IV

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El día acababa de empezar, y el taller ya estaba en marcha. Habían descubierto que, teniendo a Antonio en el puesto de venta y a Arthur trabajado dentro, las cosas iban a mejor. El español era bueno hablando con los clientes, y eso traía consigo muchos beneficios. Y eso se podía notar en la semana que había pasado, desde el día que el castaño llegó. Las cosas iban muy bien. La familia estaba, extrañamente, más unida, y las peleas habían cesado. Y, además, la probabilidad de morir envenenado por la comida del inglés había disminuido considerablemente. Menos mal que Antonio le estaba enseñando a cocinar.

La gente se paseaba tranquila por delante del taller, hablando de temas variados, y, sin saber como, el de miraba verde podía escucharlo todo. Tal vez fuese alguna tontería suya, alguna paranoia, o algo diferente. O tal vez fuese ese sentimiento que empezó a florecer en su interior. Pero, ¿era el amor capaz de hacerte escuchar conversaciones ajenas? En el caso de Antonio, la respuesta era afirmativa.

Y, aun metido en sus pensamientos, era capaz de atender a la clientela, pero no podía quitar al inglés de su mente. Era la primera vez que le pasaba. Siempre entrenaba para ser un caballero fuerte que luchase por su reino y por su honor, y el de toda su familia, así que el tema de encontrar pareja nunca le había interesado, pero ahora... Ya no tenía nada por lo que luchar, su honor se había quedado en palacio, con su hermano, su subordinado y sus mejores amigos. Su vida ya no corría peligro, ya no había ningún riesgo de tener que entregarla por algo o alguien. Sintió que, por primera vez, su alma era libre. Era feliz. Le dio mentalmente las gracias a Paolo por echarle de casa.

Liam se acercó a dejar unas espadas en donde estaba el español, y le vio un poco empanado mientras trabajaba. Le dio un golpecito en el hombro, trayéndole de nuevo a la realidad, y le dijo que no se distrajese. Antonio asintió seguro, y volvió al trabajo. El nor-irlandés regresó con su hermano gemelo, y le sonrió pícaro. Durante esa semana, Antonio empezaba a conocer mejor a toda la familia, y debía admitir que esos dos eran muy amigables y graciosos. Se habían llevado muy bien. Tal vez fuesen los únicos con los que se llevaba. Dylan era complicado de entender, además de que había podido notar que era muy sobre-protector con el rubio, y alguna que otra vez había intentado amenazarle. Solo lo conseguía a través de miradas furtivas, solamente porque Scott era muy cuidadoso con lo de las amenazas a los empleados. Y hablando de él... Scott era frío y calculador, pero también era agradable y buen amigo. Porque sí, su relación había pasado de ser maestro y aprendiz, a amigos. Aunque todo estaba, como siempre, dentro del respeto.

Cerró las cortinas, pues ya era la hora del descanso por la comida, y fue a la planta de arriba. Como no, se encontró a Arthur intentando cocinar. Se acercó con cuidado por detrás, con un sigilo impresionante, y miró a los gemelos. Obtuvo, como no, sus miradas de aprobación. Esos tres se habían convertido en un grupo de liantes dentro de la casa. Al único que no le gustaba aquello era a Dylan, pero solamente porque la mayoría de las bromas iban dirigidas al inglés. Solo cinco aprobaban aquello, y les parecía muy divertido.

Se puso detrás de Arthur, que estaba muy concentrado en echar las especias correctas, y le abrazó por detrás, de improvisto, haciendo que soltase un buen grito. El escocés y el galés, que estaban arriba, bajaron deprisa y corriendo, intentando averiguar que había pasado. Nada grave la verdad. Solo se encontraron a Arthur pegándole patadas al español, que estaba en el suelo por culpa de un golpe en la cara, también del inglés. El pelirrojo se empezó a reír, junto con los gemelos y Antonio, aun en el suelo. Como no, Dylan era el único que no veía la gracia de aquello. Tal y como decía, demasiado sobre-protector.

Tras aquella dulce broma, siguieron haciendo la comida. Fue divertido todo el descanso. Scott dejó que el castaño se subiese arriba, mientras el resto le miraban. Habían descubierto, hace tres días, que el español rendía mejor tras una pequeña siesta después de comer. Solían ser cortas, pero solamente por que tenían mucho trabajo también por la tarde, y no podía permitirse dormir más de lo debido. Mientras, los otros preparaban todo para el turno de tarde.

El aprendiz de ScottDonde viven las historias. Descúbrelo ahora