El río y el dragón

356 103 179
                                    

El mayor de todos los hermanos fue el primero en alcanzar el destino que se había propuesto. Nada más salir del castillo, se sentó debajo de una higuera planteándose el lugar al que debería ir. Tras mucho tiempo de meditación decidió que lo correcto sería alcanzar el inicio de uno de los ríos que cruzaban el reino. Ese río era el Islium o río de las luces, se le conocía así por las millones de luciérnagas que alumbraban su caudal. Cuando llegó al lugar, el príncipe se entristeció al observar como lo que una vez fue un hermoso paraje ahora era una fría, gris y seca llanura. Aquello que deslumbraba ahora solamente transmitía un sentimiento de dolor. El príncipe se sentó en una roca y recordó aquellas pinturas que decoraban el castillo, en una aparecía el Islium tan hermoso y brillante. Tal vez se había equivocado, se dijo, seguro de que aquello era una trampa y en realidad el río estaba perfectamente solo que escondido. En ese momento con determinación prosiguió la marcha. 

Los astros vieron su partir lamentándose, pues aquel lugar tan árido si era el río, solo que el príncipe no supo verlo, no había podido aceptar la verdad. Aquella que ninguno de los humanos pretendían admitir, la naturaleza se moría.  Volvieron a mirar hacia abajo y continuaron esperando.

El príncipe, del cual no contaré más de lo necesario ni diré su nombre ahora ni a lo largo de esta historia al ser simplemente un pasajero volátil, llegó a otro río mucho mas hermoso que el anterior. Encandilado por tanta belleza decidió que aquél era en verdad el lugar que estaba buscando. Preparó el campamento y se tumbó a descansar, a la mañana siguiente cuando el sol despertándose de su letargo se asomó tranquilo por entre unas montañas el príncipe sediento de acercó al río a beber algo de agua. Mientras bebía ávidamente un dragón  apareció de entre unos matorrales. Se que os estaréis imaginando, un ser de enorme fuerza, alas tan poderosas que parecen forjadas en el mismo núcleo del universo y una potente mandíbula capaz de desmembrar de un solo mordisco al más fiero de los guerreros. Pero en esta historia los dragones no eran así, tal vez en otra época si lo habían sido, eso no es algo que yo pueda contestaros, pero el dragón que el príncipe vio era pequeño, muy delgado y con unas alas que se arrastraban por el suelo, más parecidas a trapos que a otra cosa. El príncipe lo miro con superioridad y le pregunto a qué se debía su interrupción. El dragón lejos de ofenderse le dijo que simplemente quería hablar con él y preguntarle por qué se encontraba tan lejos de su hogar. El príncipe que además de altanero era muy confiado le contó toda la situación, el dragón entonces sonrió pero no fue una sonrisa amistosa, sino todo lo contrario aquella sonrisa avisaba de un peligro inminente. El muchacho a pesar de aquel aviso no sospechó nada y cuando el dragón le dijo que tenía la solución a su problema el príncipe le siguió sin miedo alguno. Prosiguieron entonces juntos el camino siguiendo las indicaciones del dragón, hasta llegar a una profunda cueva. Cuando el príncipe observó la entrada tan negra que ni siquiera la luz parecía poder atravesarla sintió miedo y se dispuso a regresar. Pero cuando el dragón con voz amistosa le dijo que confiara en él que no pasaría nada mientras estuviera a su lado empezó a dudar. El príncipe, había sido siempre el supuesto heredero al trono antes de toda esta aventura y por tanto criado entre algodones. Todos los del reino sabían de su importancia, por ello le cuidaban y se desacían en atenciones hacia él. Nunca había tenido que desconfiar de nadie y estaba acostumbrado a que velaran por su salud. Por ello cuando el dragón volvió a insistir con voz dulce y aterciopelada le siguió hacia la cueva.
Sus ojos tardaron un tiempo en ajustarse a semejante oscuridad, pero una vez que lo hicieron pudo observar como todo su alrededor estaba lleno de huesos esparcidos sin sentido. Empezó a preocuparse, pero el dragón desechó sus dudas objetando que antiguamente allí vivía un monstruo y que esos eran sus restos. Con esto en la cabeza ambos prosiguieron hasta llegar a una pequeña cámara más espaciosa aunque no más iluminada que el resto de la cueva. En ella un trono emergía de entre las sombras, el príncipe sonriente se dijo que aquello era el destino obsequiándole con una visión de su futuro y se acercó más para poder analizarlo con atención. Una vez que se cansó de mirar a aquel trono dio la vuelta pero no había ni rastro de su pequeño acompañante. Miro hacia los lados pero no había nadie, de repente algo llamó su atención. Un pequeño brillo resplandecía en la pared, se acercó a investigar y emocionado vio que una corona descansaba en un pequeño pilar. Él con el corazón rebosante cogió la corona y se la colocó en la cabeza. Le sentaba como si hubiera nacido para llevarla se dijo, entonces subiéndose al trono y acomodándose descansó en el lugar. No hay manera de describir los sentimientos de aquel príncipe, pues su sonrisa iluminaba la cámara y su corazón rebosante de felicidad sentía que habían nacido para portar ese trozo de metal. De pronto notó como algo le tocó la espalda suavemente, sintió más calor del que nunca había tenido y segundos después se lo tragó la oscuridad.
Días más tarde unos guardias de palacio que habían ido en su búsqueda al no saber nada de él encontraron en la rivera de un hermoso río el cuerpo calcinado y desmembrado de un joven que fue demasiado ingenuo y confiado. En su cabeza una corona descansaba, pero esta no era de oro ni piedras preciosas sino de simple latón y al lado del cuerpo se leía un mensaje. Este texto parecía raspado por una uña y estaba escrito sobre una roca blanca, los soldados sin entender el significado de aquellas palabras leyeron:
"Viva el rey".

Cuentos de las estrellas [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora