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Estaba portando un tierno vestido de color rojo, mis zapatos eran de color negro y mi cabello estaba adornado con un bonito lazo de puntos. Me hallaba sentada en el extremo de un largo comedor, las sillas vacías aguardaban por sus dueños y los platos, tenedores, cuchillos y vasos relucían a la perfección, destacándose por la tenue luz de un rústico candelero que iluminaba en el centro.

Me encontraba sola en esa oscura habitación con una corriente helada erizando mi piel, no existía ningún ruido y tampoco podía crearlo, es decir, que si intentaba hablar, mi voz iba a quedar inexistente y que nada más se transmitiría mi movimiento de labios. Quise levantarme pero la presencia de un extraño mayordomo interrumpió mi acción, sirviendo con cautela un poco de vino y dejando en mi plato así como en los demás un pedazo de tarta de arándanos.

Traté de retirarme nuevamente pero una chica de largo cabello rubio, tomó lugar en la mesa, negando con su cabeza y causando que me quedara quieta. Sus ojos lucían tristes mientras jugaba con la tarta en su plato, viéndose aburrida y ensimismada en su propio mundo. Giré mi cabeza hacia mi derecha con la esperanza de que tal vez apareciera alguien conocido para mí, miraba en la profunda oscuridad y entonces noté a otra chica con un vestido de color azulado que se acercaba en dirección al comedor, haciendo un irónico gesto de silencio.

Ella reclamó su lugar en el otro extremo de la mesa y me dio una media sonrisa, cortó su tarta en pequeños pedazos pero sin comer ninguno, batía la copa de vino en sus manos pero sin tomar ningún trago. No entendía que estaba sucediendo, me sentía extraña, la atmósfera era liviana y al mismo tiempo compartía una enigmática singularidad, esas chicas no parecían bien, era como si dudaran entre si comer esa tarta o no, como si el postre les hablara y les advirtiera sobre algo, ellas se asemejaban a los robots, analizando e intentando hallar algún patrón, alguna señal que les diera paz.

Los gestos en ambas féminas eran similares, ellas hacían lo posible para evitar caer el tentación de esa tarta, apartaban la mirada y tomaban respiraciones profundas. Ellas necesitaban comer, su rostro estaba demacrado y aunque su peso no fuese exactamente bajo, podía notar cuan débiles se sentían, sus uñas azuladas se clavaban en la madera y sus labios empezaban a perder color.

Estaban viviendo una muerte lenta pero parecía como si no les importara pues su única preocupación era no llenarse de calorías, ellas se matando a sí mismas, ellas se parecían a...

A mí.

No lo pensé dos veces y me levanté de ese comedor, no queriendo tener ese mismo destino. Corrí tratando de hallar una salida fuera de esa habitación, la suave luz del candelero en el comedor era cada vez más baja y la oscuridad empezaba a consumir mis pasos, estaba alerta respecto a todo a mi alrededor, no deseaba estar encerrada ahí, no quería acabar como esas dos chicas, yo estaba viviendo mi vida de forma sana, eso era lo que pensaba.

La desesperación se me burlaba, estaba a punto de echarme a llorar pero una simple cosa puede cambiarlo todo y, en mi caso, cruzar una puerta fue lo que me salvó.

—Yunmin, ¡Yunmin! —Hoseok me tomó por los hombros y jamás me había sentido tan aliviada de escuchar su cálida y preocupada voz.

«Todo había sido una pesadilla»

—¿Dónde estoy? —le pregunté a la primera con mi garganta un poco seca.

Estamos en el hospital, te desmayaste —confesó en una limpia expresión.

Intenté hacer memoria de lo que sucedió pero mi cabeza era una hoja en blanco. Estaba vistiendo una bata de color celeste, una intravenosa cumplía su función de pasarme suero y escuchaba ese clásico pitido de la máquina que medía el ritmo cardíaco, la habitación era de un blanco bastante deprimente y la camilla la sentía inusualmente incómoda por la posición en la que estaba. Hoseok me ayudó a sentarme y mi mente se convirtió en un cuestionario completo ya que ni siquiera tenía noción del tiempo.

—¿Cuánto ha pasado? —miré hacia la cuadrada ventana y la noche ya estaba brillando.

—Un día —admitió en tono bajo, causando que casi me ahogara con mi propia saliva, ¿De verdad me había desconectado del mundo por 24 horas?

—¿U-un día? —añadí en sorpresa sin poder creerlo.

—Sí —confirmó —Todos estábamos preocupados, el doctor dijo que fue un milagro que no sufrieras complicaciones pues en el estado en el que estás es impresionante el cómo has resistido ese duro desmayo.

—¿Estoy enferma? —cuestioné ingenua. Claro que lo estaba, mi cuerpo era un desastre más yo me hacía la ciega.

—Llamaré al doctor, él te explicará todo —se apartó de mi lado y dejé de percibir su calor.

—De acuerdo —asentí, observando a Hoseok aproximarse a la puerta. El castaño giró el pomo pero se detuvo antes de abrir la puerta.

—Younmin.

—¿Sí? —presté atención a su espalda y le noté contraer un profundo suspiro.

—Tú eres perfecta, no necesitas seguir haciéndote daño —me dijo ese sonriente chico con sonrisa en forma de corazón y yo me le reí con sorna. El problema no era él, si no que yo había dejado de creer en ese tipo de palabras desde hacía mucho tiempo.

Y eso, era lo que hacía mi situación aún más lamentable.

Atypical❁[JHS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora