Movie night

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Esa mañana desperté con los brazos de Stuart rodeando todo mi cuerpo, su cabeza se escondía en mi pecho y sus piernas enredaban las mías. El libro que me leía antes de quedarse dormido yacía en el piso, abierto por la mitad.

Lo miré con ternura, no sabía cuánto tiempo habrá estado así de aferrado en mi cuerpo durante la noche pero seguro que se la había pasado bien. Lo triste del momento fue que debíamos levantarnos. Acaricié sus cabellos y él empezó a despertar, bostezó, y alejó su cabeza para verme.

—Buenos días —me dijo.

Como respuesta, besé el ojo que aún no conseguía abrir por el cambio de iluminación: las luces del pasillo ya estaban encendidas.

Fue una mañana normal, una adorable mañana para nuestros acaramelados comportamientos. Ni siquiera Matthew se acercó a zumbar como mosca alrededor nuestro. Todo iba de maravilla.
Sólo que hoy sería una noche especial; en el desayuno los murmullos ya podían ser escuchados, rumores iban viajando de oreja a oreja. Como niñas chismosas de secundaria, todos fueron diciéndose entre sí que el director había permitido la instalación de una televisión en una sala, y que esa misma noche seríamos capaces de darle uso con una película de voto popular. Uno de mis anteriores compañeros de celda vino a decirnos, le agradecí por la información y cuando se fue volteé a ver a Stu. Me sentí emocionado, no había visto una película en más de un mes, y seguro que los que llevan años ya andaban al borde del desquicio.

—¿No es genial? ¡Una película!

—¿Por cuál crees que vayan a votar? —preguntó, señalando su barbillla.

—No lo sé, ¡pero es emocionante! —Cómo no estarlo, cualquier filme luego de tanto haría sentir a cualquiera con un pie fuera. Quizás tantos ataques de locura aquí dentro habrían hecho recapacitar al director. Qué fortuna a cambio de tantos sacrificios.

—A que sí. Te ves guapo cuando te emocionas así  —En ese momento lo miré extrañado, y al rato sentí el pudor que cualquiera sentiría ante un halago. Ahora que lo vuelvo a recordar, siento ese revoltijo en el vientre del que tanto hablan los jóvenes enamorados.

...

—¿Cómo andan tus lechugas?

—Ya están saliendo, se ve verdecito. ¿Tus tomates?

—Ya están germinando.

De nuevo volvemos a este escenario: el invernadero.

Rodeados de masetas, tierras, cultivos ajenos y una pared de vidrio. Estábamos solos, a esa hora nadie iría a revisar sus semillas, así que fuimos para tener más tranquilidad.
Mientras Stuart hacía algo con su tierra, yo curioseaba un poco lo de los demás, la mayoría elegía plantar papas o lechugas, como yo. Básicos hasta en la jaula de acero.

Entre eso, vi que unos tipos se acercaron a la puerta, eran tres, uno alto, otro robusto y otro con sobrepeso. Sólo reconocí al último; aquel siempre me había parecido desagradable. Se lo conocía como alguien que abusaba de presos que tenían deudas con él, muchos le temían. Ah, pero mientras hacia memoria de los actos de ese sujeto, recordé que todos ellos eran subordinados de Kiddo. Seguidores de ese loco con músculos. Tuve un mal presentimiento.

Caminé hacia Stuart, pero al mismo tiempo vi que le decían algo al funcionario que vigilaba la entrada, él también les dijo algo, y se fue a continuación. Tomé el brazo de Stuart, me miró asustado y me preguntó que qué me pasaba. Fue ahí cuando ellos entraron, haciendo a un lado la lona de plástico que colgaba en la entrada como puerta. El más alto iba en medio, y fue el que tomó la palabra:

—Murdoc Murdoc, ¿te has portado bien? Espero que no, porque muy pronto desearás quedarte en aislamiento el resto de tu vida —Stuart no entendía nada pero por mi reacción podía intuir que algo feo pasaría.

—¿De qué se trata? —hablé, intentando sonar serio y despreocupado pero por dentro estaba cagado del miedo. Si saltaban a molerme a golpes no me importaría, pero no sería capaz de defender a Harold contra tres.

—Quizás pienses que tu amigo el funcionario te salvó al enviar a Kiddo a otro módulo, pero adivina qué. Lo volverán a trasladar —Esta vez habló el morocho robusto, su aspecto repugnante le hacía honor a la igual de horrible noticia que me dio—. La falta de espacio hace cosas maravillosas; nosotros recuperaremos a nuestro compañero y tú perderás a tu Azulito.

¡Karma, imbécil! ¡Tómalo! —pronunció el otro, escupiendo saliva.

—¿Y era necesario que vengan todos para decirme?

Estaba abatido por lo que dijeron, asustado de que el gorila de Kiddo vaya a regresar a mi módulo. Me hacía pensar que en un próximo encuentro no volvería a tener la misma suerte que tuve, y terminaría perdiendo a Stuart como decían.

La idea de confesar para su libertad ya no se me hacía tan arriesgada.

—Pueees.

—Que no se entere el patrón pero, queríamos darte un regalo. ¡Pero tranquilo! Él te dará muchos más cuando vuelva.

Que los matones te avisen antes de darte una buena paliza, ¿no te trae recuerdos? A mí sí. A cuando tras salir del colegio unos niños de un grado superior se juntaban para golpearme. Sus padres sufrían por culpa del mío, y ellos no tenían miedo de atacarme como venganza porque sabían que le importaba una reverenda mierda a mi condenado progenitor. Recibía muchas palizas y patadas, en las costillas, en la espalda, en todos lados.
Pero un día los volví a encontrar, después de unos años. Ellos eran hombres de familia, y yo, tenía a mi mando a otros hombres de familia que por dinero, seguirían toda orden mía. Esos asesinatos que nunca se resolvieron pero fueron de declarados como un ajustes de cuentas por la policía fueron porque el rencor nunca me abandonó.

Y esta vez, sí me defenderé.

Se acercaron lentamente, dos me rodearon y Gerald, el gordo, se dirigió directamente a Stuart. Él se hallaba temblando, como yo.

No tenía ganas de pelearme ahí con todas las plantitas en sus masetas pero ellos no me daban opción.

—¡Hijo de puta! —exclamó el alto, intentó darme en la cara pero lo esquivé y se la devolví.
El otro lo defendió y me lanzó una patada. Pegué un salto y de inmediato me dirigí a golpear su estómago. El otro de levantó y me pegó una en la nariz, la sangre no tardó en salir. Sentía que en cualquier momento me tirarían una maseta.

Estaba oxidado pero las peleas callejeras habían pulido muy bien mis movimientos, lástima que perdía el aliento muy rápido.

Viendo hacia Stuart, él intentaba alejarse del viejo pero éste lo arrinconó y no tuvo descaro en lamer su cuello. Harold me sorprendió, pues le respondió con un cabezazo. Yo ya me estaba preparando para romperle la cabeza al idiota, pero él se me adelantó. Sonreí, y corrí hacia él por instinto cuando los otros bajaron la guardia. Tuve que darle un buen puñetazo a uno para pasar, sentí su mandíbula chocando contra mis nudillos.

Heridos, nos miraron con más rabia que la que tenían al entrar. No iban a seguir, eso era claro, pero volverían con algo peor. Cada uno se limpió la respectiva sangre de su rostro.

Se fueron, en un humillante silencio.

Miré a Stu, él me miró a mí y no tardó en alterarse por mi nariz. Mis manos también estaban ensangretadas y malgastadas.

—¡V-vamos a la enfermería! —dijo.

Estaba muy preocupado, yo en cambio, estaba interesado en saber si aquel cabezazo le había dolido tanto como creía. Parecía que no.

—Va-vamos —Tomé su mano y así fuimos por el camino hacia la enfermería.

No pude negarme, debíamos ir, pero no exactamente porque mis heridas fueran graves, sino porque necesitaba hablar con un funcionario lo más pronto posible.

Luego, iríamos a votar la película que quisiéramos ver en la noche.

no pensé que esto tuviera ya tantos capítulos, omg

❝Let Us Out!❞ 2doc/StudocDonde viven las historias. Descúbrelo ahora