ANCHOAS EN LA CAMA

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CAPITULO 12

"REY" READ

—¿Charly? —preguntó Raymond cuando entró a la habitación de Charlotte, casi una hora después de haberla dejado a punto de meterse en la ducha. Él creía que con un buen remojón se le espantaría el tremendo efecto del jarabe para la tos que se había bebido como si fuera jugo de manzana.

—¿Charly, estás ahí? —repitió, tocando la puerta blanca de elegante madera.

Después de un minuto sin obtener respuesta, abrió la puerta y lo que vio lo hizo abalanzarse hacia adelante de inmediato.

—¡El Rey ha llegado, posaos ante vuestros majestuosos pies! —exclamó Charlotte desde el suelo del baño, recostada de espaldas, leyendo una revista Cosmopolitan. La ducha estaba abierta a tope, pero aparentemente no había logrado entrar al agua y apenas había conseguido quitarse los pantalones y un zapato.

—Levántate de ahí, pareces una tortuga intentando darse la vuelta —dijo Raymond, viendo la escena mitad cómica, mitad sensual—. Mira lo que te traje, anchoas. Muchas anchoas.

—Ya no me gustan —respondió ella cuando Raymond abrió la caja de pizza frente a su nariz. Parecía que la pizza perdía su aroma al ser absorbida por la hambrienta jefa.

—¿A mi Charly Jones ya no le gustan las anchoas? —Raymond dio media vuelta y comenzó a caminar hacia la habitación, mirando de reojo por encima del hombro para ver si ella lo seguía. Usaba el mismo truco que con el viejo gato calvo que se colaba a su casa; si se acercaba directamente, el animal se volvía rabioso. Lo había apodado Atila, claro, al gato, no a Charly.

—Las pizzas... ya no como esas cosas. ¿No lo has notado? Ya no tengo cuerpo de patata... —Charly se puso de pie de la manera más sensual que pudo, deslizando una mano por sus blancas piernas desnudas.

Raymond, aunque tentado, sabía que Charly no estaba en sus plenos sentidos. Aunque su mente le gritaba aprovechar la situación, su moral, por más delgada que fuera, lo detenía.

—Nunca tuviste cuerpo de patata, a lo mucho de pera —dijo él, tomando una rebanada humeante de pizza entre las manos, posando el triángulo como si estuviera modelando un auto del año.

—¿Cómo es que con esa bocaza te llevas tantas mujeres a la cama, colita de algodón? —preguntó ella, y al escucharlo, Raymond sintió una mezcla de nostalgia y algo incómodo en su entrepierna. Hacía 13 años que no escuchaba ese apodo.

—No son tantas, pero es parte del encanto del Rey. Ahora ven aquí, vamos a comer. No necesitas matarte de hambre, no creo que ese prometido tuyo lo valga.

—Su nombre es Arthur y no lo hago por él. Lo hago por mí. Me gusta saberme deseable.

—Pruébamelo y come —Raymond palmeó el otro lado de la cama.

Charly, a pesar de tropezar con la alfombra una vez, logró levantarse rápido y finalmente se trepó al otro lado de la cama. Sabía que mañana se quejaría por las raspaduras en las rodillas, pero Raymond no se lo explicaría.

—Así debe de saber la carne de Dios —gimió Charly, como si estuviera participando en una película de bajo presupuesto. Raymond casi saltó de la cama, excusándose para "buscar algo de beber". No es que le tuviera miedo a la drogada del jarabe, pero...

—Cuidado, ya sabes qué pasa cuando blasfemas —comentó él.

—Por lo que puedo recordar, todo te provoca —dijo ella, mientras Raymond volvía a sentarse junto a ella en la cama, comiendo en silencio. Sin embargo, su mirada no podía evitar desviarse hacia las piernas desnudas de Charly, ni tampoco hacia el triángulo de encaje rojo que ella llevaba. Si fuera un alma más noble, le habría recordado que no llevaba pantalones.

Contra él©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora