ASCENSO DENEGADO

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CAPITULO 13

"ICEBERG" JONES

—¿Es ahora cuando me dices que nunca debimos dormir juntos, que es un error y que en verdad amas a "Don Uso Parches en los Codos"? —exclamó Raymond, abriendo bruscamente la puerta de la oficina de Charlotte de par en par.

—¿Tienes cita con la señorita Jones, Raymond? —la rubia ratoncita estaba parada a un lado de la mesa de café, moviendo el dedo sin parar sobre una tablet. Del accidente de la semana pasada solo quedaba una venda en la muñeca.

—¡Mi dulce Laurie, volviste! —gritó Raymond, alzando a la joven pasante en brazos. A Charlotte, quien estaba sentada en su escritorio, no le causó ni una pizca de gracia aquel arrumaco de familiaridad. Veía la escena cual gato observando a su amo acariciar al estúpido cachorro.

—¡Bájame, Rey! —dijo Laurie entre una aguda risa.

—Ya la escuchaste, bájala —Charlotte se puso de pie, golpeando con las palmas ese feo escritorio monstruoso que Raymond había elegido para ella. Intentó controlar su evidente desequilibrio emocional, ya que llamarles celos sería quitarle importancia a esos arranques.

—Nueva Juliane, ve a traerme un té de menta —agregó Charlotte, con una sonrisa repleta de blancos dientes y ganas de lanzarse por ese cuello de cisne como un zorro rabioso—. Y fíjate por dónde caminas, no queremos que te vayas de una forma más definitiva.

—Sí, sí, claro. Vuelvo enseguida —la rubia cerró la puerta tras salir, sin hacer ni una sola pregunta respecto a la nube tóxica de hormonas entre "Iceberg" y el "Rey".

—¿No podrías ser un poco menos discreto? —Charlotte se acercó, dándole la vuelta al escritorio, poniéndose justo delante de Raymond, quien lo tomó como una invitación a flirtear.

—¿Me estás retando? —una sonrisa lobuna se plasmó en la cara del Rey mientras sacaba el celular y lo ponía delante del bien maquillado rostro de su jefa—. Bastaría con mandar esta linda foto de tu trasero al grupo de "Mis Subtítulos" y todos sabrían que estuve mordiendo dos días atrás.

—¿También tienes una foto de tu almohada?

—"Charly feliz, cocaína para mi nariz". Deberían darme el premio a empleado del mes.

Charlotte no pudo evitar relajarse. La postura se le fue descomponiendo mientras una risa le sacudía el cuerpo, hasta el punto de que le dolió el estómago. Reed tenía ese efecto en ella; la hacía sentirse menos hielo, casi maleable como plastilina.

—Raymond... —se estremeció cuando los tibios y suaves labios de él se posaron en su cuello. No la besaban, pero sentía el cosquilleo de su aliento sobre la piel.

—Las niñas y yo estamos felices, no nos separes —ella estaba a punto de preguntar de cuáles niñas hablaba, cuando él apoyó la cabeza sobre sus senos—. Pido la custodia, y no me obligues a ir al juzgado porque lo haré —Raymond se apartó y levantó a las "niñas" con las manos, moviéndolas sobre la ajustada camisa rosa como si tuvieran vida—. "Sí, sí, queremos a papi Raymond, deja a Dientes Feos".

La voz falsa de Raymond provocó que Charlotte le diera una palmada para que la soltara, o al menos para que sus manos fueran a otra área.

—Ni siquiera has visto a Arthur. Lo describes como si saliera con un inglés.

—¿Y no lo es?

—Es alemán —respondió Charlotte. En realidad, eso no era exactamente mejor. Arthur era más seco que las espinas de un cactus y con menos personalidad que una roca en Marte.

—Apostaría que es descendiente de esos doctores que intentaban engendrar niños simios. Créeme, no quieres a alguien así en tu vida. Yo te daré cinco bebés a la antigua.

Charlotte rodó los ojos casi hasta ponerlos en blanco, no por lo de Arthur y los niños simios, sino por la idea de tener cinco monstruos lactantes saliendo de su "baúl de las antigüedades".

—¿No te incomoda hablar de mi prometido? —Charlotte tenía la mirada periférica puesta en ese costoso portarretratos al lado del ordenador. Ella empezaba a experimentar algo de culpa, pero Arthur solo era una víctima inocente en fuego cruzado.

—¿Por qué lo haría? Yo estoy aquí, calientito, estrujando a las nenas, y él seguro habla con el tataranieto de Hitler sobre revivir a la Alemania nazi.

—Eres un tarado, Raymond —la jefa se sentó en el borde del escritorio, ya que el mediocre empleado la empujaba con la pelvis de una forma demasiado sugerente—. Anda, vete de aquí. Al resto se le hará raro que estés dentro de la oficina sin escucharme darte gritos.

—Eso se puede arreglar —Raymond le separó las rodillas y se lanzó como quien ya tiene el terreno más que ganado.

—¡Joder, al menos pon el pasador!

···

—¿Entonces quiere que lo promueva, Phil? No sé si escuché bien... —repitió Charlotte, estrujándose la oreja con el dedo ante las palabras del jefe de la empresa. Parecía una pesadilla donde el proletariado escalaba peldaños a su lado.

—Me agrada y parece llevarse bien con todo el personal, a diferencia tuya, Jones. Necesito un hombre de confianza que mantenga a la gente a raya. Solo esta última semana, TimesCo se ha llevado a cuatro de mis mejores gerentes. No puedo seguir arriesgando.

El imponente hombre jugaba con una pelota antiestrés detrás del escritorio, y a pesar de sus palabras, no parecía tener ni una gota de estrés en el cuerpo. Más bien, parecía curioso ante lo que estaba por venir. Para Phil Evens, perder esa empresa era como quitarle un pelo a un gato; ni siquiera tenía una necesidad real de capital, ya que era uno de los hombres más ricos del mundo y poseía muchos otros negocios. Lo vital era su necesidad de competitividad.

—Lowell.

—Así es. Lo que sea que hiciste en Seattle parece haberlo puesto frenético. Ahora está ofreciendo duplicar salarios a cualquier miembro de esta empresa que presente una copia de su carta de renuncia junto a su CV.

—No fue mi intención. Haré una asamblea y hablaré con la gente —replicó la jefa de mercadotecnia. Ella ya había visto el épico fracaso de su presentación en la convención.

—No es un reproche, Charlotte. Me gusta ese espíritu de cambio, lo asustaste —dijo Phil Evens, señalándola con el índice—. Por eso seguiremos con tus nuevas ideas. Seamos uno en empresas StarEvens.

—No estoy de acuerdo con darle el ascenso a Reed —dijo Charlotte Jones secamente. No aceptaría una negativa ante ese tema. No promovería a Raymond Reed de su mediocre puesto.

—¿A quién se lo darías si no es a ese joven? Cuando jugamos golf el fin de semana pasado, me pareció de lo más competente. Es bastante bueno con el palo.

<<Que si lo sé yo>>, pensó para sí. Igual, eso no cambiaría para nada el rumbo de los planes que se había fijado.

—Mary Williams. Ella está mucho más preparada para un cargo de tal magnitud, y los empleados, incluso el mismo señor Reed, la respetan como una especie de gran matriarca.

El jefe asintió con la cabeza ante la propuesta, lo cual tranquilizó el corazón de la jefa. Todavía tenía a Raymond entre sus huesudas y extra suaves manos.

—Bien, entonces ella será —dijo él, al verla ponerse en pie sobre esos altos tacones blancos—. Nos veremos mañana, Jones.

La venganza, aun entre amantes, era un plato que se comía mejor frío, e Iceberg acababa de servirle un buffet completo al Rey sin que él tuviera la menor idea.

Contra él©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora