Capítulo 12

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La princesa bajó hasta la comarca, tomando otra ruta para llegar a la misma. Se vio envuelta de bajos edificios de dos plantas que tenían jardineras en cada una de sus ventanas. El alegre colorido de las pequeñas flores que cultivaban sus dueños, le hacía recordar ligeramente el jardín del castillo.
- Cuanto me gustaría tener plantas así en mi balcón –Pensó.

Caminó por la calle y se sentó en una banca para escuchar el suave canto de las aves. Varios niños corrieron cerca y se le acercaron.
- Hola –Les saludó.
- Hola, ¿Quién eres? –Preguntó la pequeña niña que había estado ansiosa por comer dulces aquella vez que fue al bosque.

Emilie pensó rápidamente y comprendió que no debía decir su nombre, pues podían reconocerle de alguna manera.
- Me llamo Selene –Mintió, recordando el nombre de su vieja muñeca favorita.
- Juega con nosotros –Invitó uno de los pequeños.
- Está bien –Aceptó, sonriente.

La princesa jugó con los pequeños por un par de horas. Un tanto cansada, sonrió y se dijo a sí misma:
- Ya no tengo la misma energía que cuando era niña –Y rió.

Terminados los juegos, las charlas sobre monstruos comenzaron a aflorar.
- Selene, ¿has visto al hombre lobo?
- ¿Al hombre lobo del bosque?
- ¡Sí! –Asintió la niña- Nosotros lo vimos hace poco. Nos quería devorar –Aseguró.
- ¿Devorar? –Preguntó bastante extrañada- ¿Quién te dice que quería comerte, Paula?
- Fulvio lo vio levantarse como si quisiera atacarle –Comentó un niño.
- No creo que el hombre lobo sea malo –Respondió con prudencia- Probablemente está asustado porque no tiene amigos.
- ¿Cómo va a tener amigos si asusta a todos?
- Puede ser que quiera tener amigos pero no sabe hacerlos.

Emilie lo pensó bien y comprendió cuan solo debía sentirse. Tras alejarse de los niños, compró una cesta con frutas y se adentró en el bosque.
- ¿Hola? –Dijo en voz alta, esperando ser escuchada por la peluda criatura- ¿Estás allí? –Preguntó.

No escuchaba más que el canto de las aves. Se adentró en la espesura de la maleza hasta que el silencio la invadió y se detuvo.
- ¿Hay alguien allí?

El chillido de unos cuervos asustados le sorprendió y al mirar atrás, se consiguió con un leñador.
- ¡Señorita! ¡No debe estar en el bosque!
- D-disculpe –Tartamudeó- Estoy buscando a... -Se detuvo al caer en cuenta que no podía decir a quien- un amigo.
- ¿Tienes un amigo perdido en el bosque?
- Tenía –Mintió, procurando terminar la conversación- Creo que se fue a la comarca. Iré para allá.

Emilie caminó a toda prisa hasta perder de vista a aquel hombre.
- Uff –Suspiró- No debe saber nadie que estoy entrando a este lugar. Pensarían que soy un monstruo –Razonó- De ahora en adelante, cuando entre al bosque debo hacerlo con disimulo.

Parecía tarea fácil en un principio pero no resultó así.
La joven doncella se escondió tras un árbol al escuchar unos suaves gruñidos. Miró al otro lado y pudo ver al hombre lobo dormido.
- Hola –Dijo susurró- ¿Estás dormido?

La criatura se despertó desorientada.
- No quería molestsarte, pero te traje algo de comer.

Él se rascó tras su cabeza ante tal sorpresa.
- No pudimos hablar mucho aquella vez –Comentó tímidamente- Mi nombre es Emilie.

Éste tosió al atragantarse.
- ¿Emilie? –Preguntó- He escuchado tu nombre en mis sueños.
- ¡Oh, también sueñas! –Dijo conmovida.
- Por supuesto –Asintió- Mi nombre es Thanos –Respondió, notando que no podía pronunciar su nombre real.


- ¿Quién te puso ese nombre?
- Así me llamó aquella mujer...
- ¿Quién?
- Por alguna razón he olvidado mi pasado. El recuerdo más viejo que tengo es el de una mujer de oscuras vestimentas que me llamó así.
- Es bastante extraño... -Susurró Emilie- Sin embargo, ¿Tienes familia? ¿Dónde están tus padres?
- No lo sé. Hace un poco más de 10 años que estoy aquí. Desperté una mañana y escuché la voz de aquella mujer que me llamó Thanos. Dijo algo sobre quedarme aquí por siempre.
- Estar en la intemperie durante toda tu vida, ¡qué horror! –Dijo aterrada- De seguro te sientes solo durante todas las noches –Supuso- Y habrá frío y animales peligrosos en la oscuridad.
- No creo que haya uno tan peligroso como yo –Aseguró mostrando sus afilados dientes en una gran sonrisa.

La princesa miró hacia el cielo y recordó el hermoso rostro del hada Ámbar. Pensó contarle a Thanos sobre ella, pero optó prudentemente por callar.
- Y dime, ¿qué cosas te gustan? –Preguntó con curiosidad- Nunca he sabido de los gustos de un hombre lobo.
- Tal vez porque soy el único que has conocido –Respondió bajando la mirada.
- Eres el primero –Y sonrió.
- No sé qué cosas me gustan. Nunca he hecho algo especial.
- Oh, ¡pobrecillo! –Lamentó cubriendo su boca con sus manos.

El silencio les envolvió como un manto invisible y los dos se sintieron incómodos.
- Mañana volveré –Aseguró- Y te mostraré algunas cosas.
- No necesito cosas de humanos –Respondió Thanos, bastante reacio.
- ¿Por qué?
- No quiero nada con ellos, solo desean lastimarme.
- Tal vez es porque no te conocen.
- ¡Me odian porque soy diferente! ¡No tienes idea lo que es huir día y noche para evitar que me cacen como a una bestia! –Gruñó muy irritado.
- Pero, luces como una... creo –Dijo en voz baja.
- ¡Las bestias no hablan como yo lo hago! –Gritó con su grave voz- ¡¿Crees que me gusta ser juzgado como si fuese un ser inferior?!
- N-no era esa mi intención –Dijo con nerviosismo.
- ¡Eres como los demás! ¿Piensas tratarme como un animal? ¿Quién te envió? –Preguntó.
- ¿Enviarme? ¿Para qué?
- No te hagas la tonta, ¡de seguro alguien te envió para espiarme!
- Oh no, ¿cómo podrá ser? –Preguntó asustada.
- ¡Lárgate! ¡Eres como los demás! –Gritó con ira.

Emilie se apartó sin quitarle la mirada.

- ¡Me estás asustando!
- ¡Fuera! –Gritó.

La joven aterrada corrió a través del bosque y llegó hasta la comarca, huyendo de los potentes gritos que parecían más bien gruñidos. Llegó hasta la plaza principal y allí se sentó a llorar sobre sus rodillas.
- ¿Estás bien? –Preguntó una mujer quien cargaba en brazos a un pequeño niño.
- S-Si, solo me siento mal –Mintió para ocultar el temor que sintió.

La princesa no comprendía por qué Thanos reaccionó de manera tan resentida. Y luego de pensarlo por largos minutos, consideró una razón: soledad.
No sabía si volver al bosque nuevamente. Podría ser atacada por el hombre lobo, pero si no iba lo dejaría solo nuevamente. Él debía aprender a confiar en ella pues sabía perfectamente que jamás le haría daño aunque fuese una criatura temible.

Emilie y el Hombre LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora