Capítulo treinta y uno.

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El aire llena mis pulmones al salir del colegio, sé que probablemente tendré una sanción por escaparme, pero no parece importante ahora.

Con los ánimos por el suelo, camino hasta mi casa. El sol y las casas coloridas que voy atravesando me reconfortan.

Observo a las personas que caminan en la vereda de en frente, y a las que están sonriendo sentadas en los bancos.

¿Ellas también me juzgarían? ¿O habrían sido juzgadas?

Todos lo hemos sido alguna vez. Creo.

Mi pecho sigue doliendo. ¿Cómo podré volver a la escuela ahora?

Mis pies pizan el terreno del jardín de mi casa. Abro la puerta. No hay nadie.

Supongo que papá está trabajando y Luke en la escuela.

Corro hasta mi habitación y me entierro en la cama. Necesito rehabilitarme.

El sol cerca del atardecer en mi cara logra despertarme. Tomo mi celular. 17:30 pm. Dormí una hora y media.

Pongo música clásica y subo a la terraza a leer un libro.

Me agrada leer en momentos como este porque te ofrece un escape de la realidad. Tu vida se convierte en la vida de los personajes.

Así estoy un rato hasta que escucho el timbre de casa.

Como estoy en la terraza, me asomo para observar quién está en la entrada.

Oliver está parado esperando con sus manos juntas, su pie moviéndose de arriba abajo.

Bajo las escaleras y le abro la puerta con rápidez.

Cuando sus ojos esmeralda dan con los míos, salto a abrazarlo con fuerza. Me corresponde al instante y las lágrimas vuelven a resurgir.

-Shh, está bien. Ellos no te merecen. -dice mientras acaricia mi cabello.

Luego de unos minutos, lo invito a pasar. Le paso un paquete de galletitas y nos servimos jugo.

-¿Y ahora qué? -pregunto.

Levanta su mirada del vaso. -¿De qué hablas?

-De la escuela. No puedo volver ahí. Me cambiaré.

Su frente se contrae en confusión.

-No harás eso.

-Sí lo haré.

-Así dejarás que ellos ganen.

-Eso no importa. Ya lo hicieron.

-Claro que no.

Desvío la mirada hacia un costado.

-Oye -insiste- Esta no es la Amelia que yo conozco, la que sabe lidiar con neonazis. -suelto una pequeña risa- tú irás mañana con la frente en alto y les demostrarás a todos que lo que digan o hagan no te afecta. Esa es la única manera de ridiculizarlos.

-Pero ellos ya saben que me afecta, me vieron llorar y huir.

-Todos tenemos nuestras caídas, pero tú te levantaste, ellos no podrían decir lo mismo. Además, no hay nada malo con llorar, es una emoción como todas las demás.

Asiento.

-Está bien, pero si me agarra un ataque de pánico será tu culpa.

Se ríe y levanta la cabeza al cielo.

-Eso no pasará, eres más fuerte de lo que crees.

Charlamos de nimiedades durante un rato y luego el tema se torna serio.

Mundo... ¿Al revés?✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora