Capítulo 29 - ¿Qué importa?

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Una oscuridad cubría todo el lugar, únicamente contrarrestado por el blanco helado suelo y unas leves estelas en el negro cielo, a la vez que el silencio cesaba con cada limar de unos aceros.

Dos siluetas destacaban en la blanca superficie, dos de distinta altura, pero ambas danzando sobre él, rasgando el gélido piso con el acero de sus zapatos. Saltos y giros, poses y piruetas, ni importaba la dificultad o el tipo de los movimientos, siempre lo hacían a un mismo compás, dejando que sus blancas ropas bailasen con ellos con cada danza.

Pero una de aquellas dos siluetas se atrasó, puede que por cansancio o puede que lo hiciese para observar la espléndida figura que se hallaba frente a él, tal y como expresaban sus rojas pupilas siguiendo hipnótico el ritmo del deslizar de sus piernas.

Rush: (Esbozado una sonrisa)

???: ¿...? (Volteándose levemente) ¿Qué ocurre? No te quedes atrás.

Rush: (Desviando la mirada) Sigo sin verle la gracia a esto..

???: (Adelantándose) Pues has sido tú quien insistió (Tendiéndole la mano) Anda, ven.

La silueta, ahora aún más alejada, se paró para girarse y extender su mano. Rush captó la indirecta y, tras unos primeros pasos cortos, comenzó a impulsarse hasta dejar que el metal de sus suelas le llevase hasta ella.

Rush estiró su brazo, sin apartar su vista ahora en aquella mano. Sus dedos, su mano, su muñeca y antebrazo, todos aquellos músculos que los conformaban trataban de alcanzarla hasta que los dedos de ambos se lograron entrelazar.

El helado ambiente acababa de pasar a segundo plano, una sensación de calor y confort recubría el cuerpo del joven nada más sentir su piel. Y en aquel momento elevó la mirada, dejando que en el rojo de sus ojos se reflejase la tez oscura de su piel, el morado de su ojo y el blanco de su largo cabello.

Rush: ¿Por qué me miras así?

Rivielle: ¿De qué forma quieres que te mire sino?

Rush: No sabía que eras tan egocéntrica como para no dejar de mirarte reflejada en mí.

Rivielle: Ni yo que fueses tan idiota.

Desviando sus miradas continuaron con la danza, se alejaban y se volvían a juntar, de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, intercambiaban sus lados a la vez que miradas, y cómo reducida se iba volviendo la luz, su distancia también, antes de darse cuenta ya volvían a notar el aliento del otro.

Para ellos, el tiempo permanecía detenido, despreocupados por él, formando una dulce danza como las hojas a la merced del viento, pero cada vez más ardiente que las llamas del propio infierno, como reflejaba el tono de sus mejillas y sus aceleradas respiraciones, respiraciones que notaban del otro, sino que también las sentían en sus propias pieles coloradas.

El meneo de sus cuerpos comenzaba a decorarse con breves puntadas por los roces de sus manos sobre el ajeno, acabando en una exposición que recorría todo el cuerpo por sus caricias forjando aquel arte de dos almas danzando como una. Eran un ser desprendiendo talento, cariño, ternura, a la vez que expresaban lujuria, pasión, valor y erotismo.

Saltos, piruetas, giros y acrobacias, no importaba qué hiciesen, pero la armonía de su coreografía no fallaba, como había ocurrido desde el principio, y ahora sus manos ya no se habían vuelto a soltar.

Un cruce de aquellas miradas desenfrenadas, bastó para saber cuál sería el siguiente movimiento, puede que solo se estuviesen dejando llevar por la emoción y adrenalina del momento, pero toda obra de arte se merece un apoteósico final.

The Exit: La Guerra De los MundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora