C A P I T U L O. I

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Puede aceptar no ser nadie.

Puede aceptar las tuberías con fugas en su departamento, las pastas recalentadas baratas, las cenas de TV llenas de químicos noche tras noche y la sensación de ser un fantasma.  Puede aceptar la realidad de que la única mujer que lo ha amado o probablemente lo amará es su madre.  Algunas personas ni siquiera tienen eso.

Su dolor no es especial ni raro.  Él sabe, lo sabe.  El mundo está lleno de sufrimiento;  se inunda en las calles, se acumula como la basura que esta amontonada en las aceras.  Él ve la misma desesperación en los ojos de las personas en el autobús y en los hombres que duermen en los bancos del parque.  Su miseria no es una aberración, es mundana, está en todas partes, y esto hace que sea más difícil, menos fácil de soportar.

La miseria compartida no hace que las personas sean más amables entre sí.  Hace a la gente mas dura, cruel.  Los hace aferrarse a las migajas que tienen y arden de resentimiento hacia cualquiera cuya miseria amenaza con quitarles la atención.  Si se atreve a expresar su dolor, se alzarán voces furiosas para gritar sobre él, para declarar que está siendo egoísta e injusto con aquellos que la tienen peor que él.  Sabiendo eso, mantiene su miseria silenciosa y pequeña, enroscada en un rincón oscuro de su pecho.  Nada bueno puede pasar si la deja salir.

Pero puede aceptar esto si el mundo simplemente se relaja y, por un día, deja de encontrar nuevas formas de torcer el cuchillo.

El mundo nunca lo hace.  Y tiene que admitir que es algo gracioso.

****

Arthur yace en la acera, aun en su traje de payaso.  Le duelen las contusiones.  A lo lejos, todavía puede escuchar la risa y los gritos de los adolescentes que lo golpearon.

Lenta y dolorosamente, se sienta y se quita la peluca, dejando que su cabello pegado y húmedo por el sudor se libere.  Se quita la bola roja de goma de la nariz.  Con dedos temblorosos, saca un cigarrillo del bolsillo y lo enciende;  es una lucha mantener la llama estable.  Se sienta con la espalda apoyada contra la pared de ladrillo del callejón y fuma, agarrando la peluca con la otra mano, descansando sobre su regazo.  El sordo rugido del tráfico llena sus oídos.  Fuera del callejón, pasan peatones.  Algunas personas lo miran, pero nadie se detiene.  Realmente no espera que lo hagan.

Arthur cierra los ojos y sostiene el cigarrillo entre los labios, presiona una mano sobre su adolorida costilla.  Estará bien, lo han golpeado antes.  Si hay algo que Arthur Fleck sabe aguantar, es una paliza.  Está más preocupado por el letrero.  Él sabe que hay una buena posibilidad de que lo culpen por perderlo.

—Oye.  ¿Estás bien, amigo?

Él abre los ojos.  Hay un hombre parado frente a él. Parece empezar los treinta años, cabello castaño, ojos marrones oscuros, rostro afeitado.  Su expresión es difícil de leer.

—Estoy bien—, dice Arthur en voz baja.  Mantiene sus ojos bajos.  No siente ninguna hostilidad por parte del hombre, pero siempre es difícil estar seguro con extraños.  Una mano extendida puede convertirse fácilmente en una bofetada.

El hombre examina las piezas fragmentadas de madera en el suelo. 

—¿Qué pasó aquí?

—Uno niños tomaron mi letrero y salieron corriendo con él.  Los perseguí, pero ... me golpearon.  Rompieron el letrero—. Él da otra calada inestable a su cigarrillo.

—¿Te hicieron daño?

—Solo unas patadas.

—¿Quieres que te lleve al hospital?  Tengo un taxi estacionado justo allí—. Él lo señala con un pulgar sobre su hombro.

People Like Us [Traducción]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora