XI

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Tardaron muy poco en salir del bosque. Estuvieron siguiendo el camino en todo momento, por si acaso. No quería volver a perderse. Aún quedaba un largo trecho hasta el palacio en sí, así que no perdieron más tiempo y cabalgaron de nuevo. El rubio empezaba a acostumbrarse a aquello. Le costaba, pero lo conseguía. Al menos se podía mantener en equilibrio encima de la silla, incluso cuando el caballo saltaba.

Sabían que ya estaban cerca al ver como los terrenos se iban llenando de caminos y tierra preparada. La puerta de la muralla estaba custodiada por varios soldados. En cuanto les vieron, mandaron bajar la puerta. El español les sonrió en señal de agradecimiento. Adentro estaba todo lleno de jardines y caminos. La velocidad de los corceles disminuyó por seguridad. Cuando tuvieron la puerta delante, se bajaron de ambos animales. Primero lo hizo el castaño, y este ayudó a bajar al otro. Le cogió de la cintura, y, al bajar, se quedaron muy pegados. Se separaron de inmediato, muy sonrojados. Las señoritas que habían visto aquello rieron en lo bajo.

El moreno llamó a un guardia para que cuidase de los caballos mientras ellos estaban dentro. Las puertas se abrieron majestuosamente, impresionando al menor. Los pasillos estaban muy decorados, con tapices y cuadros. Estatuas y columnas cerca de puertas de madera, también decoradas con dibujos. Todo iluminado por velas y la luz que entraba por las ventanas, que no eran pequeñas. La pintura blanca también ayudaba dando un toque más luminoso al lugar. Era enorme. Grandes salas con mesas alargadas, pasillos que parecían interminables... Aquello era como un sueño. A él también le hubiese gustado ser criado con todo aquello.

El pasillo terminaba en una puerta más alta y decorada que las anteriores. Habían dos guardias protegiéndola, uno a cada extremo. Le intimidaban sus fieras miradas. Sabía que no debía estar allí, no era lo correcto, pero tampoco le importaba mucho. Le prometió al español que le ayudaría, y eso era lo que iba a hacer, sin duda alguna. Se acercaron a ellos, los cuales le miraron peor que antes. No le permitían la entrada. Antonio discrepó. No dejaría que se quedase allí. Conociendo a su hermano, habría cambiado a todo el personal, y esos dos serían dos almas despiadadas, que quien sabe lo que le harían al menor si lo dejaba allí. Al final les dejaron entrar a ambos. El anglosajón lo agradeció infinitamente.

— Al otro lado está mi hermano. Déjame hablar a mí, por favor. Se molestará en cuanto te vea, así que es mejor que no digas nada o lo empeoraremos.
— ¿Quieres que me quede callado como si nada? Porque te digo de priori que eso no va a pasar.
— Pero puedes intentarlo.
— No prometo nada.

Cuando entraron se encontraron con el portugués al otro lado de una mesa, con montones de papeles en esta. Hablaba con quien parecía ser un consejero. Los dos les miraron, sorprendidos. Pero la sorpresa del de cabello largo se estaba convirtiendo en molestia. Mandó al otro a irse, y miró fijamente a su hermano.

Paolo era alguien muy parecido al español. Lo único que los diferenciaba era el cabello más largo, y recogido con un lazo rojo, y el tono de este, pues tenía brillos entre verdes y amarillos. Sus ojos eran verdes, pero parecía el de un pantano. Un lunar debajo de su ojo derecho también era una gran diferencia. En ese momento lo único que tenían en común era la mirada intensa, que no se quitaba el uno del otro. Durante unos largos minutos la situación fue así, hasta que el mayor miró al acompañante de su hermano. No le había visto por allí nunca. Seguramente sería alguien de esa ciudad a la que el castaño de cabello corto había decidido ir. Le repugnaba la cercanía que tenían, y sus cejas. Dios, ¿de dónde las había sacado? Eran horribles y enormes. En ese momento le encantaría deshacerse de él.

— ¿Qué haces aquí, si se puede saber? -estaba molesto, y se notaba en su voz.
— Tengo que hablar contigo. Es urgente.
— Si es para que te deje volver, debo decirte que no.
— No es por eso, aunque no lo creas.
— ¿Y entonces para qué es? No me hagas gastar mi preciado tiempo contigo.
— Ha ocurrido algo terrible. El ejecito del reino del norte ha logrado encontrar el castillo del Rey Gilbert.
— ¿Y qué quieres que haga yo? ¿Qué te de un premio por haber venido aquí a decírmelo? -el como le hablaba a su propio hermano estaba molestando mucho a Arthur-. Tengo mensajeros para eso, no te necesito a ti. Ahora vete, tendré que mandar a alguien limpiar por donde habéis pasado.
— ¡Se acabó! Lo siento Antonio, pero no puedo seguir callado -le sonrió, buscando perdón por parte del moreno. Con una sola mirada le dijo que le perdonaba, y que era su turno-. Mire, me da igual lo que usted sea o no, pero alguien tiene que decírselo. Su hermano nos contó muchas cosas de usted, la mayoría malas, y ahora puedo ver que tenía razón.
— Por lo que puedo ver mi hermano contó puras mentiras -intentó defenderse el portugués.
— No, aquí el único que miente es usted. Parece que su hermano no le importase en lo más mínimo. Y eso no se hace. Se lo digo yo, que tengo cinco hermanos mayores. Usted es alguien despreciable, egocéntrico y sin corazón alguno, y no merece estar donde está ahora -estaba cabreado, y mucho. Iba a decirlo todo, eso lo tenía claro. Antonio estaba sorprendido. "He escogido bien, por lo que veo"-. Una guerra está comenzando, han secuestrado al rey y a un niño, y usted es el único que puede unificar el reino para defendernos del Rey Ivan, ¡y parece que no le importa! Pues bien, la gente le conocerá como aquel que les dejó morir a manos de los soldados del norte cuando quieran conquistarnos. Porque le digo yo que esto no es un simple secuestro por diversión. Allí son fríos, calculadores y saben organizarse como en ningún lugar. Esto solo ha sido el primer movimiento, y uno muy astuto. Han quitado de en medio a una pieza importante de nuestro bando, y la siguiente es usted. Así que, aunque no me guste en lo más mínimo, debemos defenderle para no perder más poder, y acabar muriendo todos. Ahora, empiece a mover a sus tropas o le juro que le dispararé una flecha en la cabeza y no le gustará. Eso es todo.

El aprendiz de ScottDonde viven las historias. Descúbrelo ahora