No sabía que hacer en ese momento. Los gemelos estaban con el horno, derritiendo el metal; Dylan afilaba y preparaba las armas, y sacaba brillo a las armaduras; Scott se encargaba de darle forma al metal derretido que los irlandeses le entregaban. Y el rubio vendía los productos que ya llevaban hechos de antes. Se sentía un poco inútil. Al fin y al cabo, ahora era un aprendiz, y su maestro debía decirle qué hacer.Scott se le quedó mirando, preguntándose por qué no hacía nada. Hasta que se dio cuenta de su fallo. Le llamó la atención, y le dijo que ayudase al galés con las armaduras. Asintió con su sonrisa, yendo hacia el de pelo anaranjado claro. Su trabajo era muy sencillo: pasar un trapo mojado sobre las armaduras que ya estuviesen pulidas para limpiarlas, y luego dejarlas en una zona reservada para el secado de las piezas. Al principio no lo entendía, le costaba saber cuales tenía que limpiar y cuales no. Menos mal que Dylan era un buen chico y le dijo que hacer, como y cuando. Quitando ese pequeño problema del principio, se le dio muy bien lidiar con las armaduras mientras el otro se encargaba de las armas, y al galés le gustaba su ayuda y su compañía.
El inglés atendía a los clientes con su característica personalidad directa, pero no por ello sin delicadeza alguna. La mayoría eran plebeyos de nobles importantes, que eran mandados a comprar nuevo armamento. A muchos no los conocía de nada, y tampoco le importaba conocerlos, pero ese día un amigo decidió hacer acto de presencia. Un chico de pelo castaño claro, muy alborotado y con dos mechones en contra del resto, con ojos verdes pálido, acompañados de unas cejas un poco exageradas y una pequeña venda en el tabique nasal. Era Kyle, su primo. El que hacía allí, eso ya era un misterio. Esperaría a que le tocase para preguntarle.
— Muchas gracias por comprar aquí señor. Pase un buen día -se despidió de un cliente, y llegó el turno de su primo-. ¡Buenos días Kyle! No esperaba verte por aquí. ¿No te habías mudado a otro feudo un poco más al sur del reino? Decías que no te gustaba la temperatura de aquí.
— Sí, ahora mismo estamos de paso. Jack quería ir a una feria por aquí cerca, y no iba a dejarle solo. ¡Eso no es lo que hacen los hermanos! -lo exclamó completamente feliz; estaba muy orgulloso de su hermano pequeño.
— Bueno, a menos que seas Scott.
— Ya, ¡pero es que tu hermano está en otra liga! -ambos rieron, y les contagiaron su risa a otros clientes que estaban detrás del australiano.
— Cierto, muy cierto. Ah, Kyle, ¿qué es lo que quieres? Porque habrás venido para comprar, ¿no?
— ¡Santo cielo, se me había olvidado! Necesito una pequeña daga, de esas que solo Ciam sabe hacer. ¿Tienes alguna? -pidió sonriente.
— Creo que sí, espera un momento. ¡Fernández, ven aquí!El castaño dejó justamente de limpiar la última armadura cuando Arthur le llamó. Llegó al puesto de venta, y le exigió una daga hecha por el mayor de los irlandeses. El español asintió, y fue a preguntarle al creador de la supuesta daga. Claro, el oceánico estaba muy sorprendido al ver al chico nuevo en la herrería. No sabía muy bien que decir en ese momento, sintiéndose un poco incómodo.
Antonio regresó con tres dagas en mano, y el anglosajón le dijo que volviese al trabajo. El australiano tenía unas dudas que, como era lógico, quería solucionar, pero el problema era ese mismo. ¿Cómo lo haría sin ser muy directo con su primo? El rubio era un poco explosivo en ese sentido.
— Oye, Arthur, ¿sabes quién es él? -dijo el de ojos pantano.
— Claro. Scott decidió acoger a un aprendiz; ha empezado esta tarde -soltó, colocando las dagas en la mesa del mostrador-. Aunque es un poco tonto, parece que sabe hacer las cosas. Hasta que se queme, y eso será divertido de ver.
— No te has dado cuenta aún por lo que veo.
— ¿Darme cuenta de qué, Kyle? -en ese momento el inglés se puso ligeramente molesto.
— Ese chico es Antonio Fernández Carriedo, el hermano de Paolo Ferreira Carriedo, el señor del feudo -por aquellas palabras el chico rubio se quedó impresionado, y muy confundido-. Él es un noble, de esos que no pagan nada. ¿No te habías fijado nunca? Tiene cara de buen chico, de estar educado en una de esas escuelas tan caras.
— Entonces... ¡Maldita sea, Scott me ha metido a un noble en mi casa! ¡No tenía ningún derecho! Ahora hablaré con él, ya verá.
— Bueno, yo me voy yendo. Me llevo esta, aquí tienes tus treinta monedas de oro. ¡Nos vemos! -el chico oceánico se marchó con cuidado, dejando la bolsita con las monedas en el mostrador.

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El aprendiz de Scott
Narrativa StoricaHabía "traicionado" a su linaje de nobleza, ganándose así su expulsión. Pero si nacías siendo noble, lo serías para el resto de tu vida. Y él lo sabía. La mitad de las tierras de su hermano eran suyas por ser noble, pero no las aceptaría hasta volve...