1

1K 63 8
                                    

-Melissa Williams- el supervisor de celdas me llamó, alce la vista hacia él. Dos guardias lo custodiaban mientras me ponían las esposas, no lo sé, no tenia sentido alguno, soy una persona bastante pequeña, no tiene sentido que dos grandulones pongan sus manos en mis hombros y me lleven de esa manera, no tengo fuerza, precariamente peso unos cincuenta kilos y no les daré las medidas de mi estatura, es denigrante, aún más que ser llevada a la silla eléctrica por dos grandulones, sí, silla eléctrica, esa hermosa silla esperaba por mi, para acabar con mi vida con los más altos voltajes, destruir mis células, quemar mi piel y dejarme achicharrada, sólo seré un triste recuerdo en la prensa y una mala pasada para mi familia.

Y aquí estoy, pero los guardias no se detuvieron en la sala de la muerte, los miré con la incógnita.

-Una última cita con el psicólogo, quizás ya puedas abrir la boca.- suspire rendida, solo quería una muerte normal, el doctor era tan molesto, lo veía una vez a la semana y nunca decía nada, no podía decir nada, me encontraba ausente repitiendo el incidente una y otra vez en mi cabeza.

Las muñecas me ardían, las esposas habían dejado su marca en ellas y la fricción era cada vez más dolorosa.

Pero ya todo iba a acabar, todo estaba por terminar. Al entrar al despacho del doctor pude ver al cura, claro, por su puesto que estaría a mi lado en la silla eléctrica, rezando para que mi alma sea perdonada, traducción pudrete en el infierno desgraciada.

Me inmovilizaron bien en la silla, y luego solo éramos el doctor y yo.

-Esta será la última vez Melissa.- trató, el en serio trató de sonar triste, pero que lejos estaba de eso, muy lejos.-Quizás es momento de que me digas. ¿Por qué lo hiciste?- me miró fijamente y como es usual, no dije nada.

Mi trayectoria en la cárcel ha sido corta, no me achicharraron directamente porque querían que soltara algo sobre ese día, pero es que no es solo el día, fueron las semanas, los meses, los años. Esa historia era larga y extenuante. Recuerdo haber llorado de alegría cuando enterré el cuchillo hasta el fondo, no tenia miedo de lo que pasaría después, eso era absolutamente lo menos importante, lo importante era acabar con su vida, iba a ser la única manera de vivir en paz. Nunca tuve peleas o altercados con nadie, mi compañera de celda también trato de sacarme información yo solo la ignoré, mi familia no vino ni una sola vez a visitarme. Que vergüenza tener a una hija asesina.

Oh madre y padre, tuve todo el derecho y el motivo, era él o yo. O quizás al final de todo el asunto la culpa fue de la casa, la casa y sus visitantes, esa casa desde el primer día fue extraña.

No hay que confiarse de las gangas, una casa con un valor muy bajo puede traerte invitados no deseados.

Aunque pensándolo bien esa chica me ayudó, quizás quede confinada a estar con ella en esa casa, aunque dudo que alguien más quiera comprarla. La empresa encargada de vender la casa ha gastado a lo largo de los años mucho dinero en ella.

La historia siempre se repite.

El doctor seguía mirándome pero yo ya no me encontraba ahí, me encontraba lejos.

Lejos perdida en los recuerdos, en mis dolorosos recuerdos.

Fantasmas del pasado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora