Pretty boy

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Él leía un libro mientras yo buscaba alguno que me interese. No me alejaba demasiado pero aquellas estanterías parecían estar llenas de mierda aburrida. Los títulos no me llamaban la atención, eran muy simplones o muy innecesarios. Algunos parecían ser la sinopsis de la historia en vez de un título en sí, y otros se oían como sacados de un cuento infantil. Y todo era peor cuando me dignaba a leer la contratapa. En mi interés sólo caben los que prometen acción y suspenso, sino, no está en mi mira.

No soy ni era un hombre de libros, pero cuando el aburrimiento o la falta de interés te visita debes agarrar algo y entrenar tu lectura.

Decidí entonces que no tomaría ningún libro por el momento.

Me volteé a verlo, se veía demasiado sumido en su lectura, con la espalda encorvada y la nariz entre las páginas blancas llenas de letras negras en imprenta. Sin saber qué escoger, me acerqué a él y tomé la silla de al lado. Me senté junto a Stu.

—¿Qué lees? —pregunté, apoyando mi cabeza sobre la mesa y estirando mis brazos sobre ella también.

—Moby Dick —respondió.

—¿Es interesante?

—¡Absolutamente! —Cayó en cuenta de que estábamos en la biblioteca, bajó el volumen de su voz y prosiguió: —. Deberías leerlo.

—¿Me lo lees? Estoy muy cansado por hoy —Alcé la cabeza y la apoyé sobre mi mano. Aquello se lo dije con mucha honestidad, quería que me leyera el libro que tenía en sus manos.
Stu sacó finamente el rostro de ahí y me dejó verlo, colorado y con la expresión hecha un lindo desastre.

—S-sí, te lo leeré... —Quizás había sido lo más dulce e inocente que le llegué a pedir.

Reí ante su bonita reacción. Pasé mi otro brazo por sus hombros y acerqué mi boca a su oreja. La besé, o algo así, la rocé con mis labios y a continuación le susurré: —¿Cómo haces para ser tan hermoso?—solté, de verdad que me sentía libre de decir las cosas que se me vinieran a la mente con tan sólo verlo.
Aquello que llaman piropo no dejaba de querer escapar de mi lengua. Liberaba cada palabra que quisiera halagar a Stuart.

—¡Mu-mudz! —exclamó, cubriendo su oído.
Esta vez alzó demasiado la voz e hizo que nos llamaran la atención a ambos. Un hombre, viejo y con lentes, detrás de una mesa nos dijo que bajemos la voz.

En silencio, tomamos el libro que él tenía y lo pedimos prestado. Iba a leérmelo esa misma noche. El hombre nos miro con enojo pero se lo reservó. Dijo que cuidemos el libro en tono amenazante, él conocía muy bien mi historial.

Al salir de la biblioteca nos partimos de risa, qué bello quebranto de las reglas habíamos cometido ahí dentro.

...

Había pasado una semana desde el ingreso de Harold, y unas horas desde el comienzo de nuestra relación. Estábamos en nuestra primera cita, dábamos un paseo por el patio, hasta que decidimos sentarnos a preferir que la pelota con la que jugaba el resto nos diera en la cara.

Todos los demás se pasaban la pelota de básquet, revoleando a la pobre esfera entre diferentes manos. Otros fumaban cerca de las rejas, haciéndose los solitarios y mirando mal al que le pida algún cigarrillo. Y algunos caminaban en grupitos, dejando mensajes a los desafortunados que se involucraron con ellos.

Él y yo, en cambio, estábamos boca arriba sobre las bancas, viendo el cielo. Nuestras cabezas se juntaban, y nuestras piernas, en lados opuestos, ocupaban gran espacio en la banca.
Empezamos a buscarle formas a las nubes, retando a la imaginación del otro.

❝Let Us Out!❞ 2doc/StudocDonde viven las historias. Descúbrelo ahora