CORONA DORADA, PATITO DE HULE Y TINKERBELL

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CAPITULO 20

"REY" REED

—¿Por qué esa manía de ustedes, las mujeres, de venir a limpiar mi casa? —exclamó Raymond, el rubio desaliñado, mientras se sentaba en el borde de la cama, intentando ponerse los zapatos. Sus movimientos eran lentos y perezosos bajo la mirada crítica de su madre, la reina de la limpieza.

—Oh, cariño, no es por limpiar tu casa. Es más bien por evitar contraer ébola al usar tus vasos —respondió Lorraine Reed, su madre, con una sonrisa irónica mientras pasaba la aspiradora por cada rincón del diminuto estudio. Lo más curioso era que Raymond no tenía aspiradora, así que el origen de ese aparato seguía siendo un misterio digno de Sherlock Holmes.

—Exagerada... —murmuró él, poniéndose de pie y estirando su cuerpo como si fuera un gato perezoso, seguido por un rascarse el pecho con absoluta indiferencia. Caminó hacia el armario, sacando una camiseta blanca vieja que definitivamente había visto mejores días para ponerse junto a sus pantalones de pijama a cuadros, que parecían ser los únicos dignos de su colección.

—Necesitas contratar a alguien para que te limpie. No está bien que vivas así, como un sucio vago. —Lorraine no dejó de pasar la aspiradora ni por un segundo, apuntando con ella como si fuera un arma letal.

—Mi salario no da para esos lujos, madre —respondió Raymond, sabiendo que era una mentira. Claro que daba, pero en su "territorio de machos" no cabía jabón ni flores de lavanda.

—Por eso deberías volver a casa y trabajar en el negocio familiar —sugirió ella, con tono de madre implacable.

—Haces que suene como si el "negocio familiar" fuera la mafia, madre querida, y no pienso volver a Luisiana para trabajar ni en la mueblería ni en la tienda de colchones. Ya tienes a tres de tus cuatro hijos allí —replicó Raymond, evitando cualquier referencia a su cuarta hermana, que probablemente escapaba de la obligación familiar tanto como él.

Lorraine dejó pasar lo de "anciana" porque tenía prioridades más grandes.

—Todo esto es por Miss Piggy, ¿verdad? —preguntó ella, arqueando una ceja.

—No, no le digas así. Es un buen apodo, pero no le digas así —Raymond intentaba sonar casual—. Charly solo es mi jefa, madre.

—¿Ah sí? ¿Y por eso se quedó en el hospital hasta que te dieron el alta, como si le hubieran dado una paliza a ella también? ¡Eso no lo hace un jefe! ¡Esa muchachita está otra vez detrás de ti! —puntualizó Lorraine, moviendo la aspiradora como si fuera su cetro de la verdad absoluta.

Raymond rodó los ojos mientras buscaba su celular entre montones de ropa sucia y paquetes vacíos de patatas fritas. Desde que Josh le mencionó al "relojero alemán" que había recogido a Charly en el hospital, no podía calmarse.

—Soy tu madre, Raymond. Te di a luz, así que ¿de verdad crees que soy tonta? —Lorraine lo miraba con los brazos en jarras.

Finalmente, Raymond encontró el celular en el arenero de Atila, el gato vagabundo que lo había adoptado. Para su suerte, el felino no usaba esa arena en absoluto, porque para ser sincero, Raymond no era dueño del gato; el gato era dueño de él.

—No vuelvas a mencionar el tema del parto, madre. Tengo que hacer unas llamadas —gruñó, escapando de la escena hacia la ventana, que abrió para salir a la escalera de incendios.

Una vez allí, intentó no mirar hacia abajo. Eran seis pisos, y con su suerte, terminaría de cabeza. Sacó el celular y llamó a Patrick.

—Aquí, corona dorada. ¿Cuál es la situación en la zona 0, patito de hule? —Raymond adoptó su mejor voz de "operativo secreto".

Del otro lado, Patrick, que bien podría haber sido un doble de Zac Efron, le respondió en tono serio:

—Llevé a Iceberg y a Hitler Relojero al penthouse hace una hora.

—¡Demonios! —maldijo Raymond. La mera idea de Charly en su penthouse con ese Arthur le hacía doler hasta el alma... o quizás solo era otro de esos achaques físicos por su "problemilla".

—Tranquilo, corona dorada. No ha pasado tanto tiempo.

—¡Ja! En una hora yo podría hacerle a esa mujer... bueno, ya sabes —Raymond hizo una pausa significativa.

Patrick negó con la cabeza, riendo.

—Eso no habla bien de ti, pero como soy un buen amigo, te diré que tenemos un par de ojos dentro.

—¿Ojos? —preguntó Raymond, rascándose la barba incipiente que seguramente Charly odiaría... lo cual significaba que tal vez se la dejaría.

—Espera, déjame conectar a Tinkerbell —dijo Patrick, añadiendo a Laurie a la llamada.

—¡Esto no es lo que planeaba para mi mañana, Patrick! —murmuró Laurie en tono quejumbroso.

—Patito de hule, no te salgas del papel —dijo Patrick en tono conciliador.

—¡Bien, bien! Ella está encerrada en el baño desde hace casi 40 minutos, y el señor Novell está haciendo llamadas en el salón. Nada sospechoso hasta ahora —informó Laurie.

Raymond hizo un gesto claro, moviendo las manos en un símbolo inequívoco.

—¿Ellos...? —Laurie puso los ojos en blanco.

—No, no han... ya sabes —dijo Laurie, colorada.

Patrick asintió.

—Te dije que no era para tanto. El trasero de corazoncito sigue siendo tuyo.

Raymond suspiró, su mente acelerada con planes ridículos que probablemente terminarían mal, como siempre.

—¿Todavía tienes los números de Cam, Roxy y las ponis? —preguntó, resignado a poner en marcha su plan de "distracción épica".

Al final, si quería enfrentarse al dragón, necesitaba todas las armas posibles.

Contra él©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora