BRUJA MAYOR

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CAPITULO 19

"ICEBERG" JONES

—Pensé que se había ido, jefa.

La pelirroja que acababa de entrar a la sala de espera volteó a la izquierda para ver a Josh Williams sentado en uno de esos fríos sillones con una vulgar imitación de piel negra.

—Charlotte, dadas las circunstancias, sí, me fui —respondió, sacando un paquete de toallitas desinfectantes para limpiar el lugar donde se iba a sentar—. Necesitaba quitarme los restos del pavimento de la ropa.

Cuando creyó que ya era adecuado sentarse sin pescar varicela, tomó asiento en el extremo opuesto de donde estaba Josh.

—¿Cómo está él? —preguntó ella, sin levantar la vista de su bolso.

—El ortopedista verá sus placas a las 8 a.m.

Unos quince minutos de incómodo silencio se interpusieron entre ambos. No era de extrañar, ya que lo único que tenían en común era el treintañero rubio. La jefa, que claramente apuñalaba cualquier sentimiento de culpa o agradecimiento que surgía en su mente, miraba de reojo a Josh de vez en cuando. Algo le decía que ese tipo realmente la culpaba por lo que había pasado.

—Yo no le pedí que se lanzara frente al auto por mí. Nunca he necesitado que sea mi héroe.

—No creo que eso sea algo que se le pueda pedir a un hombre. Ese instinto de protección nace de las entrañas.

Josh giró en el sillón para ver a la jefa. La mujer se veía desaliñada en comparación con otros días. Llevaba una camisa de manga corta blanca y unos leggings negros, sin una gota de maquillaje. Tenía un golpe oscuro en la frente, un brazo envuelto en vendas y ese diente astillado seguía sin arreglar.

—Lo llamaría estupidez, si me lo preguntas, Williams.

—Josh —corrigió el hombre de piel oscura y mirada cansada.

—¿Crees que esté realmente mal?

El sentimiento de pesadez no se alejaba de Iceberg. Había visto a Raymond unas horas antes, y, a su parecer, se veía bien físicamente, pero el hecho de que no lo dejaran salir del hospital empezaba a despertar su paranoia. La posibilidad de un daño interno siempre era latente en los atropellos, aunque técnicamente apenas y le había rozado el muslo el cofre del auto.

—No sabría decirlo, Charlotte.

—¿No sabrías o no quieres? —presionó ella.

Josh se frotó las muñecas y luego la cara. La jefa lo estaba poniendo en una situación bastante incómoda.

—Eso es algo que solo el Rey puede compartir contigo, no me corresponde a mí. En términos de monarquía diré que solo soy un simple lacayo, y ese es asunto de la mesa redonda.

—Sigue alimentando sus metáforas, y un día de estos lo veré haciendo decapitaciones con el triturador de papeles.

Iceberg entrecerró los ojos, esperando ese dulce momento en que una sonrisa casi imperceptible le revelara lo que otros estaban fantaseando, en este caso, ella jugando a ser la monarca caída.

—¿Qué? No lo reprimas, di que viste mi cabeza rodando. Vamos, dilo. María Antonieta se sentiría orgullosa.

—Vi tu cabeza rodando, y no puedes culparme por eso. Eres cruel con mi mujer solo porque es madre.

A Charlotte no le sorprendió la franqueza en las palabras del sujeto. Estaba cansado después de lo ocurrido en la fiesta y todas esas horas sin dormir por el accidente. Negarle el sueño a un hombre era peor que drogarlo.

Contra él©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora