XIV

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Les había extrañado mucho que todas las tropas del reino del norte se fuesen sin dar una razón, pero no iban a quejarse. Volvieron al palacio, donde atendieron a los heridos. Ya tendrían tiempo para llevarse los cadáveres de allí. El castaño salió de la enfermería con una gran venda en el pecho, tapando el gran corte. Estaba, casi, como nuevo. El inglés le abrazó con cuidado. Se había preocupado mucho. Le guió hacia uno de los jardines. Al parecer, algo importante estaba a punto de pasar.

Estaban colocados de tal manera que en el centro de aquel semicírculo estaban los hermanos norteamericanos. Cuando llegaron, el francés le tocó el hombro al moreno, en señal de que se alegraba de que siguiese con vida. Él lo había dicho, no se iba a ir aún, tenía mucho que hacer con su extraña vida. Cuando todos estuvieron en silencio, el de ojos azules empezó a hablar.

— Sé que lo que voy a decir les parecerá a todos algo imposible, pero es verdad. Esta guerra ha finalizado -los susurros aparecieron; el canadiense los calló-. El Rey Ivan ha hecho un tratado. Ya no habrán más ataques.
— ¿Y cómo sabes que eso es cierto? -preguntó el portugués.
— Pues porque estábamos delante cuando llamó para hacer el tratado. ¡Toris! -llamó. Llegó un chico de pelo castaño largo, de ojos azules-. Él es uno de los consejeros del rey, estaba cuando peleábamos. Enséñalo, por favor. Esto.
— Pues claro señor Jones. Según el tratado que han firmado el Rey Ivan y el Rey Gilbert, la paz entre ambos reinos llegará cuando los caballeros Jones y Williams, quienes han aceptado por su propia iniciativa, lleguen a pasar la frontera entre los reinos, llegando a Lodigory. A cambio, no solo llegará la paz, sino que el rey y el joven que fueron secuestrados serán devueltos. Eso es lo más importante.
— Espera, ¡¿qué?! ¿¡Os vais a entregar a ese loco!? -el del lunar se había alterado considerablemente.
— No es un loco, es solo alguien que se ha quedado prácticamente solo. No tiene a nadie en quien apoyarse -habló el de ojos morados con su tono muy bajito de voz.
— Aún así, ¡es una locura! Matthew, ¿estás seguro? De Alfred me lo esperaría, pero tú... -dijo el francés. Ambos se conocían desde que el canadiense llegó al reino con su hermano.
— No nos queda otra. Es esto, o dejar que más gente muera. Es la mejor opción.
— Creo que, si quieren hacerlo, dejémosles -habló el anglosajón-. No les conozco lo suficiente porque no hemos tenido tiempo, pero lo que sé de ellos es que son muy buenas personas, y si están haciendo esto, es por una buena razón.
— ¡Eso es! Estamos ayudando a los dos reinos, estamos apoyando a alguien que lo necesita. Además, es nuestra decisión, y ya la hemos tomado -el estadounidense miró al lituano-. Toris, ¿está ya el carruaje?
— Casi, señor Jones -se dirigió a los otros-. En estos ocho meses mis primos Eduard y Raivis han estado cuidando del Rey Gilbert y de Feliciano, están en perfectas condiciones. Mire, está allí.

Un carruaje blanco llegó. Las puertas se abrieron, dejando salir a un joven. Tenía el cabello blanco, piel pálida y ojos rojos. Era albino, algo raro en una persona. También salió un niño. Tenía el pelo de color cobrizo, con un rulo un  poco extraño. Sus ojos eran marrones, con un toque ámbar. El de ojos rojos cogió al niño en brazos, y miró hacia donde estaban todos. Se ilusionó. Podía volver a ver a sus amigos. Corrió hacia ellos. Dejó al chico en el suelo. Antonio y Francis fueron a abrazarle. Eran amigos desde que eran niños, era lo normal. La triada liante había vuelto a juntarse.

— No sabéis lo mucho que os he echado de menos chicos -dijo el albino. Su voz era rasgada, pero era algo normal.
— Gilbert, por lo que veo, el dicho de "bicho malo nunca muere" es cierto -bromeó el de cabello largo.
— Francis, no seas tan malo. Ignórale, ya sabes como es -comentó el moreno.
— Lo sé, ¡y lo peor es que lo he echado de menos!

Se volvieron a abrazar. Eran inseparables e invencibles. El prusiano les dio las gracias a los hermanos norteamericanos. Estos se metieron en el carruaje blanco junto con el lituano, y marcharon. Tenían un largo viaje hasta las frías tierras del reino del norte. El resto entró de nuevo al palacio. El rey preguntó por su hermano. El hispano y el rubio se miraron. Le dijeron que estaba a salvo, y que podían llevarle con él. Fueron a por los caballos. Pero el portugués paró un momento a su hermano.

El aprendiz de ScottDonde viven las historias. Descúbrelo ahora