RESERVAS DE HOTEL

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CAPÍTULO 10

"REY" REED


–¿Recuerdas la última vez que estuvimos en un avión?

Raymond tenía la mirada fija en las mullidas nubes al otro lado de la ventanilla. Desde esa mañana intentaba controlar su efusividad por ese viaje, sabiendo que era su oportunidad de recuperar a su Charly. No quería comportarse como un perro necesitado de afecto, aunque ya llevaba condones en su equipaje; la esperanza era lo último que moría.

–Fue en 2005. Volamos a ver a tus padres en el receso de primavera.

–Lo pasamos increíble.

Dijo el Rey sonriendo, de modo que se le veían los hoyuelos de las mejillas.

–Tu madre me mandó a dormir a un hotel.

–Cuidaba que no fueras a reventar mi cereza.

Después de esa frase, ella intentó cubrirse la cara con la revista que llevaba en las manos, pero aun así, Raymond logró verle las mejillas colorearse de un lindo tono rosáceo. La ternura seguía viva en esa mujer, y él creía que todavía había capacidad de redención para su amor. Se esforzaría cada día hasta que lo despidiera.

–Para cuando te conocí, tu cereza ya era un completo jugo, demasiadas mujeres.

Respondió Charlotte, sin caer en cuenta del sucio juego de palabras que se metió en la mente del Rey.

–Y te encantaba beber de ahí.

–¿Y si volvemos a la ley del hielo?

El Rey se enderezó en el asiento y presionó el botón para llamar a la sobrecargo. Ventajas de primera clase. De inmediato, una rubia de curvas bastante pronunciadas se acercó a su lado.

–¿En qué les puedo servir? ¿Gustan algo de beber?

–Para mí, una coca de dieta, y para la señorita, un jugo de cereza. Le fascina.

En cuanto la chica fue a buscar las bebidas, Charlotte finalmente bajó la revista y le pellizcó el brazo al baboso que se reía en lugar de expresar dolor.

···

–¿Justo ahora es cuando me dices que hubo un error con las reservaciones, pero en realidad es una excusa para aprovecharte de tu inocente asistente?

Preguntó Raymond cuando entraron a un enorme y lujoso hotel en la ciudad de Seattle. La jefa, quien solo cargaba su bolso de mano, se adelantó desabrochándose la pesada gabardina blanca. Afuera estaba demasiado nevado para andar con menos que eso.

–Ya quisieras, Reed.

Ella le puso la gabardina en los brazos y siguió adelante hasta estar frente al recepcionista. Rey solo fijó los ojos en lo lujoso que era ese lugar. Ya en el pasado había estado en un lugar así, no en un momento tan ameno ni con tan bella compañía, había sido más bien trágico.

–Dos reservaciones a nombre de Raymond Reed y Charlotte Jones.

Se adelantó ella a decir antes de que el chico pudiera preguntar algo. En cambio, el Rey se acercó poniendo la jaula para perros de Gigi sobre el mostrador y le pasó un brazo por la cintura a Iceberg. Obviamente, la jefa no dejaría a su costosa perra abandonada en el penthouse, y a Raymond le gustaba el animal; era muy noble y juguetona.

–Intento respetarla hasta el matrimonio, chapados a la antigua.

Él estaba seguro de que Charly estaba a punto de darle un puntapié en la espinilla cuando escuchó una ronca voz flemosa viniendo desde atrás. Para su desgracia, ella de inmediato salió de su agarre y se giró para ver al que, si sus instintos no fallaban, era el némesis empresarial al que los habían enviado a vencer.

–Charlotte.

–Lowell.

–Reed.

Los dos peces gordos miraron al chistosillo mediocre parado en medio de los dos.

–Me sentí excluido.

Ambos ignoraron por completo el comentario de Reed. Al parecer, era requisito para ser jefe el ser un amargado de mierda.

–Así que viniste.

–Y tú, como siempre, señalando lo obvio. ¿El alzhéimer ya te pegó duro?

–Mujercita graciosa, me alegra verte después de todos esos rumores que decían que te habías ido a refundir a esa mugrosa pocilga en Arizona.

Charly se adelantó unos cuantos pasos para enfrentar a Lowell. El sujeto, de apariencia gordinflona, apenas le llegaba por los hombros a ella. Raymond se preguntó si debía intervenir antes o después de que su chica le sacara los ojos al pesado tipo de TimesCo.

–¿Pocilga? Pensé que tenías más clase, Lowell. –La fría sonrisa del súcubo de Satán se posó en la cara de Charly. Por un momento, hasta el mismo Rey se sintió intimidado.– ¿Vas a acusarme con el polvoroso cadáver de tu madre ahora?

–¡Charlotte!

Le reprendió Raymond alzando la voz. Para él, no había cosa más fea que alguien se metiera con las madres, y escuchar a Charly usando esa frase fue demasiado. Simplemente se le salió de forma demasiado natural el regañarla.

–¿Un subordinado llamándote la atención? Te has ablandado, Jones. Bien por mí... –Lowell se despidió con los ojos en el Rey, como si solo fuera un rubiecillo tonto.– Nos vemos mañana.

En cuanto el sujeto subió al elevador, porque aparentemente para la mala suerte de su jefa el tipo se hospedaba ahí, lo poco que Charlotte se había ablandado en cuanto a actitud con Raymond se endureció aún más. Le dio una mirada de repudio total; al parecer, que él se metiera en sus asuntos le había herido el orgullo.

Ella se alejó de su lado y tomó las llaves. Raymond la siguió, esta vez en un silencio demasiado incómodo, hasta el elevador.

–No quise avergonzarte.

Dijo el Rey, bajando la cabeza cuando ya habían subido y las puertas se cerraron.

–¿Ahora no quieres avergonzarme? ¿Y todas estas semanas qué han sido, Raymond? ¿Te da algún tipo de morboso placer complicarme la vida?

Más que ira, había un deje de desesperación y dolor en la voz de Charlotte, lo cual se clavó como una espina en el corazón de Raymond.

–Lo último que he querido siempre es dañarte.

Él se sentía avergonzado de verdad. En realidad, no había pretendido herirla, pero parecía que ella no estaba lista para soltar el tema así como así.

–Claro, por eso me abandonaste.

Era la primera vez que Charlotte le echaba en cara eso. En las semanas que llevaban codeándose en el trabajo, nunca había profundizado en el pasado que tuvieron juntos, por más que él le picaba de cierto modo la cresta. Y mucho menos había mencionado que Reed se había marchado de su lado después de semanas donde se dedicó a ignorarla o tratarla de las peores maneras para evitar ciertos asuntos.

–Tuve mis razones y ahora puedo explicarte cuáles son.

–¡No necesito que me expliques nada, lo único que importa es sacar esto adelante! ¡El resto se puede sacrificar!

Charly terminó la frase picándole el pecho con el dedo e intentó no derramar una sola lágrima delante de él. Aun así, Raymond las pudo ver ahí, en el borde de sus ojos, brillando como diminutas estrellas.

–Seré la persona que necesites a tu lado, lo prometo.

–Ya no creo en las promesas, creo en los resultados.

Un gran trozo de Iceberg cayó al mar, y no por el fuego de la pasión del Rey, sino por ese dolor que en todos esos años jamás se curó.

Contra él©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora