, que le impedía volver a acercarse. Entonces, cerró los ojos, se hizo un ovillo y se rodeó de una cubierta de Nen, que esperaba fuera lo suficientemente fuerte para amortiguar su caída entre los espesos árboles que cubrían el fondo del precipicio.

Ojos de Sangre || Hisokuro (En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora