Era muy temprano por la mañana cuando Emilie despertó. Había amanecido y se escuchaba a lo lejos las voces de las personas que hacían el montaje de un mercado. Bajó un largo camino hasta que llegó a la pequeña comarca. Por suerte no había sido vista por los habitantes, pues le verían como una extraña que viene del bosque embrujado.
- Esto es maravilloso –Dijo muy emocionada.
Estaba impresionada de la simplicidad de los habitantes. Disfrutaba los olores de las frutas y verduras que exhibían en las destartaladas carretas y se deslumbraba al ver los coloridos avisos de las pequeñas tiendas. Era un mundo distinto al que conoció, sencillo y sin elegancia, sin los lujos que estaban comenzando a aburrirle.
- ¿Desea comprar algunas manzanas? –Preguntó una señora de baja estatura, cuerpo robusto y un pañuelo en su cabeza que cubría su enmarañado cabello.
- Oh, me gustaría mucho... pero no tengo donde llevarlas –Respondió algo entristecida.
- Puedes comprar una cesta –Dijo señalando a un anciano que estaba a unos pocos metros.
- Si, lo haré –Asintió con la cabeza.
Revisó su dinero y pagó con la moneda de oro. El anciano se sorprendió al ver esto, pues no era muy usual que las personas de clase media tuviesen monedas de tan alto valor. Emilie ignoraba esto por completo.
- Muchas gracias –Agradeció a la señora que vendía frutas, tras recibir las jugosas manzanas en su cesta.
La princesa se sentó en el borde de una pequeña fuente que señalaba el centro de la plaza principal de la comarca. Suspiró.
¿Cómo había podido privarse de un lugar tan pintoresco y lleno de tanta gente diferente? Siempre veía a las mismas personas en el castillo pero sentía que tenía un mundo que recorrer y conocer. Se encontraba muy emocionada.
- Que deliciosa –Dijo con encanto al morder una de las manzanas.
Un hombre bastante delgado y de espesa barba negra se acercó a su lado sin que ella le hubiese visto.
- Hola pequeña, ¿necesitas ayuda? –Preguntó misteriosamente.
- N-no, estoy bien –Respondió sorprendida al verlo tan cerca.
- Parece que necesitas ayuda con eso.
- ¿Qué cosa? –Preguntó mirando a un lado.
El extraño hombre corrió a toda velocidad. Segundos antes Emilie sintió que le habían sacado algo de su bolsillo.
- ¡Mi dinero! –Gritó en voz alta.
Corrió y persiguió al hombre, pero no logró alcanzarlo y observó cómo se alejaba hasta desaparecer de su vista.
- Me he quedado sin dinero –Se dijo a sí misma, temblando de miedo- Y sin mis manzanas –Agregó al ver que su cesta había volcado su contenido a un charco de agua sucia en un bache de la calle de piedra.
Nunca había sido asaltada. De hecho, siempre se sentía segura en su castillo, rodeada de sus fieles guardias.
Caminó nerviosa hasta una tienda en la que pensó que podían recibirle.
- Disculpe, ¿podría darme algo de comer? –Preguntó ingenua.
- ¡¿Quién eres tú?! –Preguntó la flacucha mujer cuyo rostro severo le intimidó.
- E-eh, lo siento. Me han robado y me pregunto si podría darme algo de comer y mañana mismo se lo pagaría.
- ¡No te conozco y no pienso darte nada! –Respondió en voz alta.
- En verdad, perdóneme. No era mi intención molestarle –Disculpó Emilie.
- Hay muchos ladrones en este lugar y no se puede confiar en nadie hoy en día, ¡vete de aquí!
La princesa corrió despavorida del sitio y notó como la dueña volteaba el aviso que descansaba en la puerta para que dijera CERRADO.
- Vaya, la gente no es tan agradable como pensé –Dijo- Ahora debo pensar que hacer... no puedo regresar al castillo ya que es apenas medio día y faltan alrededor de siete horas para que anochezca.
Suspiró.
Ya no le apetecía caminar, aunque sabía que no tenía nada más de valor para que le pudiesen robar. Debía esperar varias horas y resistir el hambre que tenía.
- Nunca había sentido este dolor –Pensó, envolviendo su abdomen con sus brazos.
Sentada al borde de la fuente, permaneció por casi una hora hasta que decidió caminar para distraer su mente y olvidar que su estómago le exigía comida.
- Me gustaría estar en el castillo para disfrutar de un delicioso platillo preparado por Capucine –Pensó.
Seguía mirando las tiendas, las casas y los cafetines. Por un momento quedó embelesada mirando unos frescos panes que habían puesto en un mostrador al aire libre y fue echada por el hombre que atendía.
- Parece que las personas están aterradas de algo, desconfían de los extraños –Dijo en voz baja- Igual que en el castillo no reciben gente desconocida.
Siguió caminando hasta que divisó al hombre de barba negra.
- ¡Es él! –Dijo muy sorprendida, escondiéndose en un pequeño callejón que separaba dos tiendas- ¡Debo reprenderlo!
Sin saber qué hacer, tomó uno de los sartenes que mostraba un señor en su tienda y corrió hasta el malhechor.
- ¡Oye, tienes que pagar eso! –Gritó el vendedor.
El ladrón volteó al escuchar aquel grito y en ese momento su rostro fue volteado por el fuerte golpe de la paila que había tomado Emilie. Ella siguió arremetiendo el objeto contra él hasta que vio caer de sus manos su bolsita con dinero.
- ¡Esto es mío! –Le gritó- ¡Ladrón!
La gente volteó pero no se veía sorprendida.
La princesa acudió a la mesa donde había tomado el sartén y le dio una moneda de oro al dueño.
- Disculpe las molestias que he causado. Tome esto en compensación, pues me ha sido útil.
La joven caminó por la ciudad y ató muy bien la elegante bolsa de tela en su fino cinturón. Se cubrió bien con la capa que había llevado y siguió adelante, estando muy alerta de las personas a su alrededor.
Aún así, estaba contenta de tener su dinero de vuelta y así podría comer.
Había un restaurante cubierto de hiedra y con una gran puerta de madera oscura, que parecía ser bastante famoso en la comarca pues tenía mucha gente.
- De seguro allí sirven comida deliciosa –Pensó esperanzada.
Entró lentamente y sintió algo de temor al ver que habían más personas de lo que se pensaba.
- Disculpe, podría decirme ¿qué sirven de comer? –Preguntó con bastante timidez.
- ¡Tenemos un excelente caldo de carne con papas! –Respondió con mucho entusiasmo la regordete mujer que cargaba un delantal blanco con algunas pequeñas manchas. Tenía cierto parecido con Capucine.
- M-me parece bien –Tartamudeó.
- ¡Siéntate por aquí! –Dijo, acompañándola a una mesa solitaria.
Todos en el sitio charlaban amenamente, excepto ella que los observaba maravillada al ver tanta confianza.
- De seguro todos se conocen en este lugar –Pensó sintiendo algo de envidia por aquellos que eran podían charlar con sus vecinos.
Esperó por poco tiempo y la señora le sirvió la sopa y un vaso con agua.
- ¿Deseas algo más? –Preguntó con disposición.
- No se preocupe, tenga aquí –Dijo Emilie, dándole una moneda de oro.
La mujer la tomó y se fue.
Emilie probó la sopa. No tenía un sabor tan exquisito como lo que siempre comía en su casa, pero de algo estaba segura: era deliciosa.
- Aquí tiene el cambio –Dijo la mujer que sin darse cuenta la princesa que había regresado.
- Gracias –Y agregó- Esto está delicioso.
- ¿De verdad lo crees? –Preguntó halagada y con una gran sonrisa en sus labios- Puedes venir cuando desees.
Al terminar de comer, la joven siguió sentada observando a las personas: la forma en que hablaban, los términos que utilizaban y la alegría que irradiaban. Era como estar en otro planeta, en uno muy agradable y amistoso con sus excepciones. A pesar de sufrir un asalto, todo había salido bastante bien y seguía sintiendo esa euforia que le erizaba los cabellos.
Pasaron varias horas sin que Emilie se diese cuenta. Había estado tan distraída observando todo que perdió la noción del tiempo. Estaba anocheciendo y debía ir al bosque para llegar al castillo apenas se hiciese de noche.
Entró sin temor alguno y caminó cuesta arriba. Escuchaba los pájaros que se refugiaban en los árboles para dormir y al cabo de un rato dejaron de cantar. Había estado sumida en sus pensamientos hasta que notó cuan oscuro estaba el lugar. Aunque sus ojos se habían acostumbrado a la penumbra, tenía miedo de tropezar con algo.
Transcurrieron largos minutos de silencio y se escuchó el agudo sonido de un cuervo que huyó de un árbol.
- Uff, que susto –Suspiró.
Siguió andando y vio un extraño brillo que le seguía.
- ¿Podrá ser un fantasma? –Pensó recordando una de las historias que había leído.
Caminó de prisa desviando su rumbo, pero la luz se desvió también al mismo sentido de ella. Se llenó de miedo pero siguió corriendo hasta que sus piernas se entumecieron y tropezó con la raíz de un árbol.
- ¡No me hagas nada, por favor! –Rogó llena de pánico.
Escuchó un leve gruñido y al voltear vio a una temible criatura. Era el hombre lobo que mostraba sus grandes y filosos colmillos al ver que alguien invadía el bosque que se había convertido en su morada. La joven se incorporó rápidamente y corrió hasta llevar a la puerta principal del castillo.
- ¿Qué es eso? –Preguntó uno de los soldados al ver la luz acercarse a la reja.
Los hombres al no poder distinguir con claridad lo que era, abrieron la reja para acercarse. Emilie entró sin que se dieran cuenta por su invisibilidad y corrió hasta la puerta principal. La abrió y entró en silencio. Su sombra, aquella que le suplantaba durante su ausencia, estaba esperándole. Le tomó de la mano y llevó hasta la habitación.
- Todo ha estado bien –Respondió la doble que ahora estaba dentro del espejo.
- ¿Qué sucedió el día de hoy? –Pregunto Emilie, mientras se quitaba su traje.
- Pasé el día en la habitación, tal y como lo haces siempre.
- Perfecto –Respondió.
Extremadamente cansada se acostó en su cama. Había pasado varios sustos pero a fin de cuentas fue un día productivo. Se quedó pensando en el hombre lobo que le gruñía y emanaba un brillo extraño. Sin darse cuenta, se quedó dormida.
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Emilie y el Hombre Lobo
WerewolfCansada de las restricciones, Emilie logra cumplir su más grande anhelo: salir del castillo. Si tan solo hubiese sabido por qué le era prohido hacerlo, probablemente no se hubiese atrevido...