Ojos que vigilan

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Continuó cabalgando sin descanso, sin permitir que la congoja la atrapara ni el miedo se hiciera cargo de su cuerpo. Cruzó explanadas, bosques y lagos a lomos de su fiel corcel, siempre alejándose de los caminos y nunca entrando en ningún pueblo por miedo a que la descubrieran. Cinco días pasaron en su huir y cada vez notaba el cuerpo más cansado y el estómago más vacío, sabía que no podría aguantar mucho más a base de raíces que había ido encontrando. A la sexta noche decidió que tanto ella como su caballo se habían alejado lo suficiente, ambos se encontraban exhaustos al no haber podido dormir una noche completa y necesitaban descansar. Shyla solo se había permitido dormitar unos cortos periodos de tiempo cuando notaba que sus huesos no aguantarían más, por ello se encontraba tan sumamente agotada que cada poco se resbalaba de su montura. Debido a esto cuando bajó del caballo en un pequeño claro no pudo mantenerse en pie, se arrastró por el suelo hasta el árbol más cercano ayudada por su caballo que la daba pequeños impulsos con el morro. Había escapado tan a la carrera que no se había parado a pensar como siquiera sobreviviría, llevaba puesto aquel fino vestido azul, aunque su hermosura distaba mucho de ser la misma que antaño, por culpa del viaje ahora se hallaba ennegrecido y rasgado en múltiples lugares, además al irse acercando cada vez más a las montañas esa fina tela no paliaba nada aquel frío aire invernal. Así mismo tampoco poseía arma alguna con la cual conseguir alimento o simplemente defenderse de los malhechores que se encontraban en los caminos. Había tenido suerte se dijo no se había cruzado con nada peligroso, aunque esto no tenía por qué seguir así, por tanto lo primordial era conseguir alimento y algo con lo que defenderse.

Apoyó su cabeza contra aquel tronco rugoso y observó como el caballo se sentaba a su lado, acarició la cabeza del animal con delicadeza admirando su hermoso pelaje.

—Gracias amigo mío— le dijo — sin ti nunca podría a ver escapado— posó entonces su cabeza contra la del animal y le dijo:

—Lamento todo por lo que has pasado y tendrás que pasar.— El caballo relinchó negando aquellas palabras.

—Tienes razón, supongo que si no hubieras querido acompañarme nadie te habría movido de aquel lugar— Una sonrisa apareció en su cara y acarició sus cabezas juntas. Le miró entonces a los ojos, marrones pero que transmitían más de lo que jamás podrías imaginarte y se quedó dormida encima de aquel maravilloso ser vivo que en pocos días se había vuelto parte de ella misma. Se durmió entonces acunada por el palpitar de su propio corazón y soñó, soñó que se adentraba en un bosque profundo y oscuro en el cual solo se podían ver unos ojos amarillos luminosos pero a la vez tétricos que la observaban desde lejos

Shyla despertó de un salto con el corazón en la garganta y unos ojos amarillos plasmados en su retina. A su alrededor el bosque estaba en absoluta oscuridad, el silencio era denso solo roto por el respirar del caballo a su lado, se secó el sudor de la frente que la pesadilla había traído y tiritó levemente. Hacía muchísimo frío, era necesario hacer un fuego o ambos morirían congelados. Se levantó despacio asegurando sus pasos, ahora que había dormido algo se sentía con más fuerza. Con un lento caminar tratando de ser lo más silenciosa posible se adentró en el bosque. Decidió que no sería buena idea caminar mucho ya que no se encontraba lo suficientemente bien para una expedición a fondo, por ello fue recopilando ramas de madera del entorno cercano. Intentó a su vez encontrar algo de alimento pero le fue en vano, ella no conocía las propiedades de las plantas y su miedo a envenenarse fue más fuerte que su hambre. Encontró también alguna liana que se llevó consigo junto con rocas para intentar hacerse un fuego. Regresó entonces al claro, depositó las ramas e intentó encender una hoguera con dos piedras que había recogido tal y como había visto hacer en numerosas ocasiones a los viajeros. Se dijo que sería sencillo, solo era necesario un poco de fuerza y algo de maña. El tiempo pasó pero ni una sola llama emergió de entre la madera por muy fuerte que la muchacha golpeó las piedras, en un ataque de ira lanzó una de ellas con fuerza enfadada por no conseguir el objetivo que se había propuesto. Pero, la suerte estaba de su lado aquella noche, la roca que había lanzado dio la casualidad que se golpeó con otra la cual se encontraba en el suelo provocando una chispa entre la maleza. Shyla corrió hacia donde la chispa había surgido y sopló con suavidad hasta que un pequeño fuego apareció. Sonriente lo transportó hasta su campamento y se acercó a él para calentarse los huesos. Agarró entonces otra rama y con la liana fabrico una especie de arco muy rudimentario, así mismo utilizó otra piedra que había traído para raspar más ramas intentando crear una punta en ellas para utilizarlas como flechas. Al final lo consiguió tan agotada como estaba aunque con los ojos luminosos, al menos así contaría con algo de protección. No desfallecería se dijo entonces, esta era su oportunidad de alcanzar las tierras desconocidas y descubrir lo que allí había. Sabía que para ello tendría que cruzar todo el reino pero estaba dispuesta a intentarlo y a comenzar una nueva vida más allá de aquel lugar.

Cuentos de las estrellas [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora