VI

107 8 0
                                    


El carruaje se movía con suavidad, pero no molestaba a los que estaban dentro. La chica se movía impaciente en su sitio, harta ya de aquel viaje. Aunque le encantaba salir y divertirse por ahí, no le terminaba de gustar la razón de aquel viaje en concreto. Miró a sus dos hermanos. Como no, siempre igual de serios. Suspiró, regresando su mirada a la ventana del carruaje. Los pastos y campos de cultivo se iban quedando atrás. La muralla de la ciudad se empezaba a ver a lo lejos.

Mientras, un grupo de seis personas dormían plácidamente, aún con el cielo nocturno sobre sus cabezas. Aunque el amanecer se empezaba a ver a lo lejos. La ciudad no empezaría a despertar hasta que el cielo fuese azul del todo. Pero, como siempre, habían excepciones. En este caso, el escocés. Estaba ya levantado, y había empezado a cambiarse de ropa. Tras ponerse sus botas, se puso delante de las camas de todos, y los miró, despectivo. Una idea le llegó a la cabeza, y sonrió. Quitó las cortinas de las ventanas y empezó a gritar.

— ¡Scott, cállate ya! ¡Te lo suplico! -dijo el nor-irlandés, tapándose por completo con la manta.
— No, hay que trabajar -le quitó la manta de encima, mirándolo fríamente-. ¡Todos arriba, ya!
— La verdad es que me gustaría saber el por qué de esto -dijo el pelirrojo claro.
— Tenemos trabajo, solamente -Dylan le miró profundamente, poniendo nervioso al escocés-. Vale, ayer mandaron una carta. Van a venir unos nobles a hacer un pedido.
— Pero vienen nobles casi todos los días, ¿qué tienen estos de especial? -el pecoso seguía en la cama, al igual que su gemelo, solo que este sí tenía su manta.
— Bueno, tal vez porque son los representantes del señor del feudo, pero no me hagas mucho caso -dijo el mayor de todos, con un tono un poco borde en su voz.
— ¿Cómo?

Los cuatro que aun estaban en las camas miraron al español. Estaba sorprendido, y mucho. En la semana que había estado fuera, no había recibido ninguna noticia de su hermano, y ahora ocurría esto. Pensaba que pasaría más tiempo hasta que algo así llegase a pasar. Miró al resto. El mayor de los gemelos le dio una mirada de apoyo mientras buscaba su camisa. Liam le saco el dedo gordo de su mano, dándole a entender que estaría bien. El galés le sonrió tranquilo. Antonio miró al único rubio de la casa. Conectaron sus dos pares de ojos esmeraldas, y le dijeron algo que pocos entenderían. Aquel mensaje le confirmó lo que sus amigos le decían, indirectamente.

— Fernández, tranquilo, dudo que pase algo raro. Eso sí, te voy a necesitar más que nunca -esta vez la sonrisa que llevaba el pelirrojo era una sincera, pero sin perder su toque especial-. Venga, ¡todos a trabajar!
— Esto será un poco incómodo al principio, pero nosotros te protegeremos -dijo ya levantado el nor-irlandés.
— No os preocupéis por mi hermano, él no vendrá. Nunca lo hace. Antes me mandaba a mí, aunque me pregunto a quién mandará ahora... -el castaño estaba un poco preocupado aunque no lo dijese, y dudaba en si contárselo a alguno.
— Oye, dejad de hacer el vago. Tenemos cosas que hacer, aunque no queramos -soltó el inglés, ya empezando a bajar las escaleras, un poco amargado. Levantarse pronto no le sentaba bien.

La herrería Kirkland empezó a trabajar pronto en la mañana, aunque les costase al principio. Con el paso de, aproximadamente, una media hora, el taller ya estaba animado, como era común en horas normales. Los gemelos cantaban letras típicas irlandesas, de las que recordaban de cuando eran pequeños. Al no haber clientes en esas horas, Antonio les miraba divertido desde su puesto. Dejaron las herramientas en la mesa, y se dispusieron a bailar. El galés empezó a dar palmas para acompañar la danza de sus hermanos mayores. Arthur solo miraba, expectante. Era cierto que hacía mucho que no se divertían en familia, y aunque no lo dijese, lo estaba disfrutando. Su mirada viajó hasta Scott. Estaba inmerso en sus asuntos, pero se podía ver una pequeña sonrisa.

Cuando los gemelos terminaron su danza y canto, los otros tres les aplaudieron. El irlandés miró a su hermano mayor, esperando algo proveniente de él, pero este solo le miraba como si no supiese a lo que se refería. Aunque sí lo sabía, lo sabía perfectamente.

El aprendiz de ScottDonde viven las historias. Descúbrelo ahora