COLA DE GATO

889 116 32
                                    

CAPÍTULO 2

REY REED

–Para, para, para... ¡Si serás bruja!

Para Raymond "Rey" Reed, esa mañana iba de mal en peor, y la señorita de piernas largas que se negó a detener el elevador fue la gota que derramó el vaso. Lo primero fue que, al salir de la cama —en modo zombi, por supuesto—, pisó la cola del viejo gato que se colaba en su departamento por el agujero en la ventana. Segundo, casi cometió suicidio al intentar, una vez más, usar una corbata. Como era de esperarse de un hombre de 35 años, soltero e inmaduro, había que darle crédito, porque a esas alturas todavía intentaba impresionar a su nueva jefa. Tercero, su cafetera dejó de funcionar de la nada el día anterior. Quizás si cambiara el filtro de vez en cuando no pasaría, pero bueno, la falta de cafeína en la sangre estaba haciendo estragos.

–Demonios...

Murmuró, pegando la frente a la pared y cerrando los párpados al presionar de nuevo el botón del ascensor. El pobre Raymond sentía el cerebro como si estuviera siendo picoteado por avispas africanizadas.

–¿El Rey quiere café?

–El Rey quiere café y una aspirina...

Josh Williams, uno de los compañeros de oficina de Raymond, estiró la mano y le ofreció uno de los cinco vasos de café que había comprado en la cafetería de la esquina. Hombre precavido valía por dos, y ese casi lo era por tres. Al menos un par de veces por semana llevaba cafeína para sus más allegados colegas.

–Vaya cara. ¿Acaso la morena te ha mandado al caño por fin?

–No te pueden mandar al caño si no sales formalmente. Lana y yo solo nos vemos de vez en cuando.

Raymond levantó las manos e hizo una seña obscena, simulando lo que pasaba en esos encuentros.

–¿Para cuándo sientas cabeza? El Rey necesita a una reina.

–¿No se supone que tu hija ya nació? ¿Esto es por las hormonas del embarazo todavía hablando o ya estamos en tema de depresión postparto? Apuesto a que Mary no está tan sensible como tú.

Mary y Josh Williams eran la pareja goals de la oficina. El Rey los conocía mejor que nadie, la misma Mary había sido quien le consiguió ese empleo tres años atrás.

–Sé que te mueres de envidia. Si la vieras, cada día Lulú se pone más hermosa. Ojalá no tuviera que venir a ver esa fea cara tuya y pudiera quedarme a verla todo el día... Te juro que me vuelvo loco hasta cuando ensucia pañales.

Josh estaba totalmente embelesado con su hija. Eso enterneció el corazón de Raymond Reed, ya que, aunque no tenía una pareja como tal —bueno, una pareja dispuesta a criar hijos y no tragárselos—, algún día quería hacerlo. Fácilmente podía imaginarse enseñándole a un pequeño príncipe a jugar béisbol.

–Me alegro por ti, Josh. Te mereces ser feliz, amigo.

–Y tú también, solo necesitas afeitarte esa zarigüeya atropellada en tu cara, encontrar una chica decente y ponerle un bollo en el horno.

Mientras el Rey se tocaba la recién recortada barba, una imagen de su amada Charly le llegó a la mente. Sabía por qué la greñuda chica de gafas gruesas apareció de pronto; todo lo que Josh describía lo había querido formar al lado suyo.

–El tiempo ya pasó para mí, mi querido bufón. Se hicieron sacrificios y ahora toca solo escucharte hablar sobre pañales sucios mientras me muero de envidia.

–Soquete, eres un soquete –Josh le dio un puño en el hombro–. Ya te dije que el que te apoden Rey no me convierte en tu bufón; si acaso soy duque.

Contra él©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora