Blue

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Cuando me incliné y toqué su hombro no evité hundirme en un mar de adjetivos que describieron lo que vi cuando el joven se volteó. Extraño, único, bizarro, increíble, llamativo, hermoso...
Podía sentir las miradas de los demás imbéciles clavarse en mi nuca, observando, curiosos lo que haría con el recién llegado. Yo no soy como ellos, no lo voy a declararlo mi puta como intentaron hacer conmigo en mi primer día.

Parado frente suyo fue fácil distinguir ese color azul esparcido en cada cabello de su cabeza. Últimamente, los jóvenes viven a base de tintes y cosas artificiales para resaltar entre los más viejos. Aunque nunca vi un hombre teñido de semejante manera; parecía natural pues cubría cada punta de bello. Y las pelucas, estaban prohibidas aquí.

El espacio donde unas pupilas y los globos oculares se supone deben de estar, estaba siendo reemplazado por huecos. Oscuros y profundos. Luego entendí, que esos eran sus auténticos ojos. Ojeras y marcas adornaban esos círculos.
Cejas, con volumen y con excelente forma. Oscuras, atribuyéndole belleza a los ojos que les tocaban acompañar.
Orejas, apenas visibles por los mechones despeinados de cabello azul ocultando su presencia.
Nariz y labios finos, delicados y pálidos como casi el resto del rostro entero
Mejillas rosadas, como las chicas con maquillaje ligero que me frecuentaban y que siempre preferí.
Cuello delgado, largo y perfecto para usar esos collares que a varias de mis amantes les quedaron horribles por la  forma del suyo.
Y hombros propios de un hombre, quedando opacados por las demás características que fácilmente lo tachaban de mujer.

La oscuridad de sus ojos me paralizó por un momento. Así lo sentí, así reaccioné cuando él se giró a ver quién lo molestaba en un momento tan sensible como ese. Parpadeé un par de veces haciéndome reaccionar a mí mismo. Seguro habré puesto una rara mueca. Qué imbécil.

Agh, pero cómo no evitar detener mi pulso hacia la semejante fachada que él tenía. Cuando controlé mi reacción tuve un mejor vistazo del chico nuevo.

Él volvió a ocultar su rostro, pude notar que frotó con sus puños esos puntos negros en su cara. Se deshizo de las lágrimas en su expresión para dirigirme la palabra. Aun así mantuvo esa expresión deprimida y opuesta a una sonrisa.

—¿Q-qué? —me dijo, como si haber juntado las letras para la palabra le hubiera costado bastante. Las gotas saladas volvían a nacerle, asomándose en sus ojos hasta resbalar por sus mejillas y terminar en el suelo. Tuve el sentimiento de que la estabilidad del muchacho no duraría mucho. Quizás por eso seguía de pie hacia él.

—Levántate —dije directamente, extendiéndole mi humilde apoyo, le ofrecí mi mano para que se parase y deje de captar todas esas miradas de vándalos fijando su presa.

Limpió su nariz con la manga del uniforme naranja antes de quedarse viendo mi malgastada mano. Quizá dudó, seguro que así fue, no lo culpo. Si sabía el significado del color de mi uniforme tendría una razón para temerme.
Entonces tras ver una vez más el piso en el que reposaba se decidió y agarró mi palma. La apretó y se puso de pie con el impulso que le di, casi cayó en el intento.

Fue error mío creer que el tipo ya no guardaba rarezas ocultas. Cuando se levantó estuve cara a cara con la altura que superaba la mía. Estuve frente a la delgadez y fina figura que incluso el holgado uniforme debería esconder. Esas largas piernas captaron mi atención un segundo.

Volví en mí, y miré detrás mío por mero interés de querer mostrarle la mierda a la que tendría que acostumbrarse. Quería ver con qué empezar pero en lugar de eso recibí señales amenazadoras de los demás. Probablemente los más grandes ya le habían echado el ojo al peliazul, y verlo conmigo no les debía hacer ninguna gracia. Y cómo no, con esas propiedades físicas cualquiera de estos salvajes querría hacerlo suyo al menor descuido.

Ignoré sus cobardes amenazas y dirigí la mirada a la fila de hombres formando por comida. Se me ocurrió qué preguntarle, por la poca cortesía que restaba en mí y el basto interés que el nuevo me provocaba.

—¿Tienes hambre? Te acompaño en la fila, si quieres —expresé, sonriente y convencido de haber dicho algo bueno. Él negó en silencio, con la cabeza. Carajo, pensé.

—Quiero sentarme. ¿Puedo? —Que me lo haya pedido a mí de una manera tan entregada y sumisa me trajo recuerdos de cuando manejé mi primera pandilla. Los chicos bajo mi bando esperaban y acataban cada orden mía. Y aunque no fui el mejor jefe, fue divertido verlos en plena desesperación cuando no cumplieron con el trabajo asignado.

Sí. Le dije, sin aguantar la sonrisa de idiota. Caminé hacia donde estaba la mesa vacía que antes declaré mía, gracias a Satán así seguía. Incluso mi bandeja de comida se mantuvo. En la secundaria, un leve descuido hacía que todo lo que consideres como propio sea tomado por otro. Desde un simple lápiz hasta la chica que ya te dio chance antes de algo serio.

—Siéntate —Él hizo caso. Seguía con esa tristeza en su cara.

Yo me senté en el asiento del otro lado. Nos quedamos uno frente al otro, viéndonos. Desde este plano pude notar las afiladas pestañas regadas sobre y debajo de cada uno de sus ojos.

—¿Quieres algo de esto? Aún no lo he tocado. Llegaste antes de que pudiera hacerlo —Volví a ofrecerle algo. Soy jodidamente insistente.

—Se ve asqueroso.

—Lo es. Pero es nutritivo. Come —Volví a insistir.

—No. No quiero.

—¿Y qué mierda quieres? Viniste a parar aquí por un crimen que cometiste. ¡Trágate esto! —En cuanto dije eso, sus cejas se juntaron y se inclinaron, sus ojos se abrieron y sus labios se separaron un poco. Ese ceño deprimido desapareció. Me miró, enojado.

—¡Yo no cometí ningún crimen! ¡Soy inocente! ¡INOCENTE! —gritó. Gritó tan fuerte que el reloj colgado en la pared de manera insegura hubiera sido capaz de caerse y darle al fin a alguien en la puta cabeza. Los demás metidos en su almuerzo, regaron su atención en nosotros. Unos murmuraron, y otros procedieron a decir lo que opinaban en voz alta.

—Sí, ¡yo también soy inocente! ¡Por supuesto, jaja!

—Hey niño bonito, calla tu boca si no quieres que parta tu trasero.

—Claro que lo eres, esto es una fiesta y todos estamos disfrazados de prisioneros.

—¡Cállate!

Algunos rieron por las bromas que le dedicaron al nuevo. En cambio, yo me molesté. Fui capaz de volver a observar cómo él volvía a ocultar su cara entre sus brazos, y aunque no volvió a llorar fue desgarrador verlo ya tan destrozado el primer día.
Regresó su vista hacia mí, me estremecí de esa expresión vacía. Susurró algo que sólo él y yo seríamos capaces de escuchar entre todo el bullicio en el comedor: —Soy Stuart Harold Pot. Me acusan de haber robado la tienda de mi tío. ¿Y tú, qué hiciste?

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❝Let Us Out!❞ 2doc/StudocDonde viven las historias. Descúbrelo ahora